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Crítica:FESTIVAL DE SALZBURGO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El otonal 'Caballero de la rosa'

"Nunca volveré a escenificar algo que filme para el cine o la televisión". Eso le decía Herbert von Karajan al firmante de esta crónica en 1972, durante una entrevista. Y precisaba: "No pienso volver a montar Carmen, ni Der Rosenkavalier (El caballero de la rosa)". Pero como de sabios es rectificar, he aquí que -23 años después de la famosa producción que sirviera para inaugurar la gran sala de los festivales-, Karajan monta de nuevo la ópera de Richard Strauss, en el Festival de Salzburgo, donde anoche, con un brazo escayolado, el español Plácido Domingo cantó zarzuela, dirigido por el español Luis A. García Navarro. En cuanto a las declaraciones de Karajan, también podría aquí aplicarse el título de la película con la que Sean Connery ha retornado al papel de James Bond: Never say never again, (Nunca digas nunca de nuevo).Pero el regreso de El caballero de la rosa al Festpielhaus ha tenido unas extrañas características de nostalgia y autocomplacencia. Quizá para no perturbar el recuerdo de la célebre interpretación cinematográfica de la pieza, tomada hace ahora dos décadas -en 1963- en la misma sala, Karajan se ha empeñado en utilizar exactamente los mismos decorados y trajes de entonces. La sensación, para los que un día vieron aquellas funciones o para los que las han conocido a través del cine o la televisión, es bastante singular: Karajan propone a sus actuales espectadores un perfecto túnel del tiempo, el más peculiar flash-back concebido en un teatro de ópera.

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Herbert von Karajan, el viejo maestro

Para algunos de los protagonistas de 1983, este viaje al pasado ha sido casi perverso. Tal es el caso de una excelente cantante, Anna Tomowa-Sintow, obligada a competir constantemente con Elisabeth Schwarzkopf, la Mariscala de Karajan entre 1960 y 1965, ídolo de toda una generación: el que la pobre Tomowa haya de salir a escena con los mismos vesitidos de la legendaria Schwarzkoplf es una ocurrencia gruel. El público, dominado por la atmósfera del revival, no ha valorado el esfuerzo de esta artista. Mejor parados salieron los nuevos Octavian (la griega Agnes Baltsa) y Ochs (el alemán Kurt Moll): aunque ninguno de los dos resulta especialmente vienés, son cantantes-actores extraordinarios y no pesaban sobre ellos cargas fantasmales tan inevitables. En cambio, roza el escándalo el caso de la joven americana Janet Perry: si por físico y edad puede ser una Sophie creíble, sus graves problemas vocales e histriónicos la convierten en una marciana dentro de esta producción. En muchos pasajes es necesario preguntarse en qué idioma está cantando. Estamos ante otro de los ejemplos de cómo Karajan puede aniquilar a una voz con posibilidades al hacerla cantar papeles de gran relieve antes de tiempo.

Y llegamos así al absoluto héroe de esta novela, a Karajan, absoluto protagonista de este Rosenkavlier. Perdón por la perogrullada: el Karajan de 1983 no es, ciertarnente, el de 1960. Hoy la visión que propone de la obra es fundamentalmente melancólica, otoñal, llena de claroscuros y pálidas luces. En la interpretación karajaniaría, más que nunca la obra evoca el tí.tulo que Strauss y Hofrnarinsthal imaginaran inicialmente: Die Marchallin, La Mariscala... Karajan parece a ratos hasta desinteresado de la historia de amor de la joven pareja, Octavian y Soplúe, para centrarse en la aventura de soledad y noble lucha contra el tiempo de la Marschallin Werolenberg. Quizá el incansable Gott se siente muy unido al personaje straussiano en su batalla contra la vejez; acaso también él querría "algunas noches parar todos los relojes del palacio". Desde esta perspectiva puede tener un sentido la. vuelta a la producción del sesenta como invitación al viaje y, a la vez, altiva forma de detener el tiempo.

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