Desarrollo, deuda externa y distensión internacional, un problema de nuestro tiempo / 1
La manifestación actual más ostensible de las dificultades financieras por las que atraviesa gran parte del Tercer Mundo nos la ofrece el volumen de su deuda externa, que a mediados de 1983 se cifra en la estremecedora cota de 750.000 millones de dólares. De esa ingente suma, unos 40.000 millones corresponden a Argentina, casi 100.000 a Brasil y 90.000 a México. Y fue precisamente a partir de este último país, en 1982, como surgió la primera señal de alarma, con el síndrome mexicano de impago y aplazamiento, que luego, de iure o de facto, fue extendiéndose a otros países (Venezuela, Brasil, Chile, Argentina, Cuba, etcétera).En el grave problema de la deuda externa una parte considerable de la responsabilidad corresponde a los propios países deudores. Muchos de ellos se lanzaron a programas de gastos irracionales e inflacionistas -y en muchos casos de mero consumismo- de los que se beneficiaron sobre todo las capas sociales más altas. Ello no impide considerar, sin embargo, que se requiere una solución excepcional a este problema, por solidaridad con los menos desarrollados, que ahora ven sus dificultades agudizadas por la imparable carrera alcista del dólar y por los elevados tipos de interés.
Una emergencia que requiere una solución
Se trata de evitar que las tensiones políticas y militares se vean intensificadas por las financieras, y que la segunda gran depresión en lo que va de siglo termine como finalizó la primera: en una conflagración que ahora tendría efectos incalculables e irreversibles. Por ello parece urgente -entre otras cosas, evidentemente- plantearse cómo abordar la dificil cuestión de la deuda externa y el nuevo orden financiero internacionaL Ello se puso de relieve en la reunión de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) en París, en mayo de 1983 (la propuesta Mitterrand de "un nuevo Bretton Woods"). Y otro tanto sucedió en Williamsburg (EE UU), en junio, en la "cumbre de los siete grandes". Y en Belgrado, con ocasión de la VI UNCTAD (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo), que se celebró en junio / julio de 1983. Después, vinieron otras búsquedas de solución, pero sin que. hasta ahora se vea luz al final del túnel.
En definitiva, parece indispensable la celebración de una conferencia internacional sobre la deuda,. como encuentro operativo a llevar a cabo con decisión, a fin de plantear las bases de un futuro convenio internacional sobre la deuda (CID). Puede parecer algo muy pretencioso, pero al respecto ha de recordarse cómo en 1940 el presidente Roosevelt puso en marcha el mecanismo de la ley de Préstamos y Arriendos, para facilitar ayuda económica y militar a los países en guerra con la Alemania nazi, contribuyendo así a "salvar las. democracias". El gasto por este concepto alcanzó 40.000 millones de dólares de los de entonces. Y al final de la contienda se condonaron las deudas al Reino Unido y, de hecho, se aceptó el impago por la URSS.
Poco después, ante otra emergencia, EEUU fácilitó una nueva ayuda, a través del Plan Marshall (gratuito al 90% y por un monto de 22.000 millones de dólares entre 1948 y 1952). Esta vez, para "reconstruir democracias".
Hoy de lo que se trata es de hacer viable la democracia en la mayor parte del mundo y de ayudar a construir un nuevo orden económico internacional (NOS). La emergencia, pues, es mucho mayor que en 1940 o en 1948, de alcance verdaderamente mundial.
La necesaria renegociación global de la deuda
Evidentemente, y en ello hay un acuerdo prácticamente unánime, un volumen tan ingente de deuda externa como el acumulado en los países en desarrollo no podrá ser reembolsado por métodos convencionales. Los cálculos realizados demuestran, además, que su refinanciación convencional la haría ir en aumento, hasta crearse una situación hoy por hoy técnicamente inverosímil. En ese contexto se ha desarrollado toda una polémica sobre si la renegociación de la deuda ha de hacerse bilateralmente -por cada país con las agrupaciones de bancos y con el FMI (Fondo Monetario Internacional)- o si, por el contrario, ha de procederse globalmente, es decir, convocando la conferencia antes mencionada, tal como ya se solicitó en la VI UNCTAD.
Parece que esta segunda alternativa es la más válida a medio y largo plazo. El primer método, el tradicional, crearía condiciones insoportables para los deudores, al tiempo que compartimentaría el problema sin darle solución. En cambio la segunda vía ofrece nuevas expectativas, conforme a las cuales el TMI debería cambiar su actitud de atender casi en exclusiva a los intereses de los acreedores -y más claramente, de la gran banca internacional- para asumir de forma decidida las nuevas funciones que realmente le corresponden, en base a los intereses generales de la situación actual del mundo. Mantenerse en las inercias presentes equivale a polarizar la irritación de tirios y troyanos, lo cual acabaría por convertir al FMI en un organismo definitivamente obsoleto.
Lo que la burguesía emprendedora de los países más avanzados y las empresas transnacionales más evolucionadas deberían comprender es el nuevo horizonte del FMI como foro más adecuado para discutir el antes indicado convenio internacional sobre la deuda, utilizando para ello su propia organización y los comités y grupos de trabajo ad hoc que hubieran de designarse. Como consecuencia de ese convenio será preciso algún tipo de nuevo instrumento del FMI para consolidar la deuda a largo plazo y evitar los traumas que de otro modo podrían producirse o están produciéndose ya.
Éste es el sentido de la propuesta de un sistema de derechos especiales de emisión del FMI, que explicaremos con cierto detalle en el segundo artículo de esta serie. Pero antes de entrar en el esquema creo que serán convenientes algunas meditaciones previas.
La viabilidad del proyecto
Podrá argüirse que un proyecto así es una utopía. El calificativo en ningún caso cabría recibirlo como peyorativo. A diferencia de la quimera -irrealizable por ir contra las leyes de la naturaleza-, la utopía es un sueño dificil, pero realizable. Quienes en 1944, todavía no terminada la guerra, se reunieron en Bretton Woods, pudieron ser calificados de utópicos (y ciertamente, Heynes mucho más que VAúte). Y sin embargo la utopía del Fondo Monetario Internacional funcionó razonablemente bien entre 1948 y 1971, durante 23 años. Como también la inicial propuesta de John F. Kennedy sobre la reforma del FMI pudo parecerles a algunos un proyecto visionario, utópico. Y sin embargo, un día nacieron los derechos especiales de giro (DGEs), de los cuales quizá no se haya logrado una aplicación fulgurante, pero que sí contribuyeron -y no nos damos cuenta de hasta qué punto- a mantener una cierta credibilidad del Fondo Monetario Internacional en la etapa dificil que se inició en.1971 al declararse la inconvertibilidad oro del dólar. Por lo demás, actualmente son muchos los que están pidiendo, de una u otra forma, "un nuevo Bretton Woods". Eso, en realidad, equivale áplantear un solución superadora de la situación en que vivimos.
En definitiva, lo que de utopía. pueda haber en el proyecto del convenio internacional de la deuda y de los derechos especiales de emisión (CID-DEGs) corresponde al reto que plantea la propia dureza de la realidad que nos rodea: una incertidumbre que se difumina en riesgos de guerra (con gastos militares cifrados en 1982 en 800.000 millones de dólares); situaciones de paro y angustia y también de ignorancia; hambre y miseria.
No nos dejemos engañar por un panglosiano "aquí no pasa nada". Ni nos dejemos des ' lumbrar por las "luces de la ciudad" en medio de la depresión. En 1936 las calles de las ciudades españolas estaban a rebosar, y sin embargo hubo una cruenta guerra civil. En 1939 Europa era "casi una fiesta", y sin embargo estalló una guerra brutal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.