Protegerse los ojos
Escribo en la mañana de este último día de julio, y quiero hablarles de algo que sucedió ayer por la tarde aquí, en Hondarnibia (Fuenterrabía), no como un mero hecho lamentable que considerar y por el que hubiera que pedir determinadas responsabilidades concretas, encarnadas, por ejemplo, en el jefe o el oficial de la Guardia Civil, cuyas fuerzas ocuparon ayer este pueblo. Los periódicos guipuzcoanos de esta mañana -Egin, La Voz, Deia y El Diario Vasco- traen bastante información, tanto literaria como gráfica, sobre lo sucedido, y la condición, de hecho lamentable, queda suficientemente documentada.Se trata más bien de expresar en muy pocas palabras cómo el suceso forma parte, al parecer, de una estrategia completamente inadmisible para el orden público, y menos cuando su elaboración se ha producido en los cerebros de unas gentes que algún día fueron socialistas. Esta idea de que se trata de una estrategia socialista en este campo y no de insólitos abusos por parte de determinados agentes de unas fuerzas en cuyo seno se produjeran algunas resistencias al cambio, se basa en la observación de que este comportamiento es el regular aquí o allá, y no sólo en Euskadi, de dichas fuerzas. El aporreamiento de las poblaciones, y no ya con aquellas benditas porras y aquellas no menos benditas mangueras de agua de que gozamos durante el franquismo, sino con un material homicida, sobre todo en la forma criminal (uso aquí esta palabra en su sentido técnico más preciso) en que se emplea: a corta distancia y a la cabeza. Tratándose, por ejemplo, de los botes de humo, se su pone que la imaginación antisubversiva que los creó pensaría en un tiro curvo, de manera que el bote cayera como desde el cielo en el seno de las multitudes subversivas con el objeto de provocar en ellas ciertas dificultades respiratorias que las disuadieran de su permanencia en determina dos lugares; pero esto no es así, sino que tales proyectiles se con vierten en mortíferos cuando se disparan a corta distancia, en tiro rasante y a la cabeza. También es de suponer que el disparo de bolas tendría que justificarse (dentro de la filosofía policiaca, que, naturalmente, no comparto ni en sus versiones más humanísticas) por la presencia real de disturbios y que, en tal caso, los disparos tendrían que realizarse a prudente distancia y al cuerpo de los agentes agitadores de las masas y a sus inconscientes secuaces (¿me explico como es debido, señores de la policía?, ¿me explico bien, señores entre los cuales algún día hubo algún socialista?). Pero no ocurre así, como pude observar ayer -aunque ya lo sabía-, entre otras cosas porque había visitado en el hospital a Peio Mindegia, que ha sido cegado para siempre por la policía socialista: es un obrero de Laminaciones de Lesaka, militante del EMK, vecino de este pueblo, al que le fue disparato frontalmente un bote que le destrozó el rostro.
Ayer vi que había que Protegerse los ojos, porque los disparos se realizaban a ese nivel; y ello sin que se hubiera producido otro incidente que una grave ocupación de un pueblo por la Guardia Civil y unas palmas -que me parecieron quizá burlonas- por un grupo de jóvenes. Allí empezó el primer acto del infierno. Yo acababa de regresar al pueblo después de un paseo hasta el barrio de Amute, cuando, de pronto, me encontré con un fragor de guerra. Huí por un callejón hacia la calle de Santiago y vi cómo eran invadidas todas las calles y cómo florecían indiscriminadamente los disparos. ¿Hacia dónde? Hacia cualquier cosa que se moviera en un balcón. Y qué aguerridos, qué movimientos, qué forma de replegarse y de atacar en otros momentos: lo único que faltaba era el ejército enemigo, pues quienes andábamos por las calles del pueblo no portábamos arma alguna de ninguna clase. Dar unas palmas en un momento determinado había desencadenado todo aquel terror. ¿Es aceptable tal procedimiento contra las poblaciones? ¿Hay entre ustedes, socialistas, alguien capaz de reflexionar sobre estas graves cuestiones?
El segundo acto de este infierno. se produce de la siguiente forma. Parecía tranquilizada la situación, a pesar de la presencia ominosa de tanto material represivo en la muy próxima acera de enfrente. Alguna mesa de las terrazas empezaba a ser ocupada y nosotros, un grupo de amigos, nos sentamos en torno a una con la intención de tomar algún refresco (temperatura ambiente en aquel momento: unos 35 grados centígrados). Comentarios sobre lo sucedido... Intenciones de pasar lo más tranquilamente posible el resto de la tarde... (También puede uno marcharse a su casa, es verdad, ¿pero por qué hacerlo? Un mínimo reflejo ciudadano lleva a nuestro espíritu la necesidad de afirmar nuestra modesta existencia y nuestro derecho a estar presentes en la vida cotidiana de nuestro pueblo y a que nadie nos eche a casa, y menos, como se dice, por la fuerza de las bayonetas.) Al poco, una señora muestra los destrozos causados en su casa desde el balcón de un entresuelo, a unos metros sobre la terraza en la que tratábamos de obtener nuestro refresco. Unos operadores de televisión -¿alemana?: con brazaletes amarillos- se disponen a rodar desde la calle este efecto de lo acontecido. Ello produce cierto interés, y unas pocas gentes se concentran para verlo: es todo lo que ocurre y ya están sonando los disparos otra vez, y otra vez son las carreras, y otra vez es el pánico. Algunos, en lugar de huir de nuevo hacia las callecitas, huimos hacia adelante, hacia los guardias civiles, con los brazos en alto. "Esto es el terror, esto es el terror", decimos a los guardias que nos apuntan. En fotos que se han publicado y en la información escrita se ve hasta qué punto estuve al borde de ser abatido allí, sobre el asfalto, como hicieron con alguien próximo, a quien después de abatirlo le dispararon nuevamente a dos o tres metros de distancia.
En el primer, inopinado, ataque, lo primero que hice fue protegerme los ojos. Tenía muy próximos los ya ciegos de Peio Mindegia, su rostro tumefacto. Protegerse los ojos, pero no cerrarlos. ¿Es posible que a los socialistas se les hayan cerrado de este modo? ¿Sólo les quedan ojos para hacer guiños de complicidad a la derecha? Así, pues, ¿ya no ven lo que veían? ¿Cómo es que ya no lo ven? El hecho de que Fraga les aplauda, ¿no les hace caer la venda de sus ojos? Sin embargo, desde el punto de vista de una izquierda, incluso la más moderada del mundo, un aplauso de la derecha cerril tendría que ser suficiente para que a uno se le cayera de vergüenza no ya los ojos, sino toda la cara.
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