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Juanita Reina: brillos de Arabia-Andalucía

Juanita Reina.Recitales.

Sala Xenón, Madrid, 2 de agosto de 1983.

Blanca y cuajada de brillantes -como las vírgenes coronadas en las procesiones sevillanas de Semana Santa- entre el sonar de la orquesta y el homenaje de los focos, hizo su aparición Juanita Reina. Hablaba del canto andaluz -el cantar de mis cantare- para iniciar los recitales que durante todo el mes de agosto dará en la sala Xenon de Madrid. Opulenta, el pelo negrísimo recogido en un moño, con voz de soprano y Guadalquivir puesta al servicio de la canción española, y siempre bata con faralaes y peinetas con más brillantes o quereres de esmeralda, Juanita Reina es para su público la reina, la indiscutida gran señora. Pero lo cierto es que esta *Mujer, con potente voz llena de limos, y de perfumes y de esencias terráqueas, tan folklórica, se me hace -a mí la prístina representación de una faceta popular de lo árabe-andaluz. En su empaque y su cadencia, Juanita recuerda o se parece a las grandes divas de la canción islámica. A la gran Om Khalzum, por ejemplo, colaboradora de Nasser, y cuya voz hace aún estremecer a todos los muchachos árabes. Pero su brillo, su fulgor, sus ademanes, sus temas, pertenecen -sin desmerecer lo árabe- a la tradición del barroco churrigueresco y de la contrarreforma. Juanita Reina es altar de columnas salomónicas con mucho dorado, santísimas con puñales y lirios y ojos rodeados de khol y mejillas muy rosas. ¿Qué se puede cantar entonces? Lo que canta: sin interrupción temas amorosos. Bendeciré al amor que me da vida, / bendeciré al amor que me da muerte, decía,

Aunque más de una vez cantó sin micrófono para demostrar que su voz es de verdad, auténtica, la técnica funcionó raramente. Pues un silbido chirriante y casi continuo ponía extraña sordina a la voz de la cantante, que hablaba de perder la razón amando locamente, y de que todo es muerte hasta que el amor no prende la estopa. Hubo canciones tradicionales como Lola la piconera, o Las cinco faroIas, y jazmines en el pelo para esa celebrada Carmen de España, que no es la de Merimée. Homenajes a Rafael de León, y un breve entreacto en el que un devoto de la artista recitó dos poemas que dedicaron a la artista Ochaita y Valerio, uno, y el mismo Rafael de León, el otro; los gurús del género y del modo.

Lo que diferencia fundamentalmente a Juanita Reina de las tonadilleras y canzonetistas mejores -entre las que está- sea Conchita Piquer antes, o Rocío Jurado ahora, es el populismo. Juanita es popular en el sentido profundo del término. Es pueblo auténtico, y la voz (además del oropel de los vestidos) lo denotan. Se adorna -como Evita Perón- porque el pueblo ama el fulgor, detesta lo luterano, es idólatra, y a sus santas les pinta los labios muy de rojo, y las hace Afroditas del sexo aunque no las toque.

Luego está el público -una parte del público- que la adora.

Matronas, oficinistas, empresarios, muchos jóvenes -chicas con minifalda- y gays, muchísimos gays. Quizá por el esplendor, por el boato, por los abanicos, por el bien merecido calificativo de reina. Gays andalucistas echándole claveles a su Dama, los mismos, por cierto, que podrán reunirse otras noches, en las más conocidas discotecas, de órbita neoyorquina, con cuero negro, gafas oscuras y actitudes de gimnasio y Hércules. Pero adorando ahora a la agarena y cristianísima Juanita Reina: esplendor de los sentidos, populismo hispánico, voz de raíces sureñas, retintines persas, flores muy olorosas, y acaso poemas traducidos de Umar ben Umar o Ibri Zaydun -collares que besaran la firmeza de los senos parecía- poetas también arábigoandaluces.

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