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Tribuna
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El caos

Manuel Vicent

Si España estuviera bien organizada, sería inhabitable. Nos salva el caos. En este país hay melones, pimientos, cochinillos asados, sardinas en escabeche y jamón serrano, todo de primera calidad. Luce un sol espléndido, y la gente ha perdido la costumbre de matarse entre sí. Como en cualquier lugar moderno, aquí también se cometen asesinatos de alta escuela, llenos de sofisticación industrial, pero los indígenas de este territorio ya no se degüellan alineados en dos grandes bloques, igual que antaño, sino uno a uno, según el vademécum del perfecto homicida. ¿Qué razón existe para que todo el mundo no venga a vivir aquí?Ahora se ha puesto de moda entre progresistas de colmillo retorcido decir que España es un gran país. Antes eso sólo lo pregonaba el personal de derechas, ese que siempre confunde la patria con el vino de Rioja y el orgullo nacional por el jamón de pata negra. Hoy, hasta los intelectuales resabiados, los estetas malvados y los poetas resentidos afirman que aquí no se está nada mal. Este asunto comienza a ser grave, y nos puede causar muchos disgustos. Por ejemplo, el Reino Unido tiene en la comida y en el clima dos armas poderosas para ahuyentar a sus enemigos. Invadir esa isla y verse obligado de por vida a comer un puding repugnante bajo la niebla es un porvenir tan siniestro, que desanima a cualquiera. Italia se defiende con una multitud de rateros que esquilma a los turistas en la calle. En Francia hay que soportar el mal humor hortera del contribuyente con mostacho. Cada país genera la propia defensa contra sus huéspedes. Si cunde el rumor de que España es una tierra amable, hospitalaria, risueña, donde no hay un solo peligro, pronto será inhabitable, porque todo el mundo tendrá a vivir aquí.

Me encanta que nuestras playas estén hechas una pocilga, que sea difícil morir envenenado por un menú turístico, que la Administración no funcione y que los extranjeros crean que una guerra civil les puede sorprender por la espalda mientras comen paella con sangría. El caos es nuestro anticuerpo; sólo eso puede evitar que un ejército de trémulos jubilados, de turistas salvajes y pobres, de burgueses de tripa rubia, se aposente definitivamente en nuestro solar y nos robe los melones.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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