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San Martín y Bolívar, la polémica superada

Cuando yo estudiaba en el colegio secundario, allá por los primeros años de la década de 1940, el tema de San Martín y Bolívar contenía una latente hostilidad contra el héroe venezolano.No se escribía muy claramente ni se proclamaba de manera muy abierta, pero se decía que el libertador argentino había sido envuelto por la astucia de Bolívar, que la entrevista de Guayaquil había sido una emboscada política de la cual nuestro prócer habría salido tan desilusionado que sólo le quedó formular su renunciamiento histórico, que Bolívar había hurtado la gloria que a San Martín correspondía. Y así seguía el dictamen historiográfico, con la simplicidad de los esquemas que plantean lo bueno y lo malo, lo blanco y lo negro. Entonces, a medida que sentíamos la estafa de que había sido víctima el vencedor de Chacabuco y Maipo, nos roía un incontenible rencor antibolivariano.

Era el planteamiento que había formulado Mitre en su monumental Historia de San Martín y de la emancipación americana. Los organismos oficiales de la historia lo retomaban en mi país con el mismo ardor militante con que en Venezuela lo hacían los portavoces de la historia local, donde, para negar la evidencia de un documento procedente delmilitar argentino, se había sugerido que lo escribió obnubilado por el opio... Se planteaba la relación de los libertadores como una competencia casi deportiva, y la circunstancia de ser venezolano o argentino adscribía a posiciones cerradas donde la exaltación de uno equivalía a la negación del otro.

Han debido transcurrir algunas décadas para que esas actitudes remitieran. Y sí el panorama historiográfico de bolivarianos y sanmartinianos se ha pacificado, ello no ha ocurrido forzando los hechos ni las interpretaciones. Simplemente se han eliminado los factores extrahistoriográficos, las incrustaciones de un nacionalismo cerril y los forzamientos con que a veces los mismos Gobiernos presionaban a los historiadores para revestir a sus respectivos héroes de un aura especial que los convirtieran en santos patronos.

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En otras palabras, cuando se puso el tema en un terreno estrictamente historiográfico, las pasiones cedieron y la cosa se entendió sin tropiezos.

Pero, ¿qué significa haberla entendido? Muy sencillamente: comprender que San Martín y Bolívar fueron dos personalidades diferentes, con distintos puntos de vista sobre la misión que les competía, pero cuyo objetivo era idéntico. Cada cual, entonces, operó del modo que le era propio; cada uno hizo lo que tenía que hacer.

Nuestro San Martín era un militar total. Tenía un definido sentido del deber y una clara idea de la misión que le había asignado el destino. Carecía de ambición de mando, era sobrio y austero, se confiaba a escasos amigos y los límites de su conducta eran estrechos, gobernados como estaban por los códigos que había aprendido en el Ejército español. San Martín admira a su lejano competidor, y acaso le envidia sanamente el apoyo que había logrado en los pueblos que iba liberando y cuyos Gobiernos le respondían. El argentino, extranjero en Chile y Perú, situado a una exasperante distancia de su base política, abandonado por el Gobierno de Buenos Aires, colocado en una ambigua situación jurídica (¿Iibertador?, ¿condotiero?, ¿intruso?), comprendía que su apoyo se iba desgastando y su epopeya corría el riesgo de finalizar sin gloria en cualquier momento.

Bolívar, en cambio, dionisiaco y universal, diseñador de proyectos formidables, no limitado por una conducta formada en las academias militares, consciente del sabor de la gloria y convencido de su destino, estaba, en vísperas de la conferencia de Guayaquil, en mejores condiciones que su par para culminar la obra emancipadora. Era el héroe de las tierras tropicales y las tierras altas; San Martín lo era de las pampas. Sacado de su propio territorio por el impulso de la empresa que encabezó, el argentino debía quedar fatalmente descolocado. Así lo comprendió, y entonces se abstuvo de empecinarse en seguir adelante. Había hecho lo que tenía que hacer y ahora la posta debía recogerla quien estaba en mayor aptitud de llevarla hasta el fin.

Pocas veces se ha dado en la historia del mundo un hecho tan espectacular y, al mismo tiempo, tan lógico. El alejamiento de San Martín después de Guayaquil era un acontecimiento fatal e inevitable, y la grandeza del argentino consistió en comprenderlo así. Del mismo modo, la grandeza del caraqueño radicó en entender que debía completar lo que San Martín había llevado hasta sus posibilidades últimas.

A propósito he declinado, en esta nota, hacer referencias eruditas. No creo que nada pueda agregarse a lo que de un lado y otro se ha dicho sobre las relaciones entre los dos libertadores y los motivos y consecuencias de las entrevistas de Guayaquil. Lo único positivo que puede hacerse, en el terreno de la historiografía, respecto de este tema es mirarlo con perspectiva y sin localismos. Y es entonces cuando surge la naturalidad de las actitudes que ambos adoptaron. Es ridículo pensar a San Martín y a Bolívar como personajes descarnados, exentos de pasiones, de ambiciones o de sensualidad. Las tuvieron, como cualquiera, pero no las colocaron por encima de los objetivos superiores que se fijaron. Y esta fue su grandeza. La que anula cualquier polémica estéril y reviste a las relaciones profundas de estos dos grandes americanos con un formidable signo de inmortalidad.

es historiador argentino.

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