La capacidad exportadora de nuestras empresas
La realidad está echando por tierra las esperanzas del Gobierno socialista que cifraba en las exportaciones una de las claves de la recuperación económica. El autor de este artículo analiza las principales causas, internas y externas, de esta negativa evolución del comercio exterior.
Las últimas estadísticas del comercio exterior español, publicadas por la Dirección General de Aduanas, han arrojado un auténtico jarro de agua fría a las esperanzas de que la exportación se convirtiera este año en elemento expansivo para nuestra economía. Cada vez de ve más claro que el objetivo de crecimiento -en términos reales- de nuestras ventas al exterior no podrá alcanzar la cota de algo más del 5%. que se había efectuado desde el Gobierno, en un exceso quizá de voluntarismo no acorde con las pobres previsiones que desde el GATT, la OCDE y el FMI se han venido realizando respecto a la evolución del comercio internacional en su conjunto.Con este telón de fondo, los comentarios y análisis que se han venido produciendo, en relación a la poco esperanzadora evolución de nuestra balanza comercial, han venido haciendo especial hincapié en los aspectos macroeconómicos condicionadores de tal evolución. Es muy posible que a ello haya influido el hábito que los economistas hemos adquirido de hacer evaluaciones en términos agregados como rindiendo tributo a la memoria de John Maynard, del que en este 1983 estamos celebrando el centenario del nacimiento.
No voy a ser yo, desde luego, quien niegue el valor de los análisis sobre la evolución de nuestra inflación diferencial respecto a otros países, sobre la evolución de la peseta en los mercados de cambio o sobre la asignación global de recursos entre economía interior y sector externo; pero me da la sensación de que los economistas estamos olvidando que el comercio exterior español viene constituido por la suma de una pluralidad de decisiones empresariales de importar y de exportar que se orientan -en una economía de mercado como la que consagra nuestra Constitución- hacia la maximización del beneficio o la minimización de la pérdida por parte de las unidades productivas que deciden relacicinarse con el exterior.
Por eso, cada vez es más necesario el análisis de nuestro comercio externo con parámetros microeconómicos, como los de la consideración del tipo de bienes que son capaces de ofertar al extranjero las empresas ubicadas en España, o los de la consideración del tipo de bienes sobre los que las empresas extranjeras potencialmente compradoras generan demanda. Y es aquí donde se aprecian problemas importantes que condicionan la evolución de nuestros intercambios comerciales con el exterior.
Poca fuerza exterior
De acuerdo con nuestra dotación de recursos, España ha ofrecido en estos últimos años una imagen polivalente en la exportación. Por una parte, hemos seguido exportando productos agrarios tradicionales, y, por otra, hemos obtenido éxitos claros en la exportación de una variopinta gama de productos industriales.
Sobre la exportación agraria nada voy a decir desde aquí, y mucho menos ahora en que, con la esperanza puesta en el ingreso en las Comunidades Europeas, nuestras perspectivas en este sector pueden cambiar muy sustancialmente como consecuencia de la política agraria común.
Pasando, en cambio, a la exportación, industrial, hay que convenir en que la estructura productiva capaz de competir con el exterior, que se refleja en los datos de nuestra balanza comercial, no puede arrojar excesivos optimismos respecto a la capacidad autónoma de respuesta a una eventual recuperación de la economía mundial por parte de la exportación española.
En uno de los últimos números de la revista Fomento de la Producción se daba la lista de las empresas con mayor exportación en 1982. De las 27 empresas con exportación superior a los 10.000 millones de pesetas, cinco son vendedoras de derivados del petróleo -un petróleo, lógicamente, que previamente han importado-, cinco pertenecen al sector del automóvil -con todo lo que la crisis mundial presupone para un sector tan especial como este-, tres son siderúrgicas, y no hace falta insistir sobre la falta de demanda y el desmantelamiento que en Europa se está viendo en el sector del acero, y dos son astilleros, con una problemática muy similar a las siderúrgicas. Solamente algunas empresas químicas, una de ordenadores -multinacional, como otras tantas de las primeras posiciones del ranking-, una de cemento, una de aceites, dos aeronáuticas y otras de metalurgia de base parecen no estar en sectores de bajo crecimiento.
Si analizamos los niveles tecnológicos de nuestra exportación y salvadas honrosas excepciones, nos damos cuenta de la aguda dependencia existente respecto a patentes extranjeras y las condiciones que ello implica para vender al exterior, al tiempo que los pruductos de nuestra tecnología normal media, que eran los mejor vendidos a países en desarrollo de demanda poco sofisticada, están hoy en situación crítica por la insolvencia de muchos de estos países.
En este repaso de aspectos microeconómicos, que condicionan la poca fuerza de nuestra exportación en los momentos actuales, es preciso también referirse a la escasez de redes comerciales en el exterior y al poco conocimiento directo que la empresa exportadora tiene del cliente extranjero, lo cual motiva que éste se pierda ante cualquier suministrador más agresivo; así que la demanda empieza a escasear y la competencia se recrudece.
Sin política comercial
Todo este panorama de consideraciones sirve para poner de manifiesto que no basta con polítícas monetarias, fiscales o de tipo de cambio para forzar exportaciones y para moderar importaciones. Hace falta una política comercial capaz de abrir las puertas de los mercados foráneos; una política de reconversión industrial capaz de facilitar el acceso de la empresa española a tecnologías que tengan demanda exterior, y una política de fomento de exportaciones adecuada a esta importancia creciente de lo que he venido denominando microeconómicos.
El fracaso de la exportación española a Estados Unidos sirve para evidenciar con rotundidad que no basta un precio relativo reventado para introducirse en un mercado si no se tiene el producto que allí se esté demandando en el momento en cuestión, y si no se sirve en las cantidades y especificaciones y homologaciones que hagan al caso.
En este contexto, el Ministerio de Economía y Hacienda y especialmente la Secretaría de Estado de Comercio, el Instituto Nacional de Fomento de la Exportación (INFE) y el resto de organismos de apoyo a la exportación deben considerar este enfoque microeconómico, sin el cual nuestra exportación seguirá contando con ayudas y estímulos poco adaptados al momento presente de la economía mundial.
es profesor agregado de Organización Económica Internacional de la universidad de Barcelona y director general de Promoción Comercial de la Generalitat de Cataluña.
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