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El gran espectáculo de los Miura

Plaza de Pamplona. 10 de julio. Cuarta corrida de San Fermín.Cinco toros de Eduardo Miura, con trapío, casta y excelente juego (quinto premiado con vuelta al ruedo). Sexto, sobrero de César Moreno, manso.

Ruiz Miguel. Pinchazo, media y estocada caída (silencio). Pinchazo y estocada desprendida (oreja). José Antonio Campuzano. Media trasera y baja (oreja). Bajonazo (dos orejas y dos vueltas). Ortega Cano. Pinchazo hondo, media caída y dos descabellos (vuelta). Dos pinchazos y media (aplausos).

Así es, o así debería ser el toro bravo, como los Miura de ayer, un gran espectáculo. ¿Los quieres aparatosos?. Pues ahí está ese cárdeno claro y guapo que abrió plaza, el cual salía, y salía y no acababa de salir. El talgo no tarda más en salir de un túnel. ¿Lo quieres rematado y fino? Pues ahí está ese segundo, del que nadie diría pesaba arriba de los 600 kilos; escurrido, todo músculo, también largo, delicado de pata y pezuña, como un caballo de rejoneo; y además, rápido, nervioso, alegre, derrochando casta en todos los tercios. ¿Lo quieres bravo? Pues ahí está ese quinto colorao, bellísimo, modelo de una estampa iluminada de Daniel Perea, que se rompe en varas y aún destrozado por los boquetes que le ha hecho la ferocidad del picador, soltando sangre a chorro, embiste humilladito y largo.

A este toro excepcional José Antonio Campuzano le hizo una gran faena. Había estado bien el diestro de Gines en el primero, aunque tocado de vulgaridad, sin arte; sobre todo le había hecho un oportunísimo quite a un banderillero, que sufrió un revolcón del tercer Miura. Sin embargo, el reto a su capacidad torera lo tenía en ese quinto toro encastado y bravísímo. Era difícil que la calidad del toro no eclipsara al torero, pero Campuzano logró mantener el equilibrio de calidades y bondades a lo largo de todo el trasteo. Bajó la mano, derramó la exquisitez del temple en dos soberanas series de naturales, rematadas con el de pecho. Luego se distanciaba, y al primer cite, el toro ensangrentado acudía encampanado y alegre, para humillar al engaño, seguirlo encelado en todo su recorrido. Lo seguía hasta donde mandara Campuzano, que estaba crecido en su torería y cuajaba una actuación redonda. Echó el borrón del bajonazo, que no tuvo en cuenta el alborotado público, y su triunfo alcanzó los límites del delirio. También hubo delirio para el toro bravo, y un clamor de aplausos y vítores acompañó su vuelta al ruedo.

Varios Miura salieron bravos, otros mansos, y buscaban de salida tablas o chiqueros, aunque pareció que algunos se arrancaban al bullicio del tendido. Todos, sin embargo, se igualaban en casta desbordante, en el sentido característico del hierro, que irrumpe y hace estragos cuando en el torero falla la técnica. Ruiz Miguel, especialista en fajarse con estos toros, les hizo sus habituales faenas aceleradas, con multiplicidad de regates. Ortega Cano instrumentó en el tercero, otro noble ejemplar, dos series de naturales largos y suaves. Lamentablemente, en los siguientes muletazos no encontró la necesaria continuidad, pues -lo dicho- equivocaba terrenos, fallaba la técnica. De todas maneras, estuvo muy torero.

El sexto, otro colorao de impresionante trapío, fue devuelto al corral por cojo. Cuando quedó en la soledad del ruedo, el público, quizá arrepentido por la precipitación de su protesta, le dedicó una ovación. El toro la merecía. Se engallaba en el platillo, arriba la hermosísima testa. Miraba desafiante al voladizo nuevo de la andanada. Lámina de toro antiguo, quintaesencia de la galanura entre los de su especie, había sido injustamente condenado a muerte infamante en manos del matarife.

En su lugar salió un pavo de la tierra, amelocotonao, cornalón y tremendamente astifino. Resultó manso. Ortega Cano lo banderilleó bien e intentó sacarle todo el partido que tenía con la muleta que era muy escaso. Con la expulsión del Miura, se había roto la línea expléndida, diríamos gloriosa, de la miurada buena. Campuzano salió en triunfo. Los Miura triunfaron también. Toros como estos de la histórica divisa, reconvierten la fiesta en el mayor espectáculo del mundo.

Ministros en el callejón

Los ministros de la Presidencia, Transportes y Cultura presenciaron la corrida desde un burladero. No les brindaron toros. Se intercambiaban serias miradas, cuando las peñas entonaron una canción, en cuya letra figuraba la frase "en Euskadi se prepara la revolución". Por lo demás, el ambiente no estuvo politizado.

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