El espía que no surgió del frío
Santiago Trallero, fresador, masón y falso marqués, pudo haber sido asesinado por ser agente de información
La Brigada de Información de la Policía ha remitido un informe al Ministerio del Interior en el que apunta la posibilidad de que Santiago Trallero Oferil fuera agente de información al servicio de algún país del Este. El pasado 14 de junio, Trallero era encontrado muerto, desnudo, a la salida de la bañera, en su domicilio de la calle de Valencia, 101, de Barcelona, a causa de lo que inicialmente se consideró un accidente fortuito producido por un escape de gas. El peritaje de los bomberos y el informe del forense han descartado esta hipótesis, por lo que la policía investiga un posible asesinato. La documentación hallada en otro piso, ha llevado a escribir al responsable de las investigaciones que pudiera tratarse de un espía que sabía demasiado. Trallero convivía con una empleada del departamento cultural del Consulado de los EE UU en Barcelona.
Jaume, como le llamaban. Perplejos unos, extrañados otros, hubo entre estos últimos quien reaccionó y preguntó al único familiar presente, a la tía octogenaria, quién era en realidad este personaje, al que la tarjeta de visita adornaba con el título de marqués. También desconcertó al cortejo la ausencia de Teresa Conill, su esposa -"¿o no era su esposa?"- en el grupo que había acudido al depósito.- El clac del cerrojo del furgón pareció poner el punto final a la vida de un entrañable desconocido para aquellos que acudieron hasta las frías paredes de loza de la morgue del Ensanche.Retrato de familia
Aquella mujer de 84 años, menuda, un tanto encorvada y vestida de negro, la tía Eulalia, que fue asaeteada a preguntas el día del entierro de su enigmático sobrino, ha vuelto a abrir el álbum de los recuerdos. Junto a una fotografía en tonos sepias de una elegante matrona, que parece mantener su equilibrio gracias al apoyo de un hombre, está su primer retrato. Santiago Trallero Oferil viste un traje de primera comunión blanco, con una cinta colgando del hombro, ribeteada de unos flecos que se adivinan dorados. Entre sus manos sostiene un libro y en sus ojos se palpa un vacío. Acababa de cumplir los nueve años y era alumno aventajado de la escuela pública Pere Vila. El fondo es indefinido.
De profesión, fresador
Más allá de la instantánea, sí se observa el cliché al trasluz, justo al lado del fotógrafo, al pie de la máquina, se vislumbran, engalanados, los tíos, la prima, la madre, y la ausencia de un padre, desaparecido pocas semanas antes de que él naciera. Se descubre también un piso oscuro en Pedro IV, en la frontera de Poble Nou con el parque de la Ciutadella. Es una vivienda alargada. El único adorno es una mesa enorme en el centro del comedor y una rinconera con una docena de copas y algunos platos de cerámica desportillados.
Santiago Trallero Oferil hubiera podido hacer dos cosas, trabajar de carretero, como su padre, en Can Betriu, o ingresar en Fuerzas Eléctricas de Cataluña, SA (FECSA), como el tío. También hubiera podido marcharse a Venezuela, como la prima. Prefirió quedarse allí, en la casa, junto con los tíos y la madre, trabajando en un taller de la calle de Pamplona, donde le enseñaron los primeros rudimentos de la mecánica y de la fresadora, y escuchando por radio, los domingos por la tarde, los partidos del FC Barcelona. De vez en cuando hacía una escapada en solitario hasta el baile, jugaba una partida de ajedrez en casa de un amigo o daba un paseo hasta la playa. De esa época hay también una segunda foto. Santiago Trallero Oferil aparece como un adolescente. Permanece de pie ante el fotógrafo, en el estudio, con una corbata de lana a rayas, encima de una camisa blanca recién planchada. Es su último retrato del álbum.
Ingresó en la Fundición Torras el 12 de septiembre de 1949. Tenía poco menos de 23 años, una novia que vivía en la residencia de monjas de Santa Eulalia de Vilapiscina y un cierto gusto en el vestir elegante, que le diferenciaba de los demás empleados de la fábrica. En el expediente laboral de este mecánico ajustador, oficial de primera, hay una sola sanción leve "por reiteradas faltas de asistencia al trabajo". Nada más. De esa época data también la imagen de un muchacho que se las da de conquistador y mujeriego, al que le gusta escaparse de la casa los sábados por la tarde para ir al baile, pero que los domingos acude puntualmente a misa y a menudo se acerca al comulgatorio. Eran los prolegómenos de los de colores.
Un primer accidente se produjo en 1963. Para entonces ya había consumido 14 años de su vida en la fábrica. Sucedió mientras limpiaba una máquina planeadora La mano derecha le quedó aprisionada y hubo que llevarlo urgentemente hasta la mutua. Después le dieron un destino en las oficinas en la biblioteca y en los archivos Así empezó su afición a los papeles y a la lectura de periódicos. Los leía con fruición, con un lápiz en la mano. Después, los recortaba y los almacenaba. De vez en cuando, se levantaba del sillón, abandonaba su alcoba e iniciaba un peregrinaje continuado por el pasillo del balcón a la cocina. "Mis cosas, mis cosas", musitaba sin cesar. Sus cosas eran la habitación llena de periódicos y revistas, sus interminables partidas de ajedrez, ese hipotético título familiar -Marqués de Llave Dorada, que luego transformaría en Marqués de O'Feril por su reivindicación de antecedentes irlandeses-, alguna que otra esporádica estancia en la montaña de Montserrat, el catalanismo de raíces republicanas, Cataluña, el FC Barcelona y la radio.
Coleccionista de recortes
El currículo laboral del obrero Santiago Trallero Oferil se interrumpió el 30 de junio de 1965. Varios días antes le llamaron de la dirección. Abandonó la empresa dejando tras de sí una estela de rumores. Aseguran que aquella mañana le ofrecieron alternativamente la renuncia o el despido, al descubrirse el cobro de unas comisiones en la compra de unos libros. Santiago Trallero habría optado por la renuncia, por la salida silenciosa de la fábrica y por un cómodo empleo como viajante de productos farmacéuticos. Semanas después de abandonar la Fundición orras, sus ex compañeros descubrieron con perplejidad cómo le había desaparecido la hinchazón de la mano que le impedía trabajar en la fresadora. Tenía 41 años y los recortes de periódicos apuntaban ya al techo.
Santiago Trallero Oferil abandonó Poble Nou poco después de cumplir los 50 años. Lo anunció con tranquilidad. "Voy a hacer mi vida". Después, besó a la tía Eulalia y a la madre. Descendió por la escalera y, ya en la calle, Santiago se apercibió de que los frondosos plátanos habían desaparecido de Pedro IV y que las chimeneas de la Fundición Torras habían dejado de humear. Jamás dejó de volver. Regresaba de vez en cuando para consumir algunas horas en la alcoba con sus papeles o en la mesa del comedor. Siempre con los herméticos monólogos. Regresó por última vez el viernes 10 de junio. Fue una visita muy corta. No llegó a hilvanar siquiera una conversación. Tía Eulalía lo despidió desde el balcón, moviendo la mano. El se volvió y asintió con la cabeza. Después, lo engulló el metro.
"Nunca supimos lo que hacía. Ni dónde vivía. Ni quién era ella. Ni siquiera lo supo su madre. Tiene 94 años y vive en una residencia de ancianos", musita tía Eulalia, mientras cierra el álbum familiar y abre la puerta de una alcoba repleta de papeles, sobres, periódicos y revistas. "Éste era el archivo de Santiago. Aquí estuvo la policía revolviéndolo todo". Después, la anciana frunce el ceño y hunde la cabeza entre los hombros, como trazando un interrogante de dolor. "Ahora estoy sola", concluye. Cualquier día, un trapero acabará llevándose lo que queda.
Un caballero influyente
La vida de Santiago Trallero cambió el día en que conoció a una joven agradable, simpática, culta y de porte distinguido, que sería su compañera los 10 últimos años de su vida. Teresa Conill Llobet, 20 años más joven que él, empleada en el departamento cultural del Consulado de los Estados Unidos en Barcelona, le abrió las puertas a un mundo distinto al que había conocido. Pronto, quienes conocieron al esposo de Teresa Conill -"siempre pensamos que eran matrimonio y ésa ha sido otra sorpresa que nos ha dado Jaume después de muerto", confiesa un amigo común- se dieron cuenta de que era una persona cultivada e influyente.
Vestido casi siempre de forma deportiva, con un impecable foulard, pelo canoso peinado hacia atrás y andar reposado, era un aristócrata perfecto, aunque un estómago prominente le restaba algo de su aire noble. Fraternal con sus amigos, prudente con los desconocidos, liberal en lo político, catalanista de vocación, se le veía a menudo en el Palau de la Música de Barcelona con Teresa Conill, en una buena fila de la platea, porque ambos eran grandes melámanos. Devorador de libros, que se acu-
El espía que no surgió del frío
mulaban en su docimilio de la calle Valencia, 101, y que ardieron en medio de una densa humareda, necesitaba la ayuda de unas discretas gafas para la lectura. Su afición por los recortes de Prensa, por el coleccionismo de fotografías, por los impresos singulares, se incrementó en sus últimos años de vida.La policía encontró amplia documentación en una habitación del piso de su tía, en Pedro IV, sobre todo, perteneciente a 1977, 1978 y 1979. Había también 275 fotografías de personalidades estadounidenses y de sus familiares, informes sobre militares norteamericanos, estudios sobre política interior y exterior de los Estados Unidos, datos sobre trabajos científicos y cerca de 300 publicaciones sobre asuntos de defensa, Naciones Unidas, economía y energía nuclear. También se hallaron 7.000 fotografías sobre temas culturales y artísticos, sobre personalidades de la vida norteamericana y sobre armamento, así como 125 fotos de autoridades españolas y tres paquetes de papel con membrete del consulado norteamericano. Además, había ficheros sobre personajes españoles, listas del personal del consulado, y una relación de empresarios, políticos y universitarios que visitaron EE UU invitados por instituciones norteamericanas, así como las cantidades de dinero desembolsadas.
Masón histórico
Entre el material intervenido por la Brigada de Información figura un epistolario sostenido por Santiago Trallero y el pintor D'Albert Pujolart, presidente del Lions Club de Barcelona. Estas cartas sorprendieron a los inspectores porque se utilizaban en ellas códigos masónicos y hacían referencia a un complejo asunto que fue noticia hace cinco años. Sin embargo, esta correspondencia parece que carece de mayor interés, aunque aporta un nuevo dato en la biografía de Santiago Trallero: era masón. Perteneciente a una logia de Perpiñán, en la que figuran antiguos republicanos catalanes, se carteó con el mencionado pintor, miembro de la Gran Logia Nacional Francesa. Ambos se conocieron el 10 de marzo de 1977 en la Terraza Martini, de Barcelona, en el curso de un coctel que sirvió para presentar los cuadros de D'Albert Pujolart dedicados a Hiroshirna y Nagasaki, que se incluía dentro de una campaña en favor de la paz y el diálogo mundial.
Días después, un alto directivo del Lions Club de Malaga, abogado, judío marroquí con residencia en España, se carteó con el presidente del Lions Club de Barcelona, D'Albert Pujolar, a la vez presidente del Partido Liberal de Cataluña, que guardaba correspondencia con el partido de Enrique Larroque. Le pidió su colaboración para solucionar el problema de 10.000 judíos marroquíes establecidos en España, que salieron de su país coincidiendo con la guerra árabe-israelí de 1967. Éstos debían acudir a su país para obtener la carta nacional de identidad, si no querían convertirse en apátridas. Pero lo que podía contemplarse como un mero formulismo, era temido por los judíos marroquíes por cuanto, a su juicio, podía causarles serios problemas. Algunos creían que podían ser encarcelados o pasar a la situación de desaparecidos. En aquellas fechas, José María de Areilza sonaba para futuro presidente del Gobierno, antes de que saltara la sorpresa personalizada en Adolfo Suárez. De ahí que D'Albert Pujolart intentara conectar con Areilza, pensando que alguien tan influyente como Santiago Trallero Oferil podía ser el intermediario. Así se lo hizo saber por carta en varias ocasiones y, al parecer, este último movió sus hilos hasta donde pudo. Areilza no fue presidente, pero e problema se solucionó al permitir Marruecos que legalizaran su situación los judíos norteafricanos que vivían en España, a través de los consulados. Los judíos marroquíes siempre pensaron que el papel de EE UU en este asunto había sido decisivo.
Trallero Oferil, que siempre hablaba con gran devoción de los EE UU y con cierto elegante desprecio de Inglaterra -nunca decía Gran Bretaña-, gustaba de recordar unos poco claros orígenes irlandeses en su persona, elevados a la categoría de un título nobiliario que nunca tuvo más que en las tarjetas de visita. Se vanagloriaba de su amistad con el senador demócrata norteamericano Hubert H. Humphrey, candidato a la Presidencia de los Estados Unidos en 1968, cuando fue elegido Richard M. Nixon, y vicepresidente con Lyndon B. Johnson. Hasta tal extremo creyeron sus íntimos esta amistad que hubo quien le dio el pésame cuando el senador falleció en 1978.
Informe oricial del caso
La muerte le llegó a las 16.12 horas del pasado día 14 de junio. Lo que parecía una explosión de gas, apunta, según todos los indicios, a un asesinato. El peritaje de los bomberos excluye el gas, y la autopsia realizada por el doctor Rodríguez Pazos, también. Hay quien aventura que un fluido altamente inflamable en una bombilla, que se activaría al encender la luz, pudo provocarle la muerte.
El informe de la Brigada de Información, remitido al Juzgado de Instrucción número 5 de Barcelona, a la Fiscalía General y al Ministerio del Interior, termina con una hipótesis muy clara:
"A la vista de la documentación encontrada, parece que el fallecido era un agente de información, muy probablemente al servicio de un país del Este. Dado que las fechas de los documentos sólo llegan hasta principios de 1979, es lógico que exista otro lugar, donde el fallecido guardaba la documentación más reciente. Esta sospecha viene avalada por el hecho de que los documentos encontrados parece que ya eran considerados caducos por Oferil; esto se deduce de la forma en que estaban guardados -un tanto descuidadamente-, así como del lugar elegido para tenerlos, poco oculto".
"Como hipótesis muy alejada, también se puede considerar que Oferil reunía toda esa información para, con posterioridad, extorsionar a futuras víctimas. En los interrogatorios de la mujer que vivía con Oferil, empleada en el consulado estadounidense, se ha comprobado que existe una cuenta bancaria, pero aún no ha sido localizada. Puede tratarse de una cuenta abierta en un banco extranjero establecido en España, o de una cuenta en una sucursal de un banco español en el extranjero".
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