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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Papandreu en España

SE HA ido Papandreu de Madrid dejando el aroma de una amistad y de una intercesión en favor de España ante la Comunidad Económica Europea, que ahora preside, por tumo, su país. Simpatía insuficiente; con más fuerza pudo ejercerla la presidencia de Alemania Federal -menos concurrente con España en cuestiones agrícolas, más poderosa en la Comunidad-, y no se consiguieron más progresos que los verbales. España y Grecia tienen algunas identidades relativas: unas resultan favorables, otras no. Dos democracias que salieron de largas dictaduras y evolucionaron hacia un socialismo moderado y posibilista, que atraviesan dificultades económicas y sociales considerables y que tienen algunas claves del Mediterráneo pueden comprenderse con facilidad. Pero dos países que tienen una economía muy parecida, una agricultura muy similar y una industrialización defectuosa pueden encontrar motivos para distanciarse. De hecho, el comercio bilateral iba bien para los dos hasta que Grecia derivó hacia el Mercado Común, y desde entonces, la balanza es desfavorable para España. Esto puede hacer comprender que si Papandreu considera de justicia y de solidaridad favorecer el ingreso español en la Comunidad, sus agricultores, sus comerciantes y sus industriales no pueden estar demasiado satisfechos de que les aparezca en el mercado internacional una concurrencia importante.En sus conversaciones privadas, Papandreu puede haber aportado su experiencia personal con respecto a la OTAN y las relaciones con Estados Unidos. En su campaña electoral, reproducida casi de la que se produjo antes de unas elecciones que no pudieron celebrarse porque las yuguló el golpe de los coroneles, el actual primer ministro griego y su partido propugnaron una retirada de las bases y una salida de la OTAN. Sus razones eran considerables y no tenían nada que ver con la vocación occidentalista del país -que la tiene- ni con ninguna influencia de la URSS. La amenaza principal contra Grecia -en Chipre, en el petróleo del Egeo, en sus propias fronteras- es tradicional, y actualmente la de Turquía, país de la OTAN que ya pasó por otra experiencia: cuando quiso ser neutralista sufrió un golpe de Estado. Lo que pretendía y aún pretende Papandreu no era tanto una neutralización del país, sino amenazar con ella si no se le daban garantías frente a los turcos. No parece que haya conseguido gran cosa. Por el contrario, menudean las situaciones de amenaza interior, los rumores frecuentes de golpe (apenas corroborados por algunos discretos cambios en los mandos militares) y una cierta agitación social alentada por los partidos comunistas del país. La amenaza de retirada de bases del tratado bilateral y de la estructura de la OTAN no parece que haya surtido el efecto que esperaba Papandreu, sino el contrario. En lugar de estar más ayudada o más comprendida, ha estado y está más advertida, más aislada.

La posición del Gobierno socialista español con respecto a la OTAN es mucho más mitigada y esencialmente diferente. España no sólo no ha puesto en el tablero de discusiones la cuestión de las bases conjuntas sino que, después de anunciar que congelaba su participación militar -no la política- en la OTAN, interviene en las reuniones de las distintas cumbres y lo hace con un sentido bastante claro en favor de las tesis de Estados Unidos, incluyendo la instalación de los euromisiles y con tesis muy apreciables en la Conferencia de Seguridad de Madrid. La campaña electoral del PSOE fue, sobre todo, en el sentido de celebrar un referéndum de consulta acerca de la salida de una organización en la que el Gobierno anterior había entrado de una manera vergonzante: sin debate público, sin apenas debate parlamentario, como si hiciera una travesura. La consulta, anunciada ya para dentro de año y medio -y comunicada directamente a Reagan por Felipe González en su entrevista de Washington- puede convertirse en académica: es decir, en la busca de una ratificación popular de lo que se hizo de una manera que podía ser constitucional si se quiere, pero que era bastante precaria. En el año y medio que queda puede la opinión pública hacer sus juicios sobre los datos que se le han de dar de una manera inequívoca sobre la conveniencia o los inconvenientes que podría suponer para España la salida de la OTAN o la perpetuación de esta congelación, que sería una salida parecida a la francesa de De Gaulle, que el Gobierno socialista de Mitterrand parece cada vez más decidido a rectificar y que se sostiene sobre la nada despreciable diferencia de que Francia cuenta con fuerzas nucleares de disuasión propias, bomba de neutrones incluida.

Papandreu puede haber comunicado a Felipe González sus experiencias en esta cuestión, unidas a un espíritu común de desnuclearización del Mediterráneo (en lo que difícilmente se va a contar con Francia). Su conocimiento de la realidad, si es reflexivo, y de las posibilidades de transformala a corto plazo, no habrá sido optimista.

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