Música para una película imaginaria
JOSÉ RAMÓN RUBIOOregon.
Ralph Towner, Paul McCandless, Glen
Moore, Colin Walcott.
La Fiesta. Madrid. 6 de julio.
Hasta ahora, el grupo Oregon ha hecho la práctica totalidad de su carrera discográfica en el sello Vanguard. Sin embargo, todos sus miembros han grabado por separado para ECM. Precisamente en un disco de esa marca, Ralplh Towner incluía una composición denominada Drifting petals (pétalos a la deriva). Y esto, además de un título bonito, es una buena definición tanto del sonido ECM como de la música de Oregon.
Porque así es esa música: algo muy delicado que marcha erráticamente, sin que se vea bien de dónde viene y a dónde va; que es capaz de llenar a quien esté en la disposición de ánimo adecuada, pero que deja indiferente a quien no lo esté, y que resulta mejor en disco que a lo vivo, entre otras cosas porque el disco siempre está más a mano cuando uno lo necesita.
Hacen esa música unos intérpretes magníficos, del género de esos que deben más a Messiaen que a Ellington, más a Ravi Shankar que a Charlie Parker. Pero en fin, no hay que juzgar lo que podía haber sido, sino lo que fue, y lo cierto es que, por ejemplo, Colin Walcott es un percusionista excelente, capaz de aunar a golpes medidos tradiciones muy diferentes; que Ralplh Towner, músico discutido, cumple de sobra incluso en los instrumentos secundarios, y como guitarrista es muy bueno, aparte de que toca una guitarra clásica como es debido, en vez de esos absurdos guitarrillos de la señorita Pepis que se bautizan pomposamente con el nombre de Acústicas. Moore al contrabajo, McCandless al oboe y un montón más de instrumentos de viento, tienen quizá menos personalidad que sus otros dos colegas, pero como intérpretes están a la misma altura. Consigo el hecho curioso de que sólo parecieron estar incómodos cuando tuvieron que tocar algo que se acercaba al jazz más normal.
En cuanto a la música, tiene la desventaja de que lleve mucho tiempo sonando igual, y ahora no anda lejos de lo que pueda hacer Vangelis, por poner un ejemplo famoso. Las diferencias no son tan fundamentales: los de Oregon utilizan la electrónica solo como apoyo, pero, a fin de cuentas, tan natural o tan artificial es un oboe como un sintetizador. También recuerda la música de Oregon a ciertos autores de clásicos populares, como Grieg o el maestro Rodrigo. Bueno, y a Tárrega, de quien Towner y Moore tocaron Recuerdos de La Alhambra con un cierto airecillo de bolero desangelado.
Pero esto debió ser una frivolidad ocasional, lo que se llama una concesión al marco, porque ellos son muy serios. Aún en los más desatados momentos free su actitud es condescendiente, profesoral. Eso sí, atmósfera tienen mucha. Verles es como asistir a la ejecución de una banda sonora en la que hubieran quitado la película, y sólo viéramos a los músicos tocar. Y la cosa, aunque seguro que no es tan excitante como debió serlo ver a Miles poner fondo a Ascensor para el cadalso, merece la pena.
En la primera parte tocó el grupo Babia. Está bien esto de que haya teloneros, porque facilita la puntualidad y, en el peor de los casos, uno se cura de espantos. Babia, me apresuro a decirlo, no fue el peor de los casos: antes bien, su música fue una buena introducción, y estuvo muy a tono con la que vendría después. Sólo que, claro, la película era peor.
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