_
_
_
_
Reportaje:

Alberto Muñagorri

Hace un año, una bomba estuvo a punto de acabar con la vida de este niño de Rentería

A veces, una noticia hiere brutalmente la sensibilidad de una opinión pública resignada ante una actualidad cargada de violencia y de tragedias cotidianas. Esas noticias permanecen mucho más tiempo en la memoria colectiva. La explosión, hace ahora un año, de la bomba que hirió gravemente en Rentería al niño de diez años Alberto Muñagorri conmovió a los españoles más allá de la indignación. Para muchas personas, el caso de Alberto Muñagorri se convirtió en un símbolo de la tragedia que padece la sociedad vasca actual. Un año después, "el niño herido por la bomba" ha recuperado su alegría y parece encarar el futuro con un cierto optimismo

La opinión pública se volcó sobre el caso de este niño que se debatía entre la vida y la muerte, víctima de un juego macabro inventado por otros, un juego que desconocía la mañana del 26 de junio de 1982, cuando propinó una patada a un bulto abandonado en plena calle, una mochila que contenía una bomba. Si la noticia estremeció a todos, la recuperación del pequeño acaparé la expectación solidaria de muchos ciudadanos.Cuando, días después, Alberto Muñagorri abrió los ojos en el hospital de la Cruz Roja de San Sebastián y preguntó por el resultado del partido jugado por la selección española en el Campeonato del Mundo, algo así como un suspiro de alivio recorrió muchos hogares.

El niño quería vivir; a veces, cuando se derrumbaba ante el dolor, pedía los guantes de Arconada y se los colocaba sobre el pecho. Eso parecía calmarle. El portero de la Real Sociedad y de la selección española no había sospechado hasta entonces que sus guantes tuvieran el efecto de un talismán.

La indignación, palpable en algunos ambientes de la ciudad, no llegó a exteriorizarse en movilizaciones, y dirigentes de partidos políticos sacaron la conclusión de que Rentería era un pueblo donde el miedo había sentado plaza. Los autores de la colocación del explosivo no se molestaron siquiera en avisar a las organizaciones sanitarias o a la policía de la existencia en plena calle de una carga que no había estallado a la hora prevista. La bomba había sido colocada junto a la puerta de un almacén de la empresa Iberduero la noche del día 25.

Alberto Muñagorri acababa de salir de casa de su abuela y llevaba en el bolsillo los cinco duros de la paga. El curso había finalizado prácticamente y le esperaba el verano, la playa y los Mundiales de fútbol. La explosión le alcanzó de lleno, saltó por los aires y cayó en la calzada. Su hermana, que le vio minutos después retorciéndose de dolor, corrió a casa gritando, aterrorizada: "Amá, amá, Alberto está en la calle lleno de sangre, como destrozado, una bomba".

La recuperación física de Alberto Muñagorri ha sorprendido a los médicos. Ya ha dejado las muletas y ahora puede andar en bicicleta y jugar al fútbol gracias a su pie ortopédico. Los médicos de la clínica Barraquer, de Barcelona, creen que la pérdida de la visión de su ojo izquierdo es irreversible. Todavía conserva en el rostro, bajo los párpados, las señales de la metralla, y una herida en el muslo que no termina de cicatrizarse. La Diputación de Guipúzcoa le costea todos los gastos médicos y escolares, cumpliendo el acuerdo adoptado en Pleno poco después del suceso.

Aunque no le han entregado las notas, Alberto asegura que ha aprobado todas las asignaturas, "incluidas las dichosas matemáticas", que siempre le han causado problemas. Dice que en ciencias naturales va a sacar muy buena nota "porque es lo que más me gusta", y se muestra ilusionado con ir el próximo año al colegio de Mundáiz, en San Sebastián, para hacer sexto de EGB.

Pone cara risueña ante la cámara, tiene pinta de chaval espabilado, cariñoso y juguetón. Su padre no cree que sea un chico tímido, sino más bien reservado. Alberto se sonríe cuando le plantean preguntas que le parecen comprometidas y, después de pensárselo un rato, contesta con el lenguaje típico del baserritarra (campesino): .puede", "a veces", "quizá sí", "bueno", "claro".

Adora a Arconada, eso está fuera de toda duda, y también a Zamora, renteriano como él. "Sí, son muy majos, son los que más me gustan". Y ahí termina su discurso, mientras se encoge de hombros dando a entender que tendría más cosas que decir, pero que no las juzga importantes. La Real le mima con cariño, le invita a los partidos y le pide que se fotografie con toda la plantilla. A Alberto le gusta la fama porque durante este año ha conseguido muchos amigos y no todos los chavales guipuzcoanos pueden decir eso de: "Yo soy amigo de Arconada, ayer estuve con él".

Sus vacaciones en Mallorca son su mejor recuerdo, y la bicicleta, el mejor regalo. Este verano pasará unas semanas en Tenerife. La fama no le ha hecho perder los amigos que no le abandonaron durante su estancia en el hospital y que ahora tampoco le abandonan. Al igual que antes, juega con ellos al fútbol en las calles de Rentería. Ahora, Alberto ocupa el puesto de portero y les dice: "Tiradme más alto, tiradme más alto".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_