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Tribuna
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TEMAS DE NUESTRA ÉPOCA

"La naturaleza produce básicamente hembras, y el macho se diferencia a partir de un substrato básico común que es el de hembra". Esta afirmación que hace el autor, a partir de los últimas experimentaciones con mamíferos, se extiende también, a partir de algunas hipótesis instrumentales de la especie humana. Frente a la concepción hasta hace unos años muy extendida de que la conducta sexual masculina y femenina era, ante todo un producto de la educación y del ambiente, la psicobiología establece la importancia de los factores biológicos, a partir de los cuales se interactúa en la formación de los diferentes modelos sexuales. La trascendencia de este nuevo enfoque, que conlleva también la admisión de un cerebro de composición diferente en el macho y en la hembra, es obviamente grande sí se piensa en su proyección sobre la manera de orientar la educación general y sexual, en las decisiones clínicas referidas a casos de travestismo y en el ámbito de la medicina legal o de la patología sexual.

El sexo del cerebro

En la divulgación de los conocimientos sobre aspectos de la conducta humana, entre ellos la sexualidad, es frecuente un planteamiento que elude la vieja dicotomía organismo versus medio (ambiente), suprimiendo uno de los dos componentes, el biológico, cuando, desde hace años, las tesis más rigurosas tienden a unificarlos a través de complejas investigaciones científicas que tienen como objetivo establecer sus relaciones mutuas.En este sentido, la conducta sexual se forma, madura y declina por la conjunción de variables biológicas (genéticas y hormonales) y ambientales (familiares, sociales, culturales) que determinan la orientación del sistema emocional y motivacional del individuo con respecto a la sexualidad.

En nuestra especie, debido a su situación en la escala de las especies (filogenia), la anatomía del sistema reproductor y la conducta sexual son dimórficas. Esto supone, desde una perspectiva ontogenética (de desarrollo), que no solamente se produce un proceso de maduración, sino también de diferenciación entre el macho y la hembra. Proceso que es común en los mamíferos.

Los términos diferenciación y dimórfico hacen referencia a la existencia de formas distintas, tanto a nivel morfológico como funcional (incluida la conducta); estos términos no implican ningún juicio de valor sobre la posible mayor bondad de una forma sobre otra. Por otra parte, que existan dimorfismos morfológicos y conductuales no quiere decir que las causas de los segundos sean los primeros; su posible relación causal debe ser verificada en cada caso.

El dimorfismo en nuestra especie es una cadena de hechos biológicos y sociales. A partir de un dimorfismo inicial (la hembra posee dos cromoxomas "X" y la composición del macho es "XY") se establece un desarrollo biosocial dimórfico. Por tanto, sería demasiado simple comenzar con un a priori que achacara sólo a variables biológicas o sólo a variables socioculturales toda la función causal de la sexualidad. En principio, es más lógico esperar que en un proceso de maduración y diferenciación tan complejo los factores biológicos y sociales interaccionen. En todo caso, si se quiere ser objetivo, sería preciso demostrar que tal interacción no existe.

En esa conjunción de variables biológicas y sociales, el sistema nervioso constituye el eslabón crucial de la cadena. Esto es así porque no hay conducta sin sistema nervioso y las variables socioculturales inciden en el organismo, incluso como estímulos con significado, porque el sistema nervioso existe. De aquí la importancia de los estudios sobre diferenciación sexual del sistema nervioso para entender la conducta sexual.

La naturaleza produce hembras

¿Cómo es el proceso de diferenciación? Si nos fijamos en el proceso de diferenciación sexual durante los períodos embrionario y fetal, los mecanismos descritos en mamíferos, incluida nuestra especie, son los siguientes:

1. La presencia (en el macho) o la ausencia (en la hembra) del cromosoma "Y" determina que una estructura inicial ambivalente (ovotestis) se diferencie en testículo o en ovario. Los mecanismos que inducen esta diferenciación son desconocidos actualmente. Sin embargo, se supone que es por medio de procesos enzimáticos diferenciales codificados en el cromosoma "Y" con posible participación de otros cromosomas.

2. Una vez que se forma el testículo (en nuestra especie suele ser antes de la sexta semana a partir de la fecundación), éste comienza a secretar andrógenos (testosterona). Estos andrógenos inducen la diferenciación sexual del sistema reproductor (interno y externo) del macho y, a su vez, inducen la diferenciación sexual del sistema nervioso, al igual que otros tejidos- (muscular, óseo, epidérmico, renal, hepático, etcétera). Por tanto, la masculinización del organismo, al igual que sucede con la feminización, es un proceso general en los tejidos, entre los cuales se encuentra el nervioso. Adicionalmente, el testículo produce una sustancia (factor "X") que induce la regresión de los conductos de Müller (tanto los embriones genéticamente machos como los genéticamente hembras poseen dos tipos de conductos, denominados de Wolff y de Maller; de los primeros se forma el sistema reproductor interno masculino, y de los segundos, el sistema reproductor interno femenino).

3. ¿Qué sucede en el proceso de diferenciación de la hembra? Al contrario que en el macho, que necesita una hormona específica, la testosterona, para diferenciarse, la hembra se desarrolla como tal sin necesidad de ninguna hormona. Esto se ha comprobado experimentalmente en otras especies castrando embriones hembra y macho. Mientras la castración del embrión macho impide su diferenciación en consonancia con el sexo genético y, por tanto, se desarrollará a partir de ese momento como hembra, la castración del embrión hembra no impide su desarrollo como tal. Luego el ovario no produce ninguna sustancia diferenciadora femenina. Sin embargo, el testículo produce dos sustancias (testosterona y factor "X") que inducen la diferenciación del macho.

Al ser esto así, se puede afirmar que la naturaleza produce básicamente hembras, y que el macho se diferencia a partir de un sustrato básico común que es el de hembra. Este proceso, que comparten todos los vértebrados, se exprsa con mayor versatilidad en los peces. En éstos se pueden conseguir apareamientos fértiles entre machos genéticos que fueron tratados hormonalmente durante la época embrionaria y machos normales, consiguiéndose progenies con dotación cromosémica "YY". En aves y mamíferos, el sistema de inversión sexual es más rígido y no se puede llegar a tanto experimentalmente.

4. En algunas especies de mamíferos, la sustancia final masculinizante es el producto de la aromatización de la testosterona, el estradiol. Luego hoy día no se habla de hormonas femeninas (estradiol) y masculinas (testosterona), sino de hormonas del desarrollo en general, añadiendo el calificativo de diferenciadoras.

Entonces, ¿por qué no se masculinizan las hembras? El mecanísmo por el cual no se masculinizan las hembras se conoce prácticamente para todos los mamíferos, excepto para el jerbo (un roedor) y los humanos. Básicamente consistlÍ en un secuestro del estradiol en la hembra por parte de una sustancia (alfa-fetoproteína) durante los períodos perinatales de diferenciación de los tejidos.

5. Los procesos de diferenciación del macho y de desarrollo de la hembra se pueden invertir tratando hormonalmente a los sujetos en período perinatal. No obstante, en mamíferos, cuando la diferenciación se produce se convierte en algo irreversible. Luego hay períodos críticos o de sensibilización durante los cuales se puede invertir el sexo de los tejidos. En nuestra especie, estos períodos son prenatales. Las consecuencias que se deducen de esto en relación con la protección y cuidado del embarazo son obvias.

El sexo del cerebro

6. La diferenciación sexual del cerebro del macho supone que, morfológica y funcionalmente, es diferente, en algunos aspectos, al de la hembra. Se han descrito difencias en varias regiones cerebrales (hipotálamo, amígdala, hipocampo, etcétera) y en los órganos de los sentidos. Esto supone que el sistema encargado de analizar y gobernar los medios interno y externo es diferente en relación al sexo. La repercusión de estas diferencias estructurales (y, consecuentemente, aspectos funcionales) del sistema nervioso del macho y la hembra sobre la conducta dimórfica no se puede comprender sin un estudio comparado de especies.Resumiendo, se puede decir que durante la época prenatal se diferencia el sistema nervioso en el sentido de macho o se desarrolla como hembra, de tal forma que quedan preparados para realizar la función de macho y hembra (me refiero especialmente a conducta sexual) si, posteriormente, concurren otra serie de variables hormonales y sociales. El peso final de las variables prenatales (genéticas y hormonales) y posnatales (hormonales y sociales) en la maduración y diferenciación de la conducta sexual varía según la especie de mamífero estudiada. En roedores, el peso fundamental recae sobre variables prenatales. En primates, incluida nuestra especie, pesan más los factores posnatales ambientales, aunque, no obstante, los factores prenatales también cuentan.

El reto sexual

En la especie humana, como es obvio, la investigación de los mecanismos señalados anteriormente no puede realizarse en base a manipulación experimental (incluso algunos niegan que tal manipulación sea lícita en otras especies). Sin embargo, se puede establecer una estrategia de investigación clínica que sirva para comprobar si la diferenciación sexual del sistema nervioso afecta a la conducta sexual y sus aspectos dimórficos. En síntesis, la estrategia es como sigue: la fuente de hipótesis, con predicciones específicas, surge de la investigación básica con otras especies. Estas hipótesis se verifican indirectamente: a) estudiando pacientes con anomalías genéticas y hormonales y b) estudiando cómo funciona el sistema neuroendocrino en grupos con diferentes conductas sexuales (homo, bi y heterosexual).

Entre los que investigan en el campo clínico y los que lo hacemos con modelos animales básicos, existe en la actualidad un consenso general (modificable según avanza la investigación) que se puede resumir:

1. Los esteroides sexuales, activos desde la vida embrionaria, influyen sobre el sistema nervioso y la conducta.

2. Las concentraciones diferenciales de esteroides sexuales durante la época prenatal determinan dimorfismos sexuales en algunas conductas (actividad y gasto de energía, tipos de juegos en la niñez, cierta orientación de la función social en el futuro, agresividad y algunas más que son discutidas) y el temperamento.

3. La identidad sexual, es decir, la conciencia del papel que el sujeto cree que le corresponde en la función generadora y en el cuidado de la posible prole, depende esencialmente de influencias ambientales posnatales. Sin embargo, las opiniones se diversifican con respecto a la contribución de variables hormonales y ambientales en la constitución del sistema de preferencias por el compañero(a) sexual (los sistemas de preferencia horno, bi y heterosexual). Algunos, los más, opinan que el peso decisivo recae sobre variables ambientales (Ehrhardt y Meyer-Bahlburg), mientras otros hacen recaer la organización sobre variables biológicas (Dörner).

Todos estos hallazgos tienen un campo de aplicación en áreas tan sensibles como educación general; educación sexual; origen de las preferencias y conductas homo, bi y heterosexual; las decisiones clínicas a tomar en casos de transvestismo, transexualismo y seudohermafroditismo; en la orientación de pacientes con anomalías en la dotación de cromosomas sexuales; en medicina legal, y, por supuesto, en la patología sexual.

En 1986 se cumplirá el centenario de la publicación de Krafft-Ebing titulada Psychopathia Sexualis, obra que, en cierto modo, indica el comienzo de la sexología. Mucho hemos aprendido desde entonces pero mayor es el reto para el futuro en una sociedad que busca nuevas formas de relación interpersonal, siendo el sexo un punto de referencia primario. Ante este panorama no sería conveniente olvidar la contribución biológica, por modesta que fuese, a la organización de la sexualidad. No sea que, en el futuro, se demuestre que Maudsley (1873) tenía razón cuando escribió: "Si el hombre fuera desposeído de su impulso sexual y de todo lo que de él procede, prácticamente toda poesía, y quizá todos los sentimientos morales, serían arrancados de su vida".

Antonio Guillamón es catedrático de Psicología Fisiológica en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).

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