Salvación por la literatura
Hace varias semanas me viene a la memoria el recuerdo de Víctor Serge, el gran escritor ruso y del mundo, de su obra rigurosa, lúcida, escrita en una prosa eficaz, incisiva y de perdurable belleza. Yo sé muy bien por qué la insistencia de ese recuerdo, y la razón es terrible. Porque Serge, en cada línea suya, no hizo sino denunciar, con la clarividencia de quien conocía hasta el fondo mismo la materia, ese atentado gigantesco, impune y, por ominoso que parezca, cantado y aplaudido, que se llamó el estalinismo. Con todas sus consecuencias, con toda su intrincada y vasta red de represión y crimen, este que yo me atrevería a llamar el más gigantesco pecado de barbarie perpetrado por el hombre fue denunciado y puesto en luminosa evidencia por Serge a través de sus novelas, de su poesía, de sus ensayos y de sus memorias. Y sucede que cada vez que el monstruo torna a mover sus mortales tentáculos, como en el caso de Polonia, en el de Afganistán, que camina ya hacia el olvido; en el de Checoslovaquia, que pocos ya mencionan, y en el ya inscrito en la historia con indiferencia de archivero, como fue el de Hungría, cada vez, digo, que la sombra aterradora vuelve a cernirse sobre los más esenciales valores del hombre y de su civilización tan dolorosamente construida, pienso en Serge, releo a Serge, me acompañan sus palabras de poeta, de hombre inconforme y rebelde, intransigente e implacable testigo, víctima y acusador del sistema implantado por Joseph Visarianovitch Dugaslivili, llamado por poetas como Aragón y Neruda "el padre de los Pueblos".En este año se cumplieron 20 de haber sido publicadas en París las Memorias de un revolucionario, de Víctor Serge, uno de los libros más hermosos, conmovedores y veraces sobre lo que fuera la experiencia revolucionaria de quien cultivó la amistad de Lenin y de Trotski y del último, tal vez, que se atrevió a decirles, también a ellos, la verdad, su verdad. Y esa palabra, en tales casos, fue oída y respetada: hablaba un escritor de primera línea y el descendiente directo de quien lanzó la bomba que mató al zar Alejandro II. Pero esa clase de voces no son precisamente del gusto de los herederos de la gesta de octubre de 1917. Stalin y sus continuadores tienen una idea bastante diferente de la verdad respetada por sus antecesores.
Existe una versión en español de esas memorias, libro hermoso y necesario. Uno de los textos que reivindican y salvan la conciencia de estos años sin perdón de que hablara el mismo Serge. Su difusión ha sido nula, en ningún país de América Latina se le conoce. Terrible indiferencia hacia una obra que trae, como ninguna, lecciones que debieran aprender, con devoción y rigor, quienes han escogido en nuestras repúblicas el camino de la revolución socialista y marxista. Serge, como nadie, tal vez, les diga cuál es el sendero y en dónde se esconden las trampas que convierten el gran sacrificio revolucionario en un siniestro burocratismo opresor y estúpido. Pienso también en otro libro de Serge que hoy sería un éxito de ventas infalible; me refiero a El caso Tulaiev. Está editado en español y hace muchos años que es inencontrable. Curioso fenómeno, indicador de cierta ceguera homicida cuyos resultados esta-
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mos viendo no muy lejos de nosotros. Pensemos en Serge, releamos su obra, entendamos su lección; si aún es tiempo, que lo dudo mucho.
Termine, de leer una de las más bellas obras de la literatura rusa contemporánea. Se trata de Historia de una vida, de Constantin Paustovski, el gran escritor ruso fallecido en 1972 y cuya intachable conducta, durante su larga y fecunda carrera literaria, es un alto ejemplo de dignidad humana y de honda ternura por las verdades esenciales que rescatan al hombre de su cotidiana miseria. Paustovski vivió el hambre y la desolación de la guerra civil, los años de Lenin en el poder con las reservas y creciente represión de la libertad de creación, que denunció con tanto valor como crudeza Solyenitsin en su Archipiélago Gulag, y luego el largo y sombrío horror del estalinismo, hasta desembocar en la truanería sórdida de Jruschov y la tartufería del camarada Breznev. Su libro, seis densos tomos de recuerdos y anécdotas de la vida literaria y periodística, de viajes por toda Rusia, de encuentros con seres cuyo retrato, trazado por el autor con mano maestra, nos acompañará para siempre; toda esa suma de vida, de amor por la naturaleza, de entrañable devoción por la lengua rusa y su literatura extraordinaria, esta obra, en fin, que es un vasto y espléndido fresco del que rezuma una savia vital y perdurable, no tiene una sola frase de amargura, una sola denuncia, ni la más leve huella de rencor. Paustovski ha prescindido, con certera nobleza del corazón, pero sin tonta ingenuidad, desde luego, de envenenar sus recuerdos con toda la hiel, las lágrimas y la ira que ha dejado en la gente de letras ese medio siglo de infamia y persecución que es el balance de la dictadura soviética en uno de los países con más honda y deslumbrante tradición literaria y de pensamiento.
Que Paustovski, uno de los autores más leídos de la Unión Soviética, jamás se doblegó a los sórdidos halagos del mundo oficial ni a la constante adulación a los hombres en el poder practicada por un Faideiev o un Cholojov, lo muestra su actitud de solidaridad con Pasternak y su condena franca y vigorosa a la persecución de que hiciera objeto Nikita Jruschov al autor de Doctor Zivago y que llevó a éste a la tumba. La protesta de Paustovski tomó la forma de un artículo implacable que publicaron las Izvestia. Hay una frase suya que me parece particularmente certera y conmovedora, dice así: "No debemos olvidar la época del culto a la, personalidad, los años de una terrible desgracia nacional, que le valieron al país innumerables víctimas humanas y también innumerables pérdidas morales. Esta última forma de pérdida ha sido particularmente cruel".
Hermoso libro este de Paustovski. Su lectura nos rescata de la larga y oscura miseria que ensombrece la vida literaria rusa y nos permite vislumbrar ese horizonte de esperanza y salvación que, desde Pushkin y Gogol, vienen soñando los rusos para su tierra privilegiada y dolorida.
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