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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Aguas turbulentas

EL PRÓXIMO día 11 de julio la llamada fosa atlántica recibirá la visita de un nuevo barco contenedor, dispuesto a arrojar su peligrosa carga de residuos radiactivos en aguas internacionales situadas a unos 700 kilómetros de las costas gallegas. En ese nido marino -situado a unos 4.000 metros de profundidad- duermen ya casi un cuarto de millón de barriles, de media tonelada cada uno, que contienen buena parte de la basura radiactiva procedente de países europeos occidentales. Los bidones acumulados en ese yacimiento contienen residuos radiactivos de baja actividad, procedentes en su mayoría de hospitales y clínicas privadas que usan el uranio con fines experimentales y terapéuticos. La preferencia por los vertidos marinos frente al enterramiento de los residuos no tiene otra motivación que su menor coste económico.El buque, que navega con pabellón del Reino Unido y ha sido acondicionado para lanzar bidones al fondo del mar sin pasar por la borda, descargará en bloque 3.800 toneladas de desechos radiactivos procedentes de dicho país. Dentro de dos meses, el 11 de septiembre, otro barco depositará en el mismo punto 4.000 nuevas toneladas de desechos, procedentes esta vez de Bélgica y Suiza. Se demuestra así el carácter propagandístico de la presentación que realizó nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores de los resultados de la 7ª Conferencia de la Convención de Londres, celebrada el pasado mes de febrero. Era obvio que la votación a favor de la suspensión de los vertidos radiactivos en el mar no implicaba ningún mandato imperativo. Sin embargo, e imitando en este punto el triunfalismo de tiempos pasados, nuestros diplomáticos organizaron, a su regreso de Londres, una inútil escandalera en torno a ese éxito moral, que no hizo sino desorientar a la opinión pública española.

Hace pocas semanas Televisión Española emitió un interesante reportaje sobre las campañas de protesta organizadas por los movimientos ecologistas contra esa siembra sin garantías de residuos radiactivos en los mares. Las expediciones fletadas por la organización internacional Green Peace a fin de obstaculizar la operación de vertido en la fosa atlántica, no sólo ofrecen el aire romántico de las peleas entre David y Goliat, sino que también poseen una elogiable eficacia pedagógica. Pese a las tranquilizadoras explicaciones de carácter científico y tecnológico destinadas a convencer a la opinión pública de la seguridad de ese cementerio marino, la limitada experiencia de la humanidad sobre los efectos a medio y largo plazo de los residuos radiactivos y la imposibilidad de descartar riesgos y accidentes en los barriles siguen alimentando los temores. La hipótesis de que alguno de los recipientes, varados en las grandes profundidades marinas y sometidos a la enorme presión de las aguas, dejara escapar por grietas o fisuras parte de su contenido, de forma tal que la radiactividad alcanzara las cadenas tróficas de los océanos, no puede ser despachada con una simple alusión al cálculo de probabilidades.

Ni que decir tiene que ese problema debe preocupar a los hombres y mujeres de todos los continentes, con independencia de la localización geográfica de los yacimientos. Sin embargo, la proximidad a las costas atlánticas de la Península Ibérica de la fosa elegida por los países europeos para depositar la basura radiactiva justifica que las llamadas de alerta tengan una especial acogida en Galicia. La fosa marina es frecuentada, además, por pesqueros españoles que faenan en sus aguas, mientras que las corrientes marinas pueden arrastrar hacia nuestros litorales del Atlántico y del Cantábrico los productos radiactivos eventualmente diseminados en caso de catástrofe.

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Aunque Green Peace disponga de recursos materiales y organizativos mucho mayores, el ecologismo español ha comenzado también a hacer acto de presencia en esas protestas. Las movilizaciones cívicas ante los peligros implicados en el uso industrial de la energía nuclear y en la conservación de sus residuos corren siempre el riesgo de ser objeto de manipulaciones políticas (baste recordar las sangrientas interferencias de las bandas criminales de ETA en las protestas contra Lemóniz), pero poseen una ideología autónoma y parten de principios dignos de respeto. El futuro de la energía nuclear comienza a ofrecer perfiles bastante menos optimistas que hace algunos años. La euforia inicial, que llevó a una proliferación de las centrales nucleares, tanto en los países occidentales como en el bloque soviético, ha quedado seriamente quebrantada por la escasa rentabilidad de las gigantescas inversiones exigidas y la conciencia de sus riesgos. Tal vez sea ésta la razón de que las energías alternativas comiencen a ser seriamente estudiadas y experimentadas por las grandes compañías internacionales. Resulta así que los ecologistas de hoy, descalificados como utopistas o como compañeros de viaje de los agitadores, podrían ser los realistas y moderados precursores de las energías del mañana.

La inercia de Administraciones anteriores respecto a la progresiva y muchas veces irreversible degradación del medio ambiente en España ha caracterizado también los primeros meses de Administración socialista. Continúan las talas incontroladas de bosques, las licencias para colocar cebos envenenados y la falta de atención a las reservas ecológicas. El pasado lunes entró en funcionamiento la central de Ascó. Las centrales de Cofrentes, en octubre de 1983; de Ascó 2, en 1984, y Vandellós 2, en 1987, seguirán en el calendario nuclear. Una parte de los 10 millones de votos recibidos por el PSOE en las pasadas elecciones generales procedió de segmentos de población que, preocupados por el futuro medioambiental de España, deseaban cambiar la ineficacia de los Gobiernos precedentes en ese aspecto concreto. Aunque el Gabinete de Felipe González haya dotado de personas y de medios a organismos de la Administración relacionados con la defensa del medio ambiente, la política de parches, de soluciones puntuales, debería ser sustituida por propuestas de solución globales y a largo plazo. Orientadas a preservar el medio ambiente en España y a sentar las baseá para recuperar algún día el equilibrio perdido.

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