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Del hierro de 'Pata-chula'

Plaza de Las Ventas. 25 de junio. Corrida organizada con motivo de la onomástica del Rey.Dos toros de Luis Albarrán, inválidos. Los restantes, sobreros: Primero y quinto de Justo Nieto, manejables; tercero de Campos Peña, manso; sexto de Louro Fernández de Castro, noble. Todos bien presentados y flojos.

José Antonio Campuzano. Pinchazo bajo, otro hondo caído, rueda de peones y estocada corta trasera caída (aplausos y también pitos cuando saluda). Bajonazo (silencio). Dos pinchazos, otro hondo y descabello (silencio).

Tomás Campuzano. Estocada corta caída, dos descabellos -aviso con retraso- y dobla el toro (aplausos y también pitos cuando saluda). Bajonazo (silencio), Pinchazo y estocada (vuelta con protestas).

De quién eran los toros ayer, no se puede saber. Salieron tantos, de tan distinta procedencia, y además unos en su turno y otros en el contrario, que era un lío. Resumamos que pertenecían al hierro de "pata-chula", para entendemos no más.

Salían con la pata chula; algo misterioso, tanto. Y a la gente se le llevaban los demonios. El presidente pasó la tarde pegando pañolazos. ¿Uno cojo?, pues al corral; ¿el sobrero cojo?, pues también al corral; ¿el resobrero cojo?, pues al corral, como todos. El corral era ayer la Gran Vía. Y porque se contuvo el buen hombre, que llaman señor del Río, pues motivos tuvo para continuar enviando para adentro toros de la pata chula.

Con semejantes desórdenes no podía haber lidia buena ni público en su sitio, y cada cual hacía lo que podía. Los picadores pegaban puyazos en los lomos de atrás, como siempre, a excepción de El Avispa, que en una ocasión apuntó al morrillo y fue una hermosura. El caballo de picar tiraba coces en cuanto olía al funo. La afición del 7 coreaba mortificantes estribillos contra la empresa, mientras por el 5, que es sol, donde abundan las turistas, había exhibición de piernas. Los de la andanada 4 jaleaban a un miope que pegaba sincopados naturales con un periódico, y en la desierta grada del 6 unos novios desmontaban la teoría de la impenetrabilidad de los cuerpos, fundiéndolos bajo el tórrido sol de la tarde. Aficionados del 8 daban pálmas de tango y pedían toro: "iTooro, plas-plas-plas; too-ro, plas-plas-plas!".

Apenas se vió lidia, pues había poco que lidiar. Una lástima, pues los hermanos-espadas arribaron con muy buenos propósitos. José Antonio Campuzano ponía en suerte a los primeros toros mediante sabios capotazos y Tomás Campuzano los ensayaba artísticos. Jose Antonio bullía, en tanto que Tomás se reservaba para cuando la ocasión le fuera propicia y dejaran de saltar a la arena toros de la pata chula.

Ocurrió en el resobrero sexto, cuya planta y nobleza le enamoraron. El hermano Tomás cargó la suerte, ganó terreno, bajó las manos en unas verónicas preciosas; se ciñó por gaoneras; ligó una sólida faena de muleta. De todo se dejaba hacer el toro, que le correspondía. Principalmente en sendas series de redondos y de naturales, abrochados con el de pecho o el molinete -según vinieran las musas- se dieron el sí con arrobo: "¿Hasta que la muerte nos separe, Campu?", "Hasta que la muerte nos separe, zainito de alhelí". Palmoteaba, feliz, el público. Pero el joven Campuzano cometió la torpeza de pinchar y contrarió a su media naranja: "Me devuelva ahora mismo el rosario de mi madre", le mugió el zainito de alhelí, con las del beri. Tuvo que devolver el rosario de su madre y además la oreja que ya ya daba por conseguida.

También es verdad que había "metido-el-pico", vicio de la familia, pero arregló la tarde, que se nos llegaba a la hora de cenar, entre bochornos de toros inválidos, cabestros, nula lidia, derechazos unos cuantos. La cuota derechacista disminuyó merced al propio Tomás que apenas dió ningún pase de esa marca al cuarto, pues se le caía y optó por rematarlo. En el segundo, que era incierto y cobardón, estuvo voluntarioso, y aunque en un par de ocasiones perdió la muleta, se le disculpa, dadas las circunstancias.

Aventuraban los carteles que el festejo valdría para que la afición decidiera "cuál de los dos hermanos es mejor". Espinosa cuestión, pues no conviene meterse en líos de familia. Cada cual en su casa y Dios en la de todos, comentaba la gente al leer la propuesta. No son muchos los que han perdido el sueño por esta zozobra, pero quizá hoy crean que un poquitín mejor es Tomás, picos aparte, porque José Antonio, caramba, estuvo por debajo de sus toros.

El que abrió plaza -divisa Justo Nieto- era un dije de la pata chula que se tragaba los na turales con hambre tercermundista. José Antonio se los dió, cierto que se los diá, pero sin temple. Buen toro fino de cabos, bizco mas hermoso, guapo, cortejano, se fue al desolladero con las orejas puestas, cuando la lógica taurina imponia que las perdiera. El hermano José Antonio no fue capaz de cortárselas. El tercero, de Campos Peña, era tan flojo que se quedaba en el centro de la suerte y no permitía lucimiento. El quinto, otro sobrero de Nieto, exhibía boyantía suficiente para que el hermano José Antonio le hiciera faenón, o simplemente faena si no tenía su tarde, pero tampoco lo consiguió. Le faltaba temple, le faltaba ligazón, y hasta le faltó ruedo.

El mano a mano fraternal que la empresa de Las Ventas se sacó de debajo de una carpeta le ha supuesto al público una campuzanitis de mucho cuidado. Menos mal que se cura con el tiempo. La afición ya ha iniciado la cuarentena.

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