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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Las 'cuentas del Gran Capitán' del fútbol español

UNA VEZ conocidos los obstáculos encontrados por los auditores para llevar a cabo el examen de las cuentas de 1982 de la Federación Española de Fútbol, el ministro de Cultura, a propuesta del Consejo Superior de Deportes, ha adoptado la sabia decisión de suspender las subvenciones que, con cargo a los Presupuestos Generales y al dinero de todos los contribuyentes, recibían esos pésimos administradores de fondos públicos. Resultaría, en verdad, escandaloso entregar más de 700 millones de pesetas, procedentes de los impuestos de los españoles, a quienes son incapaces de justificar con corrección contable su aplicación. Tal y como ha explicado el secretario de Estado para el Deporte, los auditores ni siquiera han podido presentar un dictamen en regla, ya que se les ha impedido el acceso a las cuentas de los 73 organismos que dependen de la Federación de Fútbol y a los suculentos contratos de comercialización del Mundial-82. Para no convertir esa acertada medida cautelar en un castigo o una sanción, la Administración ha abierto razonablemente la posibilidad de hacer entregas parciales sobre la base de propuestas de gastos concretas, cantidades que serán siempre a justificar y a cuenta de eventuales subvenciones futuras.La Federación Española de Fútbol, presidida por Pablo Porta desde 1975, es un paradigma de los desastrosos efectos que puede producir en un ámbito determinado la explosiva combinación de la incompetencia en la gestión y el despilfarro y la ligereza -cuando menos- en la administración de los recursos económicos. A lo largo de los últimos años, los directivos de la Federación Española de Fútbol se han comportado, en el terreno propiamente deportivo, como auténticos expertos en la organización de las derrotas. El lamentable papel de la selección española en el Mundial-82 sólo puede ser comparado con la triste actuación de nuestro equipo en el Mundial argentino de 1978. Y ambos fracasos tienen en común los errores y los caprichos de Pablo Porta, que propiciaron la desmoralización de los seleccionados en el campo de juego. Aunque el fútbol es un espectáculo cuyos únicos protagonistas auténticos son los jugadores, Pablo Porta desconoció, primero, y obstaculizó y boicoteé, después, los esfuerzos de los futbolistas profesionales para asociarse y defender sus derechos. Las dos huelgas de la Asociación de Futbolistas Españoles, que tanta irritación produjeron en algunos aficionados, fueron la forzada respuesta de los engañados jugadores ante los reiterados incumplimientos de compromisos formalmente asumidos por Pablo Porta, tentado tal vez por la maquiavélica idea de provocar el plante de los jugadores a fin de indisponerlos con los defraudados espectadores. A lo largo de esos ocho años de frustraciones y fracasos para el fútbol español, los directivos mostraron también una desesperante lentitud para actualizar los reglamentos y los estatutos federativos y obstruyeron de manera sistemática la necesaria separación entre el fútbol profesional y el fútbol aficionado.

Ese brillante palmarés de derrotas e ineficiencias ha ido acompañado por una tenebrosa e irresponsable gestión de los dineros federativos, procedentes de las subvenciones del Ministerio de Cultura con cargo a los Presupuestos Generales del Estado o de recursos propios. La codicia federativa, en su lucha por conseguir precios más elevados en la retransmisión televisiva de los encuentros, tuvo como consecuencia una prolongada temporada de abstinencia para los aficionados. Hasta las Apuestas Mutuas Deportivas Benéficas, las populares quinielas, están siendo objeto de chantaje por directivos que pretenden sufragar sus megalómanos proyectos con fondos públicos y que amenazan con prohibir la utilización en los boletos de los nombres de sus clubes. Procedan de recursos propios o de subvenciones estatales, los dineros del fútbol, oscuramente administrados y opacamente contabilizados, con profusión de cajas dobles y con abundancia de gastos dudosamente justificables por el destino aplicado, han sido utilizados para la distribución de generosas dietas entre los directivos y para el pago de sueldos millonarios al personal administrativo de la federación, cuyo secretario general percibe honorarios superiores a los del propio presidente del Gobierno. Entre tanto, la Federación Española -a diferencia de lo que ocurre en Alemania Occidental- ha sido incapaz de controlar los déficit suicidas acumulados por la mentecatez o la frivolidad de algunos directivos de club, que han llevado incluso a la desaparición a esas sociedades.

Ante la decisión del Ministerio de Cultura, de la que únicamente cabría discrepar si reservara exclusivamente sus rigores para el fútbol, Pablo Porta se ha apresurado a proclamar su bien conocida inasequibilidad al desaliento y a anunciar su firme propósito de no dimitir del cargo, cosa que, por otra parte, anunció públicamente en varias ocasiones y nunca cumplió. Con su camaleónica habilidad para disfrazarse con los colores del entorno ecológico-político, el presidente de la Federación Española de Fútbol ha reivindicado la legitimidad democrática de su nombramiento, conseguido mediante el infalible procedimiento de que el elegido haya designado previamente a sus electores. La pestilencia que llega del mundo federativo y el descaro de sus administradores para esquivar las críticas y aferrarse a sus puestos inclinan a formular pronósticos pesimistas sobre el porvenir del fútbol profesional español. Pero la medida cautelar de subordinar las subvenciones presupuestarias del Consejo Superior de Deportes a su satisfactoria justificación por quienes las reciban pudiera significar, tal vez, el comienzo del cambio en el ámbito del deporte-espectáculo, cuya marginalidad respecto a los grandes problemas nacionales se halla contrapesada por su enorme popularidad entre millones de españoles.

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