Los travestís
Levantan el vuelo al atardecer, como el búho de Minerva, que diría irónicamente Víctor Márquez, aunque tienen más de obscenos pájaros de la noche que de unamunianos pájaros de la sabiduría. Ponen planta falsa y sexo equívoco, desnumerado -¿cuarto, quinto?- en los Nortes de Madrid, allí, allá por donde Picasso es una plaza, Azca es un Manhattan para las películas de Manolo Gutiérrez y la plaza de Castilla, con su proa sotelizada, es como un reloj de sol, inmenso y populoso, en la cronología caliente de la ciudad.Entre la casa de Vilallonga y la terminal de Chamartín, entre Azca y Agustín de Foxá, varios kilómetros de ciudad abierta o noche cerrada en que una nueva prostitución -lamentable, cruel y dinerista como todas- difunde su multitud carnal y rosa, su mujerío apócrifo y el turbante de lamé oro / plata que orientaliza pobremente, como un Bizancio transeúnte e improvisado, el comercio del hombre con el hombre, ¿del hombre con la mujer?, ¿de quién con quién? Allá por donde la ciudad pierde su nombre, que diría un socialrrealista de los cincuenta / sesenta, allá por donde Madrid pierde su deshonesto nombre moro y godo, el sexo pierde también su identidad, la criatura pierde su sexo, para abrirse en múltiples metáforas sexuales, todas cortas de tiempo, equivocadas y con los tacones un poco torcidos. Castellana, Orense, Capitán Haya, calles transversales, a la sombra asombrada de los grandes hoteles para extranjeros, Castellana orilla izquierda, sí, una prostitución de papel de chocolatina, que añade al amor falsario lo falso de la dialéctica sexual, el trapicheo de los sexos, multiplicados por sí mismos en una confusión cansada y adolescente al mismo tiempo, en la que nunca pondrá claridad la hermosa y sobria sentencia de Max Frisch.- "Los cuerpos son honrados".
El pensamiento abierto de nuestro tiempo se abre a toda la posible combinatoria sexual, existencial, literaria, política; socialismos keynesianos de ahora mismo, capitalismos socializantes de Europa, encuentro Wojtyla / Jaruzelsky, que no se sabe si es el encuentro de la libertad con la represión, el encuentro del clericalismo con el militarismo o el encuentro de dos represiones. El siglo muere rico, pero confuso. O muere pobre, pero riquísimo. "Siglo veinte, cambalache". Ya lo previno el tango cuando el siglo empezaba a bailar tangos con pie muchacho. Pero la prostitución es la prostitución, un mercado que ni siquiera se sabe si es de esclavos o esclavas, el mercado triste e imposiblemente persa de los travestís de la Castellana. (Y no pongo travestíes por no culturizar la palabra, que queda mejor con su irregularidad y su puñalada gramatical, expresando la irregularidad de unos pobres lumpem que no se resignan a ser gentes regulares o -ay- parados.) La canela del pelo, el bozo / embozo adolescente, la alegría triste de los pechos, ¿qué pechos?, y el riesgo de las piernas andróginas de cierva indecisa (las ciervas tampoco saben de qué sexo son), más la ola tenue y repetida de la minifalda, no pueden distraernos de las sucesivas prevaricaciones a que esa rara criatura se ha sometido a sí misma: prevaricación de sexo, prevaricación de conducta, de deseo, de vestimenta y de precio. Quince mil púas los impresentables y diez mil más las operadas. Todo esto, que pudiera ser un cosmopolitismo tardío entre Paul Morand y Somerset Maugham, que le llega ahora al aldeón castellano, no es sino el síntoma más brillante y menos consecuente del paro y la indecisión social, como la delincuencia juvenil y la droga. Orense, General Yagüe, Juan Gris, calles cortas y largas en que luce el párpado excesivo y nocturno de una noche sin párpados. La meretriz tradicional, en zonas circundantes, queda entre donna clásica y madre de familia / Fagor. El dinero es culpable también por esto: porque incluso el vicio se transforma en cultura para el dinero, pero se realiza como esclavitud para quien no puede permitirse vicios. Levantan el vuelo, querido Víctor, con el búho occidental, para morir, devueltas a su mundo macho, con el primer sol oriental.
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