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La crisis argentina: causas y soluciones

Todo el mundo reconoce que la República Argentina es un país con una extraordinaria dotación de recursos para el desarrollo. Un territorio inmenso (de casi tres millones de kilómetros cuadrados, el octavo del mundo), recursos naturales diversificados, recursos humanos valiosos, una tasa de ahorro del 20% del PBI, mercado interno considerable y un acervo tecnológico significativo. Un país con tales recursos, excedentario en la producción de alimentos y prácticamente autoabastecido de energía, cuenta con todos los medios necesarios para registrar un acelerado desarrollo económico.

Los problemas argentinos no empezaron el 24 de marzo de 1976, cuando los militares derrocaron a Isabel Perón. En aquel entonces el país enfrentaba una crisis política profunda y un gran desorden económico. Después de la aplicación del llamado Plan Rodrigo, a mediados de 1975, el Gobierno perdió el control de la situación fiscal y monetaria y el balance de pagos estaba en desequilibrio. La sociedad civil fue incapaz, otra vez, de transar sus conflictos dentro del orden constitucional. De este modo, por sexta vez desde 1930, los militares asumieron el poder político.Entre 1930 y 1976, Argentina había vivido fuera del marco constitucional. La sucesión de Gobierno civiles, más o menos legítimos, y de Gobiernos militares confirió una marcada inestabilidad al proceso político. La conducción económica quedó, así, atrapada en un juego pendular en que predominaron los enfoques populistas y ortodoxos. Cada vez que uno fracasaba, la política económica se desplazaba al polo opuesto. Este proceso debilitó las posibilidades de crecimiento de la economía nacional.

La inestabilidad política de largo plazo es la explicación principal del insatisfactorio comportamiento de la economía argentina hasta mediados de la década pasada. El PBI no llegó a crecer a más del 5% anual, la inflación promedio era del 25% anual, y el balance de pagos registraba crisis periódicas. Los salarios reales aumentaban lentamente, pero la mano de obra registraba altos porcentajes de ocupación. A diferencia de Brasil y México, Argentina nunca tuvo proporciones importantes de su población viviendo fuera del mercado, en el límite o por debajo de la subsistencia.

Tres apoyos para el régimen

Hacia 1975, la crisis política se agudizó y aumentó la intransigencia de los diversos sectores de la sociedad argentina. Las fuerzas mayoritarias fueron incapaces de utilizar los instrumentos de la ley para resolver la crisis. Además, el terrorismo, en un contexto internacional propicio a tales aventuras, desató una gran ofensiva contra la seguridad del Estado, la vida y la propiedad de las personas, en todas las áreas de la vida nacional. El retorno de los militares al poder en marzo de 1976 no fue, esta vez, un episodio más dentro de la historia iniciada el 6 de septiembre de1930. El nuevo régimen se sustentó en tres apoyaturas principales. Primero, los herederos del país preindustrial y la ideología librecambista. Segundo, los intermediarios financieros, ligados, principalmente, a la banca internacional. Tercero, la burocracia, vinculada al poder militar. De este modo, el régimen se lanzó a una política de retorno a la Argentina preindustrial, de destrucción de la industria argentina y del movimiento obrero, de especulación financiera y de manejo incontrolado de los resortes del Estado. Es decir, el Gobierno militar de 1976 se empeñó en una transformación profunda de las estructuras económicas y sociales que la Argentina, con éxitos y fracasos, había gestado desde la gran crisis mundial de los años treinta.

La política económica quedó atrapada por la filosofía monetarista. Sus instrumentos principales fueron la liberalización financiera, la revaluación del peso y la reducción de los salarios reales. Estas medidas convergentes provocaron la peor crisis de la historia argentina. Hasta 1975, el producto por habitante crecía al 3% anual. En 1982 fue un 20% inferior al de 1975. La industria crecía al 7% anual. En 1982 produce menos que hace 15 años. Los salarios rea les cayeron el 30% desde 1975. La inflación en el período 1976-1982 fue del 200% anual, contra el 25% entre 1945 y 1975. La deuda externa se multiplicó por cinco entre 1975 y 1982, y asciende actual mente a 40.000 millones de dólares. Del incremento de la deuda, dos tercios financió la fuga de capitales y las compras de armamentos, y un tercio, importaciones superfluas, turismo, utilidades y regalías. La crisis desencadenada bajo el actual régimen militar no se agota en el plano económico. El país fue llevado a la guerra y a la derrota en el frustrado intento de recuperar los derechos soberanos de la Argentina en el archipiélago austral. Se violentaron valores fundamentales de nuestra cultura y la dignidad humana, generando un inmenso desprestigio dentro del mundo occidental, ámbito de referencia histórica de la Argentina.

Un coste insoportable

En base de la experiencia de estos últimos siete años, la Argentina sabe hoy lo que no sabía el 24 de marzo de 1976. Ahora sabe que no puede seguir viviendo fuera de la ley. El costo económico es insoportable. La pérdida de producción e ingresos, como consecuencia de la paralización económica desde 1976, asciende a 140.000 millones de dólares. La deuda pública se triplicó, y la privada se duplicó desde 1976, dentro de un sistema incapaz de asumir tales cargas financieras. El desprestigio internacional debilita la gestión de los asuntos externos de la República y representa un lastre que no puede ser sostenido por más tiempo. La politización de las fuerzas armadas les ha hecho perder capacidad operativa y eficiencia para defender la seguridad interna, dentro del respeto de la ley, y la soberanía nacional en la situación límite de la guerra. Si se insiste en marchar por el mismo camino, la Argentina enfrenta la posibilidad cierta de la disolución nacional y del conflicto insalvable. La profundidad actual de la crisis permite observar con optimismo el futuro del país. Es muy probable que el pueblo argentino haya aprendido de la trágica experiencia de los últimos años. Que la conciencia nacional se haya enriquecido con tamañas calamidades, y que ahora, por fin, las fuerzas mayoritarias de la sociedad argentina converjan en un proyecto compartido de reconstrucción de la democracia y de la economía. Si esto es así, la Argentina superará la crisis actual e iniciará el camino definitivo del desarrollo nacional, dentro de la democracia y del respeto de la libertad. El establecimiento de un Gobierno legítimo en la Argentina permitirá, al mismo tiempo, recuperar el prestigio internacional de la República y lanzar una política externa orientada hacia la cooperación con los pueblos hermanos de la América Latina, hacia otros países del Tercer Mundo y hacia una vinculación madura con las democracias occidentales y constructiva con los países del Este. Es decir, una política internacional consciente del lugar de la Argentina en el mundo y del potencial básico del país. Para la economía no hay más salida que hacer una política de reconstrucción, después de la guerra que el monetarismo libró contra las estructuras fundamentales de la economía argentina. Argentina tiene que reconstruir su industria y su mercado interno. Mejorar el salario real y bajar los costes financieros. Recuperar la rentabilidad de las empresas privadas refinanciando sus pasivos y aumentando la demanda. Reducir los gastos improductivos del Estado y limitar los gastos militares a lo estrictamente necesario para afirmar la seguridad interna y la soberanía nacionales. Economizar divisas y vivir al contado, promoviendo exportaciones, sustituyendo importaciones y manejando el problema de la deuda a partir de una situación de equilibrio del balance de comercio y de la cuenta corriente del balance de pagos (antes del pago de los intereses de la deuda). Argentina debe asumir la deuda externa generada en la destrucción monetarista y negociar con el FMI y los bancos acreedores a partir de una política interna de reconstrucción nacional. Los bancos internacionales no se pueden permitir, hoy en día, poner entre la espada y la pared a Argentina, Brasil o México. Si uno o más de estos países es forzado a la cesación de pagos, se desplomaría el sistema financiero internacional. Es indispensable una actitud responsable de deudores y acreedores hasta que la recuperación de la economía mundial permita, sin sacrificios estériles, recuperar la confianza en las finanzas internacionales. Las recetas ortodoxas de ajuste en Argentina o en cualquiera de los otros grandes deudores es la vía más segura a la cesación de pagos. Se abre, pues, una nueva instancia histórica en la Argentina que no puede ser frustrada desde afuera. Sólo los argentinos podríamos, otra vez, cerrarnos el camino de la realización prolongando la existencia de un régimen de facto y el desencuentro de la sociedad argentina.

es ex ministro de Economía de Argentina.

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