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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Umbral, Sócrares, Homero

Te pillaron, deslenguado Pacumbral, te pillaron con el trasero al aire, y ahora ¿qué? Don Cierva y Luis María Ansón, este último desde su viejo/flamante púlpito, ya sabes, ese semanario que sale todos los días, incluidos domingos y fiestas de guardar, te han dejado hecho una lástima, expuesto a la vergüenza pública. La culpa la tienes tú, si, tú, por meterte en oncevaras socráticas, cuando todo eso se dijo/escribió hace ya la mar de tiempo y cualquiera sabe si es verdad. ¡Apelar a estas alturas a la autoridad de un Sócrates o de un Homero y, además, equivocadamente! Te mereces la penitencia de tu pecado. Pero permíteme que te eche una mano, porque ya sé, aunque te desconozco personalmente, que te vas a quedar mudo de solemnidad. Fíjate que el propio Cervantes, y en el mismisimo prologo de El Quijote, atribuye a Catón un dístico que todos los venados del mundo saben que pertenece a Ovidio, y ahí queda eso, quiero decir que ahí quedan, intactos, El Quijote y Cervantes.Y es lo que dice la buena, sabia y casta gente de nuestros secanos, que "a la mejor puta se le escapa un pedo", pero sólo los pichicortos de nativitatis -¿se dice así?- hacen ascos al ventoso esparcimiento en trance tan placentero. Claro, argumentarán los susodichos, que tú no eres Cervantes, porque Cervantes no hay más que dos, don Miguel y el abajofirmante, no faltaba más. Pero ¿conoces la increíble y probablemente inverídica historia de la que fue presunto protagonista Eugenio D'Ors? Pues resulta que nuestro Xenius del ensayismo participó en un congreso de filósofos, el primero al que acudía un representante español después de la guerra civil, y, a su regreso, se calzó las pantuflas, se encerró en su estudio, frunció el entrecejo y se puso a meditar, que para eso estaba. Caían las hojas del calendario, pocas, las cosas como son, hasta que un mal día se le presentó en casa un propio enviado por El Pardo, y oiga usted, don Eugenio, que qué era eso de no acudir a Palacio, ante su Excelencia, que había que corresponder y rendir... ¿cuentas?, ¿honores?, ¿pleitesía? a la Suprema Magistratura de la Nación, y esto y lo de más allá. ¿Yo visitar a Franco? ¿Y por qué no me visita él a mí? Hombre, don Eugenio, usted comprenderá... ¿Cómo? ¿No visitó Napoleón a Goethe? Pero don Eugenio, usted no es Goethe. Ni Franco Napoleón, contestó Xenius en un inesperado y casi heroico sobresalto de sinceridad. Pues eso es lo que yo digo, que tú, Pacumbral, puede que no seas Cervantes, pero entonces ¿qué no serán ellos, los susodichos? /

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