Marguerite Yourcenar: una sed de armonía
El pasado miércoles, Marguerite Yourcenar cumplía 80 años. Y el acontecimiento, unido al hecho de que la Yourcenar -primera mujer, en 1980, en la Academia francesa- sea hoy por hoy de los tres autores más relevantes del país vecino y un best seller en España, me lleva -como lector que he sido suyo desde hace bastantes años- a preguntarme el por qué de este multitudinario éxito.
Opus nigrum, Memorias de Adriano o el poemático Fuegos suman y suman ediciones; pero. se trata de libros -como casi todos los de la autora- inicialmente de minorías. Marguerite Yourcenar fue durante años una autora rara, por el ocultamiento viajero de su vida, por la aparente -sólo aparente- dispersión y distancia de sus temas y porque sus libros, en un estilo queridamente clásico, tocaban asuntos medio eternos, medio exquisitos. Es decir, absolutamente lo contrario a la moda de los experimentalismos.
La literatura de la Yourcenar es literatura de la tradición y con la tradición. Está plagada de guiños culturales, cuando no de culturalismo explícito, y propone la aventura de la sensibilidad más que la de la pirueta. Recuerdo que hace un par de años, en Canadá, le pregunté a Robbe-Grillet qué le parecía la Yourcenar, y me respondió irónico: "¿Yourcenar? Creo que he oído alguna vez ese nombre". No me sorprendió. Era el desdén (literario) ante la pérdida del cetro, cuando desde iguales cotas de calidad pasa desde la cima este a la cima oeste, antagónica.
Pero no es la primera vez que comento que en un mundo crispado, sucio y ahíto de sin sentidos, el ansiado retorno hoy a la tradición del clasicismo es la constatación de un deseo de armonía, de equilibrio, de perfección, de medida. Una búsqueda del horno mensura de los renacentistas. La salvación de la individualidad en la Fortuna. Y sucede que la, sombra de Marguerite Yourcenar (y hasta su actitud humana, me atrevería a decir) sub raya, refuerza y enaltece ese camino. Sentimientos y aspiraciones del hombre de hoy (libertad sexual, tolerancia política, apertura de conciencia) se amalgaman con los del hombre eterno (amor, felicidad, ética, más allá) en libros bien construidos y bien escritos, entendibles por los más y por los menos. Me explico.
Estilo armónico y limpio
Un estilo armónico y limpio -aunque muy literario- puede ser leído por un público amplio, no específicamente cultivado. Mientras que este otro sector, tras la aparente facilidad, hallará los guiños sabios de citas y alusiones, reelaboraciones de temas tradicionales y toda una entramada red (incluso estilística) de cultura. Memorias de Adriano, por ejemplo, puede ser leído por estos dos tipos, hasta hoy casi antípodas, de lectores. Y eso explica su éxito, unido al manejo de la tradición para buscar novedad en la singularidad y apoyo y luz en el equilibrio.
Pero el éxito de la literatura cultista de Marguerite Yourcenar también debe hacemos reflexionar sobre un cierto (aunque evidente) cambio en lo que se denomina lector medio, o lector de mayorías. Por supuesto que existe, y con fuerza, el lector del libro del día (político-periodístico), pero otra veta de ese público amplio de lectores empieza a buscar una literatura que siendo alta no sea dificil (al menos difícil en una primera lectura) y que le subraye la vida. No que le aparte de lo vivo ni que se lo plebeyice, sino que se lo exalte; una literatura como invitación y modo de la vida.
Una literatura que reivindique -precisamente en un mundo tan híspido como el presente- el placer de estar vivo, vitalismo que puede ser también el placer de saber morir. (No me parece casual que uno de los libros últimos de Yourcenar sea sobre el japonés Yukio Mishima, que se hizo el sepukku; ni que Adriano o Zenón, el médico humanista de Opus nigrum, sean suicidas, eso sí, por amor a una vida digna).
Si a cuanto vengo someramente diciendo se añade aún que Marguerite Yourcenar -desde su condición de mujer- ha sido la develadora, en su lengua, de muchos importantes autores contemporáneos, desde Cavafis a Virginia Woolf, comprobaremos; que hablamos de una escritura sustancialmente moderna. Y de una modernidad que nace. exaltando lo singular (que siempre es revolucionario), el humanismo y la tradición. Pero, naturalmente, desde una moral renovada y distinta.
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