Tócala otra vez, Sam
En Euskadi, periódicamente, nos recorre un temblor de identidad que cada ciudadano conjura como puede. ¿Son exclusivamente vascos los vascohablantes? ¿Somos vascos también los que sin hablar euskera hemos nacido o vivido siempre o el tiempo suficiente en Euskadi para asimilar los varios paisajes físicos, culturales, históricos, lingüísticos y éticos existentes? ¿Lo somos cuando votamos a un partido determinado y perdemos tal condición si votamos al contrario? ¿Lo somos cuando votamos a un partido considerado vasco y dejamos de serlo si alguien decide que ese partido ya no es vasco? ¿Se puede ser vasco y dejar de serlo por opción política, que no administrativa? ¿Se puede ser y dejar de ser vasco cada cuatro años por esa opción política, e incluso puede un ciudadano levantarse vasco y acostarse extranjero, según los enfrentamientos de la jornada?Corto las preguntas por propia voluntad, no porque se me hayan acabado las dudas, ya que todo eso, y más, puede suceder. Se puede ser y dejar de ser y aun recuperar el ser en plazos mínimos y no haberlo sido nunca y haberlo sido siempre, según quien reparta en cada momento la documentación ideológica. La cuestión no está nunca clara, y se deambula por los conceptos, o más bien por las emociones, de forma tan variable como, en general, poco razonada.
Con ocasión de Aberri Eguna-día de la patria-, el presiden te del Partido Nacionalista Vasco anunció urbi et orbe que ellos primero eran vascos, después vascos y en tercer lugar vascos. ¿Y en cuarto lugar? El viejo mito de los tiempos del franquismo tiene ahora, con un cierto poder autónomo en las manos del Partido Nacionalista, un difícil sostén teórico. El supuesto de la unidad, vascos únicamente y lo de más no importa, o ya se verá luego, o ya arreglaremos las diferencias cuando sea menester, resulta que en la práctica de ese poder significa un modelo de enseñanza, un proyecto de desarrollo económico concreto y otros factores nada abstractos de un programa político resuelto con la cuarta esericia, la que viene después del vascos, vascos y vascos. No es ninguna forma de señalar con el dedo, es lo más razonable. Precisamente eso es lo razonable, y no la falsa presunción de que entre un vasco y otro no hay diferencias si ambos se ratifican en su trinidad repetitiva y redundante. Se está construyendo ya una comunidad vasca, mal que bien, con una autonomía recelada, pero se está construyendo, y se está haciendo con todo eso que el PNV es además de vasco: un partido no oficial, pero sí oficiosamente confesional, con un amor no ocultable por la escuela privada y un conservadurismo notable de su base social, ampliamente afincada en lo rural tanto física como sociológica y culturalmente. Mis otros elementos que no dudan en imponer, al mismo tiempo que aconsejan a las demás opciones sociales y políticas vascas el desarme. Todos sólo vascos y nosotros además lo otro. Y así, con pretensiones de irreversibilidad, se va construiyendo la comunidad autónoma. Y es lógica la pretensión, porque para eso las urnas han dado al PNV el único poder aceptaible en una democracia. Su derecho a intentar construir un Euskadi a su medida social, económica, cultural e ideológica es evidente, aunque no debe ser excluyente. Pero eso no es ser únicamente vascos,
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vascos y vascos, sino muchas otras cosas más.
Esa propuesta de únicamente vascos y después ya veremos ha perdido parcialmente eficacia tras el estatuto de autonomía. Para recuperarla se inicia un acercamiento entre sectores del PNV y Hérri Batasuna, si HB abandona lo que podríamos llamar el formato marxista-leninista de sus pretensiones independentistas. Lo que permitiría llegar al pacto implícitamente buscado en forma de un sólido frente nacional. Los pasos de aproximación abundan. Algunos prohombres nacionalistas han dicho que los diputados de Euskadiko Ezkerra son unos traidores porque dejaron de asistir a algunas sesiones del Parlamento de Vitoria, mientras con gran habilidad olvidan que los de Herri Batasuna -con "quienes quizá coincidamos en el fondo"- no asisten nunca. Claro que esta ausencia no traidora proporciona al PNV la mayoría en la Cámara. Caso posiblemente único en la historia: la extrema izquierda permite por omisión que gobierne la derecha. En Euskadi, Marx-Lenin ha celebrado su centenario sumido en un mar de confusiones.
El frente nacional es otro antiguo temblor que periódicamente recorre Euskadi, y está muy ligado al de esa ciudadanía tan sugestivamente cambiante como desesperadamente inasible en una definición que sirva para siempre y para todos. La canción del frente nacional vuelve a resonar, aunque todavía como un tarareo imperceptible a oídos no acostumbrados a estas melodías. Los guiños se suceden. Un destacado peneuvista ha dicho: "Nosotros prometemos a nuestro pueblo un estatuto por lo menos igual que el anterior y los conciertos económicos. Y los que dicen que es poco, que sepan que somos de la misma sangre y que es mil veces más difícil aguantar las humillaciones de Madrid que estar en la cárcel". Exageración digna de pueblos mediterráneos -según la tradición comparativa respecto a nuestra sobriedad gestual-, que traducida a un lenguaje político familiar a la extrema izquierda se lee: "PNV y HB, un mismo combate".
En Euskadi casi todo está muy dicho, lo que no es obstáculo para que casi todo se repita. El antiguo intento de frente nacional vuelve a presentarse como su gestivo para gran parte de las ba ses de ambas formaciones. Pero, por otra parte, ante esa propuesta más o menos explícita, más lo menos envuelta en coqueteos lúdicos, se pretende diseñar otro frente nacional tan totalizador como el vasco. Un frente nacional español que englobe a gentes de izquierdas y derechas en una unión sagrada que contraponga la inmortalidad de Agustina de Aragón a la perennidad de Sabino Arana. Iniciativa de quienes creen que hay que ser españoles, españoles y en tercer lugar españoles. ¿Y todo lo demás? Lo dramático es que la presencia de dos frentes nacionales totalizadores y excluyentes sería un paso más, quizá definitivo, hacia la ruptura de Euskadi en dos comunidades irreversiblemente enfrentadas.
Y mientras tanto, entre tanta melodía que suena a viejo y a triste, a peligrosa y escasamente integradora, a enfrentadora y nada capaz de trasladar el debate político a las necesidades de los ciudadanos, el duro, apoyado en el piano, nostálgico de tiempos de más fácil capacitación para el heroísmo, reconstructor sentimental y cotidiano de cruzadas contra el fascismo, decidor impenitente de que todo está como estaba con Franco, mandando los que mandaban cuando Franco, sucediendo lo que sucedía con Franco, sin que nada haya cambiado desde Franco, se inclina hacía el pianista de la metralleta y repite entre dientes: tócala otra vez, Sam.
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