Cristina Marsillach
Continúo con mi simposium sobre la Bruja y la Ninfa, mientras los brujos del déficit (tan saludable, según Keynes) y los ninfamaníacos de la represión discuten el tema, que diría el señor Roca ¿conocen? En pleno autosimposium, me llega postal de Cristina Marsillach: "Paris - Musée du Louvre. Ecole de Fontainebleau. Peinture anonyme. Gabrille d'Estrées et une de ses soeurs". Y Cristina me dice: "La Cándida Cristina erotizando a una Vulpes (¿zorritas ambas?) Besitos. Smuac". Y dibuja un corazón en rojo atravesado por una flecha. Las feministas acaban de celebrar, paralelamente, un gran simposium en Madrid. Cristina, hija de mi admiradísimo y entrañable Adolfo, me da las gracias, sin duda, por mis comentarios en defensa de su desnudo televisivo y censura del excesivo escándalo que promovieran, muy aminoradas, esas fotos en Interviú. Cristina ha elegido un cuadro famoso y anónimo, francés, que nos presenta a dos muchachas, una de ellas obteniendo delicadamente el pezón de la otra (el derecho), con el vicio añadido de que quizá sean hermanas, la avilantez de ser el cuadro anónimo y el fondo renacentista y mediocre de un ama, aña, aya, madre o lo que fuere, que parece no enterarse de nada. Atento uno, siempre y sobre todo, a los lenguajes/mensajes de la juventud, que son la sintaxis venidera del futuro, principio mi lectura por el laconismo del mensaje, que da por supuestos los míos anteriores (y públicos). Asimismo, la predominante irónica de todo el códice adolescente y femenino que ahora descodifico (con perdón). Irónica es la elección de un cuadro erótico del pasado, irónica toda la huida de la Historia que vengo registrando largamente en mis juventudes descontextualizadas: se permiten vivir enuna Venecia de teatro, renacentista, las Cristinas y pasotas que tienen asegurado el futuro.He sorprendido en estos días a un soldado leyendo Las doradas manzanas del sol, de Bradbury, que fue lectura lírica, más que ficcional, de nuestra juventud. ¿Le está permitido a un recluta, fácticamente, leer Las doradas manzanas del sol, del lírico Bradbury? Yo creo que sí, porque Susan Sontag, lúcida, lesbiana y cancerosa, a Bradbury lo define como kitsch. Los Challenger, los FACA, los euromisiles y la OTAN no son sino Bradbury sin poesía, porque Bradbury es el Homero de la odisea del espacio. De modo que la juventud más joven de Rubén "que pasará ya el resto de su vida en el futuro", como diría Juan Cueto se refugia irónicamente en el pasado, de Gimférrer a Blanca Andreu. Aparte residenciarse en el pasado, Cristina Marsillach se domicilía postalmente en María de Molina, 12, o sea, la vieja casa de su suegro natural, mi entrañable y admirado Carlos Saura, con cuyo hijo mayor vive: son jóvenes a costa de nuestra vejez, Carlos/Adolfo. Frente a mi teoría (derivada de Hans Meyer) de la Bruja y la Doncella, Cristiana se autodefine Cándida, con indudable e irónica resonancia de la Cándida Eréndira de García Márquez. Están en el boom latinoché (otra huida, en el espacio, como la anterior lo era en el tiempo) más que en el humanismo subyacente, lírico, disimulado de cachivaches espaciales, de Bradbury. Los hombres/libro de Farenheit somos nosotros: Adolfo, Carlos Saura (senior) y yo. Ellos, ellas, los jóvenes, están en el Renacimiento, que es antiguo, y no en nosotros, que sólo somos viejos. Es la suya una caracterología, no de Buffon, sino de Galerías Piquer y antiquités de la calle del Prado. La Doncella/Ninfa/Cristina se resiste al enfrentamiento teórico con la Vulpes/Bruja, a que yo literariamente la obligo: "¿Zorritas ambas?". Nuestra división de las especies, como la de Linneo, ya no vale. El ornitorrinco quiere fornifollar con el murciélago. Y, finalmente, la onomatopeya -smuac- que sustituye el lenguaje por su sonido, como ya quiso hacerlo Tristan Tzará en el cabaret Voltaire de Zurich, donde yo le he rendido homenaje. No ya el beso, sino la onomatopeya del beso. El futuro, en fin, que se nos escapa en Cristina Marsillach. Su desnudo tiene "la forma de su huida".
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