Deporte para todos es cultura para todos
Cuando las manifestaciones sociales y políticas del gran deporte, esto es, del deporte-espectáculo de las ligas de ámbito nacional e internacional y del deporte de alto nivel, ponen continuamente de manifiesto el cúmulo de intereses, no precisamente deportivos, que giran en torno al mismo, puede parecer atrevido e irreverente afirmar que el deporte es cultura, que forma parte sustancial de la cultura de masas de nuestras sociedades, y que es preciso orientar y desarrollar el deporte para que su .práctica sea incluida de una forma espontánea, pero disciplinada, en el cotidiano vivir de las gentes.Sin embargo, los sociólogos que hemos participado en el Seminario Europeo de Sociología del Deporte, en una reunión que tenía por objeto analizar el papel y las funciones del deporte y la cultura física en la vida cotidiana de los grupos sociales, no hemos encontrado ningún obstáculo en reconocer que el deporte, como actividad física realizada en un contexto social, se ha convertido en parte importante e integrante de la cultura de las sociedades actuales -capitalistas y socialistas por igual-. Y que, además, la calidad de vida de los pueblos pasa necesariamente por un adecuado desarrollo de la educación física en todos los ciudadanos, y en la práctica generalizada de juegos y deportes, como forma creativa y espontánea de utilización del ocio y del tiempo libre.
Lejos de estas ideas se encuentran las concepciones elitistas y restringidas de lo que es cultura y de lo que significa deporte. Y es que la cultura no la forman tan sólo las prácticas y conocimientos de elevado contenido intelectual y artístico, de igual modo que el deporte no lo integran tan sólo las ligas de fútbol profesional o la celebración de los Juegos Olímpicos. La cultura en una sociedad de masas viene determinada en buena medida por la forma en que la masa, es decir, esa mayoría de población que no es elite, utiliza su ocio y su tiempo libre. Y cuando sectores cada vez más amplios de la población se deciden a incluir entre sus hábitos de ocio y de tiempo libre la práctica, de bajo contenido técnico, pero de elevado componente lúdico y hedonístico, del tenis, de la carrera a pie, del fútbol, de la natación o de cualquier otro deporte, el deporte popular se convierte en cultura popular.
Así de sencillo y así de complicado al mismo tiempo. Resulta sencillo porque, de una forma espontánea, muchos ciudadanos de los países occidentales, incluida España, se han incorporado a lo largo de los últimos años a la práctica y disfrute de un deporte. Pero a la vez resulta complicado, porque el asumir esta realidad significa replantear de los pies a la cabeza la organización del deporte en nuestra sociedad y esforzarse por estimular el desarrollo de determinados valores sociales en detrimento de otros, además de que introduce modificaciones radicales en el juego de poderes e intereses que giran en torno al gran deporte-espectáculo.
Algo que nos quedó claro a la mayoría de los sociólogos occidentales que asistimos al referido seminario es que el deporte de elite o de alta, competición no va necesariamente acompañado del deporte popular. Es decir, un país puede tener un deporte de elite muy desarrollado, con el que consigue buenos triunfos internacionales, y tener un deporte popular pobremente desarrollado. Y a la inversa. Al fin y a la postre, las carreras populares que movilizan a miles de ciudadanos en actos de deporte participativo multitudinario, no federado ni estatal, sólo se dan como tales en Londres, Nueva York o Madrid, y no en Moscú, Berlín Oriental o Varsovia, por ejemplo. Sin embargo, el deporte de alta competición en la Unión Soviética, República Democrática Alemana y Polonia se encuentra más protegido y organizado por el Estado que en el Reino Unido, Estados Unidos o España. Aunque en estos tres últimos países ya resulta familiar la imagen de los parques y lugares públicos con un gran número de personas corriendo o practicando su deporte favorito, algo que, por supuesto, no se ve tan fácilmente en los referidos países socialistas.
Y es que el deporte popular, el deporte para todos, con toda su carga de espontaneidad y libre expresión de uno mismo, requiere y exige condiciones sociales y políticas que lo estimulen. No es por casualidad. que el deporte-participación se haya popularizado en España a partir de 1977, año en que comienzan a celebrarse las primeras carreras populares, al mismo tiempo que estrenamos democracia. Y este desarrollo del deporte popular ha tenido lugar sin que haya variado sustancialmente el nivel técnico y agonístico, dentro del contexto internacional, del deporte de elite español, y sin que se haya alterado ni un ápice la poco eficaz maquinaria burocrática que atiende a las actividades deportivas. Porque, como decíamos anteriormente, se trata de dos formas de entender el deporte que no se complementan necesariamente.
Deporte de élite
A veces se oye decir que España no ganará más medallas en los Juegos Olímpicos si no desarrolla mejor su deporte de base. Pero esto no es del todo cierto. Porque se puede trabajar con un reducido grupo de deportistas de alto nivel, con los suficientes medios materiales, con los que se puede aspirar a medallas en competiciones internacionales, sin que esto afecte en mayor medida, desde el punto de vista de la práctica deportiva, al conjunto de la población. Como ocurre en algunos países socialistas. E, inversamente, se puede tener un elevado nivel deportivo para el conjunto de la sociedad sin que la elite sea particularmente destacada. Como ocurre en los países escandinavos y, en menor medida, en algunos países latinos y anglosajones.
El deporte de elite y el deporte popular responden a intereses diferentes que hay que reconocer y respetar para que no se produzcan tensiones innecesarias. Una vez aceptado este principio general, conviene no dejar a la espontaneidad de las fuerzas sociales que dicten el nivel de desarrollo de la educación física y del deporte popular, como ha ocurrido en cierto modo hasta ahora en España. Entiendo que una coordinación racional de los organismos competentes en materia de deporte básicamente, Consejo Superior de Deportes, Ministerio de Educación y ayuntamientos, la entrada en las escuelas, por la puerta grande, de la educación física, y un programa realista y no demagógico de construcción y acondicionamiento de recintos deportivos, permitirían en pocos años, sin grandes costes, una auténtica consolidación del deporte. Sin que ello tenga necesariamente que traducirse en más medallas, aunque sí iba a mejorar la calidad de vida de los españoles. Que las medallas se consiguen de otro modo, como lo hacen, y muy bien por cierto, algunos países socialistas, por ejemplo. Pero la calidad de vida de todos los ciudadanos sólo puede verse afectada y mejorada por el deporte, cuando este es práctica generalizada, alegre y espontánea, y no espectáculo restringido y alienante. Esto es, cuando el deporte para todos es cultura para todos.
es catedrático de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid y autor del libro Deporte y Sociedad, primer premio en el concurso Cultura y Comunícación 1981 del Ministerio de Cultura.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.