Mucho más que un experimento
Savater ha escrito "una reflexión" sobre un texto atribuido al conde de Campomanes que le propuso José Luis Gómez. Lo ha enriquecido considerablemente. Aunque aparezca él mismo lleno de dudas sobre si lo que ha escrito es teatro, el resultado es teatral. Puede que la misma forma en que se plantea el proyecto de escena insólita impida llegar más lejos en el trabajo de dramatización: un tablado en el centro de butacas -con pocos recursos de espectacularidad-, un presupuesto corto, una veintena de representaciones y una enorme limitación de público (puesto que se anula todo el patio de butacas) no son condiciones especialmente estimulantes para que nadie apure su trabajo hasta conseguir una obra teatral redonda. (No es una crítica negativa: el proyecto de José Luis Gómez es el de una investigación, el de una apertura, y tiene la posibilidad de un resultado tan excelente como el de esta obra, su representación y su dirección). Por otra parte, el concepto de teatro es hoy enormemente amplio. No es posible aceptar que el hecho de que unos valores filosófícos, un diálogo de cierta elevación, una escasez de acción externa que puedan reducir el público a los cultos no sea considerado teatro por ese mismo hecho.Vente a Sinapia es "una reflexión española sobre la utopía": Savater explica que ha leído muchos utopistas, pero que "en España no hay literatura utópíca" No es enteramente exacto. El mismo Campomanes estaba inspirado por el franciscano Martínez de la Mata y su idea de la "armonía general"; Pedro de Valencia había escrito su utopía en forma de memorial a Felipe III, y las ideas de José de Acosta y Murcia de la Llave condujeron a la utopía en acción: las famosas reducciones de los jesuitas españoles en Paraguay. Después de Campomanes están todos los apasionados de Fourier y sus ideas del falansterio, los falansterianos -denominados así por uno de ellos, Fernando Garrido-, con la escuela de Cádiz y de Madrid. Y Sixto Cámara, y Monturiol, y Ayguals de Izco... En la escuela catalana Terradas escribió Lo rei Micomicó, que era exactamente una utopía. Y algu nas novelas de Anselmo Lorenzo fueron por ese camino. Y, en fin el intento de fundación de comunidades en América por el igualitario Blasco Ibáñez era un pensamiento utópico ... Pero tod esto es otra cuestión.
Vente a Sinapia, de Fernando Savater
Intérpretes: Manuel Collado Álvarez, Andréu Polo, Juanjo Menéndez, José Antonio Correa. Iluminación de José Miguel López Sanz. Vestuario de Juan Antonio Cidrón. Escenografía de Miguel Navarro. Dirección: María Ruiz. Estreno: teatro Español, 1 de junio de 1983.
Brillantez irónica
Venta a Sinapia, de Fernanado Savater, tiene toda la brillantez de lenguaje irónico propio de la filosofía de su autor. Hay tres personajes esenciales: el supuesto Germinal que llega de Sinapia (la palabra está formada por las letras de Ispania) y describe con entusiasmo un régimen igualitario llevado al extremo, característico. Si alguien quiere apurar su significación, se encontrará quizá con una realización del modelo soviético (como utopía). Se enfrenta no sólo con el conservadurismo del Duque de Salsipuedes, que sustenta el pensamiento tradicional español contra la utopía igualitaria: el paraíso se perdió por el pecado original, y por tanto, cualquier intento de reconstruirlo en la tierra está condenado; sino también con Argensola, donde podría encontrarse un vago pensamiento ácrata decepcionado, amargo: un gran personaje teatral. Es su discusión -irónica, distanciada, liberal- la que produce la obra que no concluye: o concluye con una especie de tradicional oración a san Antonio (aquel a quien se pide "lo perdido, recobrado") dicha por Antonio, el criado. Hay, probablemente, una dificultad de diálogo en todo ello, en la que se ve la lectura de Savater de los textos filosóficos a manera de conversación o velada (ejemplo, Las veladas de San Petersburgo, de José de Maistre).La teatralidad está adquirida no sólo por la creación de la situación y por el enfrentamiento de caracteres, por la situación de frases y de dialéctica que pone el autor, sino por la representación misma. Hay una labor meritísima de la directora de escena, María Ruiz (otra persona que inicia la responsabilidad teatral, como el propio Savater: dato más de la importancia del experimento), que empasta el trabajo de los actores, los relaciona unos con otros, encuentra un tono medio coloquial para la discusión, caracteriza las ideas; y además, dentro de las posibilidades del espacio acotado (el cuadrilátero central), de los puntos de vista del público y de la quietud de la acción, inventa pequeños recursos escénicos, objetales, ilusionistas -como la reconstrucción de la imaginaria Sinapia en maqueta -un hallazgo de Miguel Navarro-, para lo que seguiremos llamando teatralización. Su aprendizaje al lado de grandes directores, y en este caso muy especialmente de José Luis Gómez, ha sido bien digerido y bien transmutado. Tiene, además, un reparto excepcional, sobre todo en los dos personajes principales. Se ha dicho muchas veces que Juarijo Meriéndez era un actor mucho más digno de grandes empresas intelectuales que las que suele llevar a cabo, y aquí lo demuestra. Lo que aporta de gran oficio de cómico, no totalmente refrendado, es esencial para la conversión en teatro de su texto. Manuel Collado Álvarez es un actor que no se prodiga: por lo menos, hace años que no le veo en un escenario. Su zcomposición del Duque de Salsipuedes, en la. que se detiene en la tentación fácil de convertir el contrapensamiento, el conservadurismo, en lo que podría ser una caricatura, es ejemplar. José Antonio Correa tiene el antipapel del entusiasta en una comedia escéptica y lo resuelve hábilmente. El reparto se completa con la agilidad de Andréti Polo, a quien cumple la recitación final de la oración de san Antonio.
Cualquier intento de discutir ahora conceptos de teatralidad y literatura sería una pérdida de tiempo. Encuentro obvio comparar este texto dramatizado, representado, dicho por actores profesionales, dirigido con sobriedad expresiva, rezumante de ideas con el teatro-teatro que puede estar lleno de oficio y ser al mismo tiempo detestable, aburrido y cansado en sus recursos de oficio. Pienso, eso sí, que la coartada del experimento, las limitaciones del espacio, la humildad en la intención pueden servir para encubrir algunos defectos o algunas ingenuidádes: la forma expeditiva de resolver escenas, -entradas y salidas-, la poca fluencia del diálogo o lo abrupto del final que desconcierta (se espera más: se espera, por un público teatralizado, el final en punta, el resumen, la caída del telón; peiro eso parece contrario a la geneirosídad de pensamiento del autor).
Gustó al público en la primera noche de representación. Hubo muchos aplausos: hubieran sido, efectivarriente, más, de no mediar ese desconcierto por el nofinal de la obra. El hecho de que tras casi hora y media de hablar el públicono se canse y espere más es un buen dato.
Babelia
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