No perder de vista al toro
La chica de la película le dice al protagonista: "Lo que yo necesito es un amor violento, apasionado y pacífico, sensual y angélico; que me desgarre hasta el paroxismo y tenga la dulce ternura de los sueños infantiles..." Enfrentado con un panorama de exigencias tan peliagudo, el chico -que tiene el aire desgarbado y, ciertamente, no apolíneo de Woody Allen- se ve obligado a reconocer: "De ésos, somos pocos en esta región".¿Nos estará ocurriendo algo parecido con lo que pedimos al toro de lidia? Tenemos la base excepcional de un animal hermosísimo: "La única aportación original de España a la zootecnia universal", según Sáenz Egaña. Lo único que explica de verdad -más qué oscuros instintos colectivos- que la corrida no se extienda a otras latitudes. Como precisó Pérez de Ayala: "Si los toros no se universalizan más es porque no es posible, porque no tienen en todos los países la posibilidad de tener nuestras ganaderías". Pues bien, pretendemos que ese animal sea fiero, salvaje, y que siga con dulzura absoluta, un trapo rojo; que derribe caballos, y permite que le den 40 naturales; que desafíe al mundo con su arrogancia, y no tire una cornada. Todo eso a la vez, ¿no es pedir gollerías?
Nos quejamos ahora -con más o menos razón, según los casos- del toro que suelen lidiar las figuras del toreo. El gran negocio de muchos ganaderos -define brillantemente Bergamín- no consiste en criar toros bravos, sino en "desbravar toros, respondiendo a la demanda comercial de su mercado más común". No creo que se pueda objetar mucho a esto. Las leyes de la selección natural suelen funcionar con bastante exactitud y el ganadero, hoy, posee medios para orientar previsiblemente su ganadería. Si manda al matadero a un animal por ser áspero o veleto, ha tomado una decisión que determinará el futuro de sus toros.
Bastantes aficionados reclaman, hoy, un toro más fuerte, más duro, más combativo. Es lógico, pero, para ser consecuentes, hay que saber lo que supondría que volviéramos a los toros de antes.
- Unas faenas muy distintas: más cortas menos artísticas, orientadas al dominio y a la preparación del toro para la muerte más que al lucimiento a que hoy nos hemos acostumbrado.
- Unos toreros con mayor responsabilidad, que acudirán a las principales ferias -como hacía Joselito- con las corridas más duras. Para eso, además de vergüenza torera, haría falta que poseyeran lo que hoy muy pocos tienen: capacidad para lidiar, para dominar al toro difícil.
- Un público más entendido, que supiera apreciar las dificultades de la lidia.
No defiendo lo de hoy, desde luego, pero sí trato de entender lo que ha sucedido: una cultura cada vez más urbana ha perdido el contacto con lo que supone el toro en el campo; el turismo ha invadido nuestras plazas, acompañado de un público festivalero que sólo va a los toros una vez al año, dispuesto a divertirse como sea, o de unos presuntos puritanos que suelen disimular con la mala educación su ignorancia taurina; alrededor de la fiesta se ha montado un gigantesco tinglado comercial: apoderados, exclusivistas... Es lógico buscar una bravura que vaya acompañada de nobleza. ¿Qué ha ocurrido, entonces? Se lo he oído explicar con toda sencillez, hace muy poco a Juanito Bienvenida: "Se ha echado demasiada agua al vino". Está bien que ahora resurja nuestra fiesta y se intenten eliminar corruptelas, pero no la van a arreglar los que acuden a la plaza predispuestos en contra, armados de pitos y pañuelos verdes. En los toros -como en todo, supongo-, el que más vocifera suele ser el que menos sabe.
Recordemos las sentencias del maestro Corrochano: "Para ver una corrida de toros, es condición indispensable no perder de vista al toro ( Todo gira en el ruedo alrededor del toro ( Y relacionando lo que hace el toro y, la intervención del torero, que esto es la corrida, juzgamos. Acabamos de definir la lidia". Así de simple. Añadiré que, para opinar con conocimiento, hay que haber visto muchos toros; si es posible, en el campo, de eerca. De ahí la superioridad innegable del público de Sevilla. Lo confirmaba hace poco un torero madrileño, Ángel Luis Bienvenida: en Sevilla existe un mayor respeto a lo que hace el torero, porque son más numerosos los espectadores que han vivido la realidad maravillosa del toro en el campo.
He tenido la suerte de ver bastantes corridas junto a algunos maestros de la tauromaquia. ¿Qué hacían? Por supuesto, se callaban y miraban mucho al toro. Siguiendo esa escuela, uno se divierte siempre en la corrida, con independencia de que se corten o no orejas: cada tarde aprecio mil detalles llenos de interés, de plasticidad, de emoción. Veo la inteligencia de un hombre que intenta dominar y crear arte -lidiar- a un hermosísimo animal. Basta poseer un poco de sensibilidad -y de conocimiento- para apreciar su trágica belleza ("Como el toro, he nacido para el luto / y, el dolor..."), su lección vital: "Como el toro, lo encuentra diminuto / todo mi corazón desmesurado... "
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