El perseguido autor checo Vaclav Havel estrena en la vieja factoría de Nancy
En uno de los tres espacios habilitados en la sede del festival, una vieja manufactura de tabaco, un público de privilegiados -el aforo es muy reducido- vivió uno de los mejores momentos del festival: la representación de dos piezas del checo Vaclav Havel, La audiencia y La inauguración, por los actores del Atelje 212 (Taller 212), del Belgrado. Las obras responden a la actitud de los intelectuales checos que no quieren colaborar con el actual régimen de su país.
Vaclav Havel (nacido en 1936) está considerado como uno de los dramaturgos más interesantes, más brillantes de su generación. Con anterioridad a la normalización que se produjo en Checoslovaquia luego del mes de agosto de 1968, y que convirtió en desviacionistas a los hombres de la denominada Primavera de Praga, el teatro de Havel era representado, aplaudido en todo el país, y traducido y representado en varios idiomas. Pero con la normalización, y debido a la empecinada postura del autor, que siempre se ha negado a colaborar con ella, su nombre fue silenciado, y su obra, prohibida, relegada de los escenarios, bibliotecas y librerías. Invitado a asistir al estreno mundial de La audiencia y La inauguración, en Viena, se le negó el visado de salida. Havel vive hoy en Checoslovaquia prácticamente detenido en su domicilio.La audiencia presenta un diálogo entre el director de tina fábrica de cerveza y uno de los obreros de la misma, un hombre que antes había sido un celebrado autor teatral -el propio Havel, claro- y hoy se ve obligado a trabajar en una fábrica para ganarse la vida. Un diálogo muy bien construido, como una partitura musical, con una gran riqueza de motivos que se repiten, creando un clima tenso, de violencia contenida, sorda, que en determinados momentos, en los momentos precisos, revienta, dejando escapar un humorismo amargo. Vanek, el obrero-dramaturgo, no cede. No cede ante la insistencia de Sladek, el director -un pobre desgraciado, atrapado, con dos, hijos, que no puede permitirse (eso dice él) los quijotescos principios de que hace gala Vanek-, para que traiga a la Bodalova, una actriz que está muy buena, a la fábrica para que Sladek la conozca. No cede ante las ventajas que podría reportarle su colaboración en la redacción de determinados informes sobre sus compañeros y sobre sí mismo. No cede ante la persistente invitación del director para que comparta con él la cerveza. Al final, el director, luego de haberse bebido trece botellines de cerveza, los pantalones manchados de sus propios, orines, borracho y lloroso, escuchará de labios del obrero-dramaturgo la frase que antes -una, dos, tres, cuatro veces- éste ha escuchado de labios del director: "Pero no se ponga triste, hombre". Moraleja: los marginados, los intelectuales, los artistas perseguidos no son los angustiados; al contrario, los angustiados son los otros, los que pactan, los que consienten.
La inauguración es una variante sobre el mismo tema. Vanek acude a cenar a casa de un matrimonio amigo que inaugura su nuevo piso, un piso burgués, de mal gusto; vamos, de nuevo rico; un matrimonio que ha aceptado la normalización, que ha pactado con ella y se beneficia de ella. El matrimonio intenta, en vano, adoctrinar a Vanek. Le echa en cara que su mujer no sepa cocinar, que no quiera un hijo, que no se acueste con él con la regularidad y la pasión con que se acuesta el matrimonio. En fin, le echa en cara que no acepte, como aceptan ellos, la nueva situación política.
Pero el argumento, la intriga, es lo de menos. Lo importante es el juego de los actores yugoslavos; un rico juego psicológico dentro de un decorado escandalosamente naturalista; un trabajo de gran calidad, realizado por unas gentes que atesoran una apabullante memoria teatral, abundando en todo tipo de recursos, en todo tipo de géneros; familiarizados con el teatro de Sartre, de Faulkner, de Ionesco, de Jarry, de Vitrac, de Schisgal, de Kopit, de Genet, de Bond, de Gombrowicz, que interpretan constantemente.
Babelia
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