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Reportaje:

"Yo soy traficante de norteafricanos"

Un obrero en paro se gana la vida transportando inmigrantes clandestinos hasta la frontera

Su vida está en la frontera. Lo confiesa sin ningún reparo, aunque con una cierta indignación. Se ve a sí mismo sumergido en una complicada trama, de la que difícilmente podrá librarse y que inevitablemente le conducirá al límite, Se detiene por un instante, antes de cruzar la raya. Baja la cabeza y musita, para consolarse, que es preferible esta situación antes que el paro. Después prosigue su camino. Sabe que siempre regresará al punto de partida. A este sofá de skay granate, en un piso del barrio de La Verneda, en uno de los confines de Barcelona. Siempre en la frontera.

"Conocí a Mariano P. en un bar cercano a la estación de Francia. Fue el bar Maite. Entonces yo estaba sin trabajo y dispuesto a hacer cualquier cosa, con tal de llevarme alguna cosa a casa. Se me acercó y me dijo si me interesaba transportar a unos marroquíes hasta la frontera. Me ofreció 20.000 ó 25.000 pesetas. No recuerdo bien. Pensé que no tenía nada que perder. Asentí. Al día siguiente fui a buscarlos a la plaza del Palacio, cerca del bar. Eran cuatro o cinco. Los llevé hasta La Jonquera. Paré junto a la gasolinera, en una curva. Crucé la frontera en el coche, solo. Esperé algunos kilómetros más allá. Aparecieron un rato después, caminando por la montaña, se montaron de nuevo en el vehículo y continuamos juntos el camino hasta Toulouse. Los dejé en la estación. Éste fue mi primer viaje."

A la caza del africano

Se sienta en el borde del sofá. Continúa con la cabeza gacha y los hombros hundidos. Parece cansado por ese continuo deambular. Le gustaría encontrar un empleo y decirle a Mariano P. que nunca volverá a viajar, ni a trabajar para él. Pero sabe que esto es casi imposible. Invariablemente deberá regresar a la barra del bar de Maite o al de la calle de Aglá, en el barrio chino, dispuesto a negociar un nuevo viaje. Dice que no es el único. Sabe que hay competencia. Incluso en el mismo barrio. En todos estos años ha aprendido a callar. A pesar de todo, a pesar de que él se juegue cada día la cárcel y los otros nada, o casi nada."Entonces no sabía que a Mariano P. le llamasen el Rubio. De eso me enteré mucho más tarde. Me explicaron que cada mañana sale en su taxis, acompañado de un marroquí pequeño y desdentado, creo que le llaman Alí. Deambulan por la ciudad sin parar en el taxis, cazando a los africanos y ofreciéndoles sus servicios. Los citan un día y a una hora determinada en un punto de la ciudad. El resto es muy sencillo, encontrar algún desesperado dispuesto por un poco de dinero a pasar la frontera con la mercancía. Ellos cobran por adelantado. Nosotros, a la vuelta. Sí es que volvemos últimamente se han producido algunas detenciones. Entonces nadie hace nada por nosotros. No nos queda más remedio que esperar en la cárcel. Después, de nuevo en Barcelona y si no encontramos trabajo, otra vez hacia la frontera".

Un alijo de 29 africanos

Se ha alzado por un momento, para observar la raya del pantalón cayendo sobre los zapatos. Luego se ha vuelto a sentar. Siempre en la orilla del sofá de skay. Frente a él, en el fondo de la habitación, una mesa redonda de color caramelo, bordeada de sillas, unas flores de plástico en un jarrón de cerámica, un equipo de alta fidelidad y una mujer con una bata floreada, fiscalizando cada una de sus palabras. De vez en cuando interrumpe el tono gris y -monótono de su discurso y emerge la indignación. Es la rebelión imposible. Incide constantemente en el paro. La angustia del vacío."A Juan Codina Navarro le cogieron en Perpiñán, cuando ya había cruzado la frontera. Le juzgaron en Carcassone y le condenaron a 18 meses de prisión. En la furgoneta llevaba 29 personas, entre hindúes, negros y moros. El otro día vino a verme su mujer. No pude hacer nada por ella. Me explicó que había ido a casa de Mariano P., el Rubio, y le pidió algo de dinero para mantener a los cinco hijos, mientras Juan estuviera en prisión. Se rió en su cara. El caso de Juan Codina es como el mío, como el de tantos otros. Él también estaba en paro. Trabajaba en una empresa puliendo el vidrio. Luego cerró. Le ofrecieron lo de los africanos y le cogieron. Mala suerte".

Nueve meses en prisión

No es desprecio. Simplemente es resignación rebozada en el tufo de los fritos y de la verdura hervida de cada cena. Siempre con el permanente recuerdo de los años pasados en Alemania, donde trabajó en una fábrica y ganó el dinero suficiente como para poder pagar la entrada y los primeros plazos de esta casa, la cerámica vidriada italiana con la que ha embaldosado todo el suelo, el televisor en color y el dormitorio de la niña. Él también tuvo su racha de mala suerte. Fue mucho después. Cuando volvió a España y empezó, a trabajar como conductor en una empresa de autobuses de Badalona. Le sorprendió un expediente de crisis. Después vino el paro. De esto hace mucho tiempo ya. Suficiente como para haber agotado el subsidio."A mí también me detuvieron en la frontera. Fue en 1976. Me llevaron a Perpiñán. El día del juicio no se presentó mi abogado. Llegó un rato, después resoplando y pidiendo disculpas. Como a Juan Codina Navarro me cayeron 18 meses. Estuve en diversas cárceles. Le aseguro que no hay ninguna cárcel tan dura como las francesas. Yo no entendía nada, a duras penas hablaba su idioma. Alguien me aconsejó que escribiera una instancia. Me pusieron en libertad nueve meses más tarde. Luego volví a la frontera. Pero no con mi coche. Era menos arriesgado alquilar un vehículo en cualquier empresa y pasar así la frontera. Si te cogen, te cogen, pero el vehículo no es el tuyo".

Cruzar siempre la frontera

Hay, colgado en la pared, un reloj eléctrico, silencioso. Más abajo un paisaje anodino y frío, envuelto todo en un discreto papel de flores y puntos. Acaricia con la vista cada uno de los objetos y muebles del comedor y reanuda el relato en cualquier punto, sin importarle demasiado el orden. De nuevo incide en la suerte y piensa quizá por un instante en aquel día que en un recodo de la carretera y una vez ya en Francia, se tumbó en el coche, esperando el retorno de los emigrantes norteafricanos, dispuesto ya a emprender el final del viaje."Me salvó no sé qué. Me di cuenta que algo raro ocurría. Salté del coche. Abandoné el vehículo y crucé la frontera a pie. A todos los demás les detuvieron. Fue algo tan inexplicable como ese ex policía municipal de L'Hospitalet, que cruzaba la frontera con el coche sin tomar la precaución de hacer descender a los, africanos, sin otro cuidado que el de gritar un 'buenas noches' muy fuerte cada vez que pasaba por el puesto. Un día lo vieron venir. La policía española le dejó pasar. Luego telefonearon a los franceses. 'Os enviamos al de las buenas noches', les dijeron. Se chupó una buena dosis de prisión. Le llamaban el Majara".

Un problema político

Manuel L., en el borde del sofá, repite incansablemente que es una cuestión de suerte. Para el presidente del Tribunal Correccional de Carcassone, Francia, todo esto que explica Manuel L. se resume en una dura acusación dirigida a la Administración española a la que acusa de "permitir el tránsito incontrolado de extranjeros por su territorio, con la esperanza de que algunos guías poco escrupulosos les conduzcan fuera de sus fronteras". Estas palabras del magistrado francés fueron pronunciadas el pasado 2 de marzo en la sala de vistas del Tribunal Correccional ante el que compareció Juan Codina Navarro, acusado de fomentar el tráfico clandestino de trabajadores africanos. El magistrado insistió en que se trataba de un problema que "debía ser tratado a nivel político, al más alto nivel si es preciso". El presidente Tolosa insinuó que en el fondo de este inconfesable escándalo, en el que los inmigrantes son "explotados y tratados como si fuesen ganado", es posible que aparezcan como cómplices la Administración y algunos consulados, siempre de acuerdo con los "negreros de los tiempos modernos". Las afirmaciones del magistrado francés se vieron ratificadas un mes más tarde por un informe de la policía francesa en el que se aseguraba que en los dos últimos años se había interceptado 34 expediciones, deteniendo a 13 traficantes y obligando a volver a España a 76 jóvenes africanos.

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