El supuesto 'barrido' de los veteranos
Cuando comienzo a escribir estas impresiones, el calendario pone en mí la evocación de una efemérides histórica, enlutada de negro, inmarchitable. Es 16 de mayo..., "pero la densa fecha no me arrastra hacia ninguna elegía profusa en palabras dolientes". Un simple y machadiano "...y Joselito" estremece -creo yo- con más sencilla intensidad.Cambio, pues, de tercio, salto de 1920 a 1983 y me asomo a la recién terminada feria de Sevilla. Aunque donde de verdad echo el ancla es en las reflexiones que me brinda la estela dejada por lo ocurrido sobre el albero maestrante. Se trata de que, ante los resultados de una feria cálida y variopinta, hemos podido escuchar con tristeza -con vergüenza ajena más bien- aquello de que "los jóvenes han barrido a los veteranos".
Qué propicia se muestra siempre España a la invocación del barrido, sin darse cuenta de que la escoba, sólo está indicada para lo que precisamente se utiliza menos..., para adecentar plazas, calles, edificios y demás parientes -unidos por el vínculo de la metáfora-, y que del pasado, en supuesto desecho, siempre queda algo aprovechable que se debe conservar.
¿Por qué la radicalidad del barrido y no la conjunción flexible y fecunda de una convivencia en la que cada uno desempeña su papel?
Vamos a operar sobre nombres y hechos reales. A Curro Romero y a Paula no los barrió la juventud de los toreros triunfantes en Sevilla. Fueron ellos mismos los que se autobarrieron por su catastrófica actuación en La Maestranza (actuación, por otra parte, de la que nos han dado parecidísimas muestras cuando todavía eran jóvenes).
La tarde desgraciada del excelso Antoñete frente a toros de auténtico estilo no cuenta para derribos... ni acosos. Fue la tarde negra de un gran torero de veta blanca.
Pero, ¿y Manolo Vázquez? Asomado a los 53 años, abuelo de casta y saber... Ahí lo tenemos: tranquilo y sin dudar ante un toro dudoso al que terminó por convertir en claro con la difícil facilidad del que parece que no hace nada (lidiador). Bordando primores ante un toro nobilísimo, al que lleva y trae en la muleta, con mando limpio y flexible de muñeca rota (torero). Eligiendo, con acierto siempre, la querencia indicada, la medida precisa (lidiador). Enseñándonos cómo se está en la plaza -con o sin toro, con o sin capote o muleta- a espúreos, y añadiendo ademanes garbosos de gracia y de sal (torería). Administrando sus fuerzas físicas para poder hacer un quite a cuerpo limpio (valor y saber).
Es cierto -gracias a Dios- que, con los altibajos propios de los toreros en fase de maduración pendiente, un puñado de jóvenes parece que viene empujando. Pero es que -retorno, terco, a mi postura- todavía se visten de luces algunos veteranos y maestros. Y esos maestros..., por eso, porque lo son, conservan capacidad para dar lecciones, para enseñar lo que los jóvenes aún ignoran, aunque, cuando lo aprendan, cada uno lo haga -eso, eso es lo bueno- con su sello peculiar.
Con que de barridos y de escobas ni palabra. ¿Relevo? Es ley de vida. Pero que llegue por sus pasos y sin desbarrar. Sin querer llenar un vacío previamente preparado con desacierto y con irreverencia.
A los veteranos, cuando rezuman saber o cuando les viene de airriba la inspiración, no se les barre tan fácilmente. Acordaos de lo que fue el comienzo de este artículo: la evocación de Joselito, El Gallo, cumbre de maestría. Bueno, pues..., ¿a que de haber podido vestirse de luces, ya cincuentón, la masa lo habría mandado al asilo en cualquier tarde de infortunio, al tiempo de reclamar el relevo con malsana fruición?
Pero..., ya veis: han pasado 63 años desde Talavera y nadie ha sido capaz de barrer a - Joselito..., ni de borrar su recuerdo de lidiador impar.
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