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NOVENA CORRIDA DE LA FERIA DE SAN ISIDRO

El Yiyo entra la feria con todos los honores

Triunfó Yiyo, para lo cual tuvieron que producirse las siguientes casualidades: que Roberto Domínguez se cayera de una moto; que los veterinarios rechazaran varios toros de Algarra (debieron rechazarlos todos); que en su lugar pusieran otros de Antonio Ordóñez; que a uno de ellos le llegara la casta Urquijo, la cual parecía perdida; que ese toro le correspondiera, precisamente, al Yiyo.Toro y Yiyo, reunidos por el destino en el ruedo de Las Ventas, se miraron, y pronto supieron que coincidían en gustos y aficiones. ¿Estudias o trabajas?, se preguntaban, cuando cogieron confianza.

Como sucede en casi todas las historia de amor, empezaron odiándose. Al toro le molestaba que Yiyo le galleara por chicuelinas -"eso se lo gallearás a todas", mugia- y, prendiéndole por la ingle, se lo echó a los lomos de bestial forma.

Plaza de Las Ventas

22 de mayo. Novena corrida de San Isidro.Tres toros de Luis Algarra, inválidos; segundo y sexto de Antonio Ordóñez, con trapío y muy nobles; cuarto, sobrero de Molero, cinqueño, manejable. Jorge Gutiérrez. Pinchazo que rebota en una banderilla, cuatro pinchazos y estocada (silencio). Pinchazo, estocada contraria tendida, rueda de peones y dos descabellos (pitos). Yiyo. Estocada (oreja). Pinchazo y estocada corta (palmas y pitos cuando saluda). Curro Durán. Pinchazo y media estocada (silencio). Media estocada (petición y vuelta).

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Primer tercio

Toro de trapío y cuajo, de cara fosca y arboladura, de pezuña recia, y fuerte complexión, derribó dos veces al caballo con estrepitosa potencia, lo comeó con saña, ni mediante coleo le podían separar de su presa. Entretanto, el caballo, que tiene aprendidas del Pimpi kárate, sumo y otras disciplinas, se defendía pegándole dentelladas en el cuello.

El tercio tuvo emoción enorme. El poder y la fijeza del toro maravi llaban a la afición, que lo sometía a concienzudos análisis de laboratorio. Y anotaba: "Además, escarba" Desconcertante tic en un toro de aparente bravura, que se arrancaba de largo, se crecía, al castigo.

Lidia para aficionados, a quienes estos aconteceres arrebatan, al Yiyo le debió motivar también, pues "se vino arriba", con perdón, instrumentó unas dobladas de gran eficacia, suaves y toreras, y se dispuso a ligar faena. Sobrevino entonces el flechazo y hubo aquella pregunta capital: "¿Estudias o trabajas?"

En mutuo entendimiento y perfecta armonía toro y torero, de aquí en adelante se produjo el gozo de una faena sólida, variada, llena de inspiración. La embestida del toro sabía a delicia, y el diestro la paladeaba con exquisitez. En los naturales alcanzó los momentos de mayor belleza, y algunos de ellos estaban dotados de tanto empaque y gusto que los habría firmado quien los inventó. A guisa de epílogo, ayudados con una y dos manos, ganando terreno, hasta llegarse al platillo, donde el toro cuadró, y allí se despidieron, seguramente con lágrimas en los ojos: "Adiós, amor, nunca te olvidaré". La unión de ambos era imposible, porque se trataría de un matrimonio morganático. De manera que Yiyo entró a matar, en lo alto mató, y fin.

Esta historia de amor ha sido la más bonita de la feria, y la oreja que obtuvo Yiyo, la mejor ganada. No estaba este joven torero en los carteles, que la empresa lo dejó fuera en plan reserva, pero ahora ya es titular, y en la feria se queda, con todos los honores y todos los pronunciamientos favorables.

El siguiente toro de Yiyo era de Algarra; distinta marca. Lo muleteó con recursos, que es cuanto cabía hacer. Después intervendría en quites, aromatizó la agria brega del sexto con enjundiosos lances y una larga de fantasía. Los Algarra salieron inválidos y escasos de casta. Con uno de ellos y con un cincueño de Molero, que resultó manejable, Jorge Gutiérrez tuvo actuaciones desconfiadas y torpes. Durán le pegaba derechazos por los terrenos de sol a otro Algarra aborregado.

Pero aún faltaba un Ordóñez más, ayer fina especie. Salió en sexto lugar, y se puso a hacer mansadas. Serían para disimular, pues en el último tercio embestía entregadito, suave, surcando el albero con el hocico, y era posible hacerle el toreo, todo el toreo que Ios siglos de tauromaquia hayan podido contemplar. Curro Durán no se lo hizo, pues para semejante empresa la calidad era precisa, y se limitó a muletearle con voluntad y decoro. Menos da una piedra, dirá él.

A Curro Durán le habían puesto dos tardes en la feria y al Yiyo ninguna. Ahora todos estamos de acuerdo en que debió ser al revés. A toro-pasado, naturalmente.

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