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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El regreso del súbdito

Dos PROYECTOS de vida se cruzan ahora en la comunidad española; por uno, somos más libres; por otro, más vigilados. Entre propuestas y conquistas vamos ganando derechos y libertades: divorcios y nuevos enlaces, civiles o sin ceremonias; despenalizaciones de abortos y drogas blandas; goces autonómicos, municipales; lenguas vernáculas; desnudos estimulantes en las artes realistas; cancioncillas obscenas, palabras libres, sensaciones europeas... Entre lo importante-trascendente y lo minúsculo y de pura moda se forma un conjunto de posibilidades de disposición libre de uno mismo. Se paga, todo se paga, con una moneda adversa: matrículas grabadas en los cristales, censo policiaco de los alquileres, ojos y tentáculos de ordenadores, razias en el barrio, puertas con rayos X, etiquetas con nuestros nombres y nuestras fotos colgando de las solapas, declaraciones de incompatibilidades, certificados, declaraciones juradas. Se nos recuerda continuamente nuestra condición de súbditos (subditus, de subdiere: "poner debajo", "someter, sujetar").Se nos devuelve nuestra intimidad a condición de que la hagamos pública; que, en todo caso, la inscribamos en los registros correspondientes. No siempre se nos dice la sanción: se puede elevar desde la amonestación administrativa hasta ese mal suficientemente invisible pero suficientemente evocado que consistiría en que el mal uso de aquello que se nos concede puede incluso revocar el concepto del Estado permisivo por quienes han cedido el poder. Este friso retraído tiene sus portavoces, que parecen decir cada día hasta dónde se puede llegar demasiado lejos. Nos regañan. El Estado, a veces, reverbera sobre nosotros las regañinas de los otros. Es decir, todavía parece como si hubiera un Estado invisible y un Estado visible, y una cierta colusión entre los dos. Para este proceso de restricciones y de administración de las libertades que, por una parte, se nos conceden, y, por otra, se nos contabilizan, existe frecuentemente el compromiso de la tolerancia, más que el de las libertades de hecho. Es decir, un sistema por el cual lo que podamos hacer es sólo válido a condición de que haya ojos cerrados en los momentos oportunos. Una infantilización, un hasta nueva orden. A veces se nos explica que, puesto que algunos de nosotros somos malos, o queremos ser más autónomos, más abortistas, más fumadores de lo que la tolerancia acepta, se nos puede venir encima el castigo colectivo: "Toda la clase, castigada", "la última fila, arrestada". Algunas veces ideamos que son cosas de ministros, y les ponemos nombres: los buenos y los malos: como entre los sargentos, los hermanos maristas, los responsables, los jefes. Terminamos por ver que son intercambiables: la función crea el ministro; los ministros, el Gobierno, y entre todos, el Estado: nosotros volvemos a ser, como el antiguo vocabulario, los súbditos.

No parece que todo esto sea inevitable y que para gozar de unas libertades haya que pagar con otras. Más bien es una consecuencia de viejos espasmos de orden autoritario transmitidos a una política suspicaz, que encuentra menos responsable y más cómodo depositar una culpabilidad colectiva sobre la sociedad que definir concretamente lo que es delito y lo que no lo es -claramente- y aplicar los correctivos a los delincuentes estrictamente. La profilaxis del delito social no es la vigilancia del todo, sino la creación de una sociedad íntima y colectivamente libre, respetuosa. No se va a esa sociedad por el censo policiaco o por el juego de la tolerancia, sino por el asentamiento de los verdaderos derechos civiles. La democracia se defiende con la profundización de la democracia, no con su limitación.

Todo esto, dicho sin ánimo de comparación con otros tiempos. No es tan mala la memoria como para olvidar lo que pasaba hace poco más de un lustro y la ganancia de libertades. No es ésta una medida de comparación con otro tiempo, sino de comparación con el propio nuestro: como debe ser, como puede ser. Ya no podemos seguir siendo súbditos: es cosa del pasado. El cruce del proyecto de libertades con el de vigilancia crea una situación de malestar social que no tiene razón ninguna.

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