'Las potencias de modernidad de la vida española'
Cuando en enero de 1915 lanza José Ortega y Gasset el semanario España, la enunciación de propósitos editoriales no puede ser más sucinta: se trata de llegar "a una España mejor mediante una rebeldía constructora".La frase expresa inmejorablemente la preocupación de síntesis, de conjugación, que inspira los proyectos políticos del primer Ortega. Síntesis, a veces arriesgada, de influencias teóricas: Joaquín Costa, como punto de partida, al que se suman el neokantiano Cohen, Giner, Nietzsche, Saint-Simon, incluso una lectura crítica pero asimilativa de Stahl. Síntesis de componentes sociales heterogéneos en el crisol reformador: la llamada de Ortega se dirige a la nueva burguesía -"a los nuevos hombres privilegiados de la injusta sociedad", profesionales y capitalistas-, pero también al proletariado que encuadran las or ganizaciones socialistas, "únicas potencias de modernidad que existen hoy en la vida española". Articulación, en fin, de esos factores dispersos de transformación: tal es el hilo conductor del programa enunciado en la primavera de 1914, en la famosa conferencia Vieja y nueva política, cuyos elementos constitutivos pueden parecer escasamente innovadores, pero que acierta a resumir las grandes ideas de los partidarios del cambio frente al régimen de oligarquía y caciquisino". Éste es el sentido de la consigna "vertebrar España", surgida entonces sobre el telón de fondo de la Liga de Educación Política.
De 1907 a 1912, Ortega ha figurado entre los intelectuales que ven en el partido obrero la única fuerza organizada, al margen de la degradación del sistema político canovista. Participa, incluso en un proyecto de sociedad fabiana, alentado por jóvenes progresistas del Ateneo de Madrid. Su modelo viene dado por la socialdemocracia, alemana, el gran partido que no sólo anuncia la emancipación de la clase obrera, sino que hace de ésta un factor decisivo de organización nacional. Por eso, frente a Marx, las referencias teóricas son Saint-Simon y Lassalle. Piensa. entonces que el PSOE puede ser un instrumento impulsor del nuevo liberalismo, la forja de una nueva aristocracia. Pero tropieza con la barrera infranqueable del obrerismo. De aquí su distanciamiento a partir de 1913, la aproximación coyuntural al`partido reformista de Melquíades Álvarez y su concentración en la pedagogía social a modo de palanca destinada a potenciar la presencia política de una nueva burguesía, quebrando así el círculo vicioso que alimentan la pasividad nacional y la presión del antiguo régimen. Todo cambio pasa, en consecuencia, por el camino goethiano que va de la oscuridad a la luz. Lo que explica la centralidad que, en la labor política de Ortega, han de asumir las fundaciones periodísticas: España (1915), El Sol (1917). El mecartísmo no se pondrá en marcha por la acción de las ideas, sino por la aceleración de los cambios políticos y la acumulación capitalista que acompañan a la neutralidad de Éspaña en la gran guerra. Es entonces cuando el esquema bipolar de Ortega va a convertirse en artículo de fe para toda una generación de reformadores; y cuando el crecimiento y la nacionalización acelerados de la economía española parecen crear los supuestos para el triunfo de la "nueva política".
A Ortega y Gasset nunca le gustaron las revoluciones. Si en 1917 apuesta por el cambio político, lo hace en el sentido de encontrar un nuevo equilibrio en la organización del poder y de la sociedad. En uno de sus más famosos artículos, Bajo el arco en ruina, había anunciado el derrumbamiento del régimen de la Restauración. Pero no se trata de invertir el sentido de las relaciones sociales, sino de llevar al poder a los grupos más dinámicos, eliminando los arcaicos y encontrando una nueva dimensión para la presencia obrera, encabezada por el PSOE. Tal es el contenido de la propuesta "iModernizad España!", en la que apenas cabe descubrir una mínima dosis de abstracción. El sentido práctico del pensador por estas fechas se revela en la fundación de El Sol y en los artículos de 1917-1918, de una sorprendente sensibilidad de percepción ante los cambios económicos que tienen lugar en el país. A diferencia de otros progresistas, cegados por los problemas de la carestía y de la especulación, Ortega observa las consecuencias positivas de la nacionalización capitalista que preside la vida económica de la España neutral. "Y en tanto", escribe en agosto de 1918, "la vida de los españoles crece en complejidad y se hace más intensa. Se trabaja más, se gana más, se goza más. El capital se condensa en núcleos industriales más numerosos. Los obreros extienden su red de organizaciones defensivas". Hay que aprovechar la ocasíón para asentar una democracia modernizadora.
La revolución rusa, la frustración del esperado cambio político y los conflictos sociales de 19191920 dan un vuelco a la situación. La amalgama de intelectuales, industriales y capitalistas no alcanza el poder y ve ante sí la amenaza revolucionaria. Por vez primera, la equidistancia se rompe. La nacionalización cobra acentos defensivos y surge la teorización del repliegue, en 1920-1921, con España invertebrada y El tema de nuestro tiempo, dos temáticas y una sola reflexión. Es la huida de la política a la filosofia, el sentimiento de pertenecer a una minoría no escuchada. La involución desde el neokantismo, liberal y reformador, al perspectivismo y al raciovitalismo. En la segunda obra, Ortega se autodefine como miembro de una generación delincuente", que ha incumplido la exigencia de contribuir a la transformación de la realidad. Los problemas concretos -el sindicalismo revolucionario, los movimientos nacionalistas, el militarismo- son trasladados a una visión filosófico-social, ahistórica, tanto en la concepción del juego minorías-masas como en la circularidad del relevo de épocas kali y kitra. El nacionalismo se distancia de la esfera económica y actúa como factor de cohesión en la crisis.
Caída de la dictadura
En apariencia, la caída de la dictadura permite reanudar la historia interrumpida en 1919. Los artículos de El Sol, en 1930, y la Agrupación al Servicio de la República suponen una aportación definitiva de Ortega a la eliminación de la "vieja política" encarnada por la monarquía de Sagunto. De ahí que no parezca fácil entender la prontitud con que, en el mismo año 1931, el novel diputado por León emprende su campaña de rectificación de la República. La aparente contradicción desaparece, sin embargo, si examinamos el contenido positivo de los textos programáticos de la agrupación, en la línea de los artículos de la dictadura sobre La redención de las provincias. Es cierto que Ortega mantiene el talante modernizador, que justifica el eco logrado por su llamamiento entre intelectuales y profesiones liberales. Pero hay demasiados rescoldos de la orientación defensiva precedente. El proyecto de un gran partido nacionalizador "por encima de derechas e izquierdas" cuadra mal con la configuración Ipolítica del republicanismo, y otro tanto ocurre con el sesgo corporativo que adquieren las ideas sobre la representación parlamentaria. Su soporte es un sistema de economía organizada, que prolonga el modelo de nacionalización económica anterior.
La República
Ello explica la rápida confrontación con el tipo de reformas emprendidas por la coalición republicano-socialista. Conviene insistir en este punto: Ortega no tiene que alterar sus planteamientos para chocar, con la República. Frente al populismo reformador del régimen, entrará entonces en la peligrosa vía de propugnar la creación de un nuevo Estado, a partir de una vigorosa crítica dirigida al Parlamento y a los partidos tradicionales, amén de un programa económico cuya enunciación de principios dual -"la nación y el trabajo"- encubre a duras penas la intención de reducir a la clase obrera a una función subalterna en el marco de una concepción comunitaria de llas relaciones de clase. La idea de un estatuto del trabajo, con la sindicación forzosa de todos los españoles, simboliza de paso esa conflictividad potencial entre el pensador y las organizaciones obreras (en primer término, con el PSOE).
La propuesta de un "partido nacional", lanzada en el invierno de 1931-1932, tuvo así una clara connotación derechista, agudizada incluso en la deriva hacia aguas profundas que sobre tal plataforma emprenden algunos jóvenes discípulos, fundando un Frente Español en marzo de 1932. En el manifiesto inaugural del grupo encontramos una sistematización de las ideas de Ortega (crítica de la "política agonizante", sentido comunitario de la nación, búsqueda de un nuevo Estado, sindicación de productores) junto a un nuevo concepto de la organización basado en la "vida militante". El episodio es muy mal conocido, a pesar de la abundancia de supervivientes, y posiblemente entronca con las admoniciones de Ortega, en julio de 1932, acerca de la desconexión entre Repúbllica y juventud, y, sobre todo, con la advertencia del siguiente aflo en tomo al próximo ascenso del "juvenilismo político", de inspiración fascista. Es junio de 1933 y cabe pensar que por entonces se abre la divisoria en Frente Español entre quienes atienden el llamamiento de Ortega por recuperar la democracia liberal y aquellos que, meses después, intervienen en la fundación de Falange.
¿Qué ha ocurrido entre tanto? La perspectiva de Ortega respecto a la política española no ha cambiado. En el mismo mes hace las m ás duras críticas al régimen y recomienda la salida de los socialistas del Gobierno. Pero interviene una aguda sensibilidad ante lo que está ocurriendo en Alemania. En la década anterior, Ortega ha podido acotar el fascismo a la experiencia italiana, subrayando lúcidamente el papel nuclear de la ¡legitimidad en su funcionamiento político, pero también sus escasas perspectivas de exportación. Ahora, con Hitler, esa apreciación queda invalidada, cuando la derecha española comienza a buscar en el ejemplo nazi la receta para liberarse de la democracia republicana. Por eso adopta en la citada conferencia de junio de 1933 -¿Qué pasa en el mundo?- una postura de rechazo equidistante frente a comunismo y fascismo, cuyos rasgos comunes subraya.
La equidistancia, sin embargo, no es completa. La fascinación que desde sus años mozos manifiesta hacia Alemania se proyecta, a comienzos de 1935, sobre el hecho nazi, en unas reflexiones de viaje que publica en La Nación, de Buenos Aires. En Un rasgo de la vida alemana, Ortega advierte que el nacionalsocialismo es sólo la superficie de un fenómeno histórico, a su juicio, más profundo: el triunfo definitivo del principio de organización, inspirador de la vida alemana desde mediados del XIX. Sería, pues, un laboratorio social con el que habría que contar de cara al futuro. El mismo reconocimiento inspira las reflexiones finales de su artículo de guerra Concerning pacifism (En cuanto al pacifismo), publicado en julio de 1938, tajantemente opuesto al Frente Popular y augurio de una nueva Europa fundada en el equilibrio entre las democracias liberales y el .nuevo liberalismo" de los para él mal llamados regímenes totalitarios. Un callejón sin salida que quizá explica el silencio político ulterior, y cuyas raíces, creemos, han de buscarse más allá de las tensiones, con la República, en el fracaso del proyecto de modernización alentado por Ortega, a favor del empuje nacionalizador de la economía española en la segunda década del siglo.
Babelia
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