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La campaña electoral alcanza una virulencia sin precedentes

El próximo domingo los ciudadanos austriacos decidirán en las urnas si el canciller Brúno Kreisky continúa otros cuatro años al frente del Gobierno de esta pequeña República o si, por el contrario, ha llegado el momento de la jubilación del gobernante más veterano de la Europa democrática y uno de los políticos más brillantes de la escena política internacional. La campaña electoral, que externamente se desarrolla con gran tranquilidad, se caracteriza por una dureza verbal y una agresividad sin precedentes.

La campaña electoral austríaca ha transcurrido con una tranquilidad que poco tiene que ver con las movilizaciones festivas y despliegues de medios que tienen lugar en otros países europeos cuando se trata de captar el voto de los electores. Pocas caravanas electorales, los carteles de los partidos pulcramente pegados en vallas publicitarias provisionales, ningún edificio o muro empapelado por la propaganda, calles limpias, mítines en locales cerrados o empresas y, ocasionalmente, miembros de los partidos en litigio repartiendo flores y programas.Es ésta, sin embargo, una tranquilidad aparente, ya que, como ha reconocido la mayoría de los contendientes, la campaña electoral que ahora culmina se ha caracterizado por una agresividad y dureza verbal sin precedentes en la Austria de la posguerra. La crispación se debe a que, por primera vez desde que el 21 de abril de 1970 Kreisky formara su primer Gobierno, se plantean los austriacos la posibilidad de ser gobernados por otra persona.

De no alcanzarla el Partido Socialista de Austria (SPOE), el 24 de abril se cerrará la era Kreisky, un período de trece años de gobierno del dirigente socialista, de profundos cambios sociales.

Advertencia de Kreisky

Kreisky ha manifestado repetidas veces desde el comienzo de la campaña electoral que la pérdida de la mayoría absoluta será para él la señal de que debe abandonar la política activa. "Yo no sirvo para coaliciones; si los austriacos quieren que siga gobernando, que me den la mayoría; en caso contrario, me iré, sin amargura, pero consciente de que mi tarea ha terminado".

Con estas manifestaciones, el canciller no sólo quiere forzar una ratificación de la confianza del pueblo austriaco en los actuales momentos de crisis, sino también evitar que muchos electores voten a los conservadores, con el convencimiento de que, a pesar de todo, el viejo Kreisky se lo volverá a pensar y permanecerá a la cabeza de un Gobierno minoritario o de coalición.

La oposición del Partido Popular de Austria (OEVP, democristiano) ha intentado en todo momento restar credibilidad a las afirmaciones de Kreisky. Dado que la mayoría relativa de los socialistas es prácticamente segura, los democristianos aspiran a una participación en el Gobierno. En la polémica sobre posibles formas de gobierno en el caso de no alcanzar los socialistas la confianza de más de la mitad del electorado, la única concesión de Kreisky, bajo presiones de su propio partido, ha sido la de admitir la posibilidad de un Gobierno socialista minoritario de transición hasta unas elecciones anticipadas en el plazo máximo de un año. Aunque el canciller se ha resistido a descartar, en un principio toda posibilidad de alianza con el pequeño partido liberal, los observadores coinciden en que la intención de Kreisky de no dirigir un Gobierno de coalición con ningún partido ha ido fortaleciéndose últimamente.

El partido socialista tiene varias razones para temer la pérdida de su mayoría absoluta: la crisis económica, que hasta ahora no había afectado a Austria del mismo modo que a los países vecinos, se ha agravado rápidamente, y aunque las tasas de desempleo e inflación son sensiblemente inferiores a las de la mayoría de los otros países europeos, la sociedad austriaca se ha alarmado, convencida como estaba de que sólo iba a conocer la crisis a través de las páginas internacionales de los diarios. El anuncio de Kreisky en plena campaña electoral de nuevas presiones fiscales para la próxima legislatura, en caso de seguir gobernando, ha dado una baza importante a la oposición para criticar al Gobierno por estas medidas forzosamente impopulares. Además, la firme decisión del canciller de construir un centro internacional de conferencias junto al edificio de las Naciones Unidas en Viena, a pesar de la oposición de gran parte de la opinión pública, y escándalos financieros como el del Hospital General de Viena, han debilitado la imagen del partido socialista.

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