La fiesta, un año más
Como muchas otras manifestaciones públicas más o menos institucionales -cultura, trabajo, deporte-, la fiesta de los toros, o Fiesta por antonomasia y con mayúscula, recorre todos los años un ciclo ritual que se inicia en Valencia y culmina en Zaragoza, al promediar el otoño. En abril y mayo, con las ferias de Sevilla y Madrid, la fiesta se pone de moda todos los años.No es ocasión ni momento de hacer un diagnóstico de los tópicos males de la fiesta, pero lo que sí es evidente es que ésta ha de cambiar y corregirse, pues sus cosas no van por buen camino. En esta afirmación no hay conflicto generacional, pues en ello están conformes todos: viejos, jóvenes y medianos. A fuer de optimistas, no sé exactamente por qué, pero presiento señales, todavía imprecisas, de que en lontananza va a alumbrar pronto la luz de la mejoría. Pero es seguro que, a partir de este año, se va a rectificar la dirección y emprender otra ruta ascendente jalonada de promesas buenas.
Pero es patente que hay que comenzar a corregir ya mismo tanta uniformidad y monotonía contrarias a la verdad y a la variedad esenciales a todo arte. Porque los toros, además de una técnica y un oficio, son eso: un arte. Y no un arte mecánico, sino un arte cuyo principal objeto es expresar la belleza de un modo cabal y conforme a principios estéticos.
Urge ya comenzar a conseguir un plantel de figuras diferentes entre sí, con el único denominador común de su respectiva concepción personal del arte de torear. Y hay que invertir el proceso, de modo que los toreros se formen, como antes, de abajo arriba, en vez de arriba abajo, como hasta ahora ha venido produciéndose. Lo de llegar a ser verdadera figura del toreo es siempre camino muy difícil, cuyo inicio no debe ser otro que el saber descubrir el genio de una personalidad diferente.
También en los últimos años se ha manipulado el toro a través de procedimientos que los aficionados desconocen, al punto de ignorar todo el mundo por qué los toros se caen a la primera vara. Yo tampoco lo sé. Aunque sospecho que ello es el resultado de la lucha entre la naturaleza y la zootecnia, que no acaba de producir ese toro mecánico por el que todos suspiran.
Esos y varios más constituyen lo que llamamos los males de la fiesta, males que necesitamos empezar a remediar ya mismo. Señales hay que de por fin se empiezan a vislumbrar claros remedios. Unos cuantos maestros los vienen apuntando con claridad. Profesionalidad verdadera y buen gusto.
Y hay además un torero que, como todos, quiere ser figura, y que para ello ha escogido el verdadero camino: de abajo arriba, enfrente de todos los mundillos, a quienes, por lo visto, se les escapó.
Amparo Rubiales es consejera de la Presidencia de la Junta de Andalucía.
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