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Karajan y la Filarmónica de Berlín ofrecen un irregular ciclo de Brahms en Salzburgo

La celebración en el presente año del 150º aniversario del nacimiento de Johannes Brahms está dando lugar a variadas interpretaciones en forma de ciclo de su obra orquestal. En Salzburgo, el director Herbert von Karajan, con la Filarmónica de Berlín, cerró el ciclo de Brahms.

El ciclo de Brahms se realizó tras las representaciones de la ópera El holandés errante. lzburg Karajan no perdió de vista las conmemoraciones de Wagner (centenario de la muerte) o de Brahms, y prefirió, en cambio, obviar el no menos trascendental centenario del nacimiento de Anton Webern, que igualmente tiene lugar en este año.Si las representaciones de El holandés errante vinieron a poner de manifiesto las tensiones iníernas que actualmente palpitan dentro del binomio Karajan-Filarmónica, los conciertos orquestales confirmaron con amarga evidencia que, en esta hora, orquesta y director viven los momentos acaso más críticos de su larga relación de casi veintinueve años. La dorada apatía sentida en algunos pasajes de la ópera wagneriana se transformó, en la serie de Brahms, en rutina de lujo.

En algún caso -la Segunda sinfonía-, durante la obra entera la orquesta "pasó a tope" de Karajan, del público y hasta del mismo Brahms: sin dejar en instante alguno de ser el admirable, infalible instrumento que Karajan ha modelado, la Filarmónica de Berlín hizo lánguidamente música, cultivando el más exquisito aburrimiento. Brahms estuvo así a punto de convertirse en el "sentimental voluptuoso, el más banal de los compositores", según la sarcástica coletilla que en 1893 le dedicara Bernard Shaw.

Por razones ignotas, Karajan ofreció las Sinfonías, repartidas en dos jornadas, según un extraño orden: Cuarta / Segunda, Tercera / Primera. La primera sesión rozó lo insalvable. Karajan ha sido siempre un buen traductor de la Sinfonía en mi menor (número 4), pero esta vez el rutinarismo de cinco estrellas campeó por la sala: sólo en el imponente Passacaglia del último tiempo, director y músicos parecieron salir del terreno invernal. La Segunda sinfonía deparó características similares: una cuidada, detallista clausura del allegro inicial no sanó la general indolencia del movimiento, mientras que adagio y allegretto centrales mostraron la frialdad de la perfección; como en la Sinfonía en mi, sólo en el finale, y especialmente en la vibrante coda, se abandonó el estado de sopor.

El segundo concierto alteró momentáneamente el panorama. Karajan, que siempre se ha estrellado con la Tercera sinfonía, cuya entraña parecía escapársele -ha grabado tres veces la obra, con resultados que van de lo impresentable (Filarmónica de Viena, 1960, Decca) a lo agridulce (Filarmónica de Berlín, 1978, DG)-, cuajó una lectura intensa, pasional y convincente.

Si en el difícil primer tiempo se percibió el despiste que siempre ha tenido Karajan con la singular estructura rítmica de esta secuencia, a partir del andante la perspectiva cambió: el movimiento lento, con la orquesta entregada por primera vez, tuvo un vuelo lírico impensable a priori; el poco allegretto -la página clave del Aimez-vous Brahms?, de F. Sagan / Anatol Litvak- fue dicho con inmaculada claridad y efusión sin sacarina para llegar a un Finale menos errático que otras veces, más "sabiendo a dónde va la música", rematado por una Coda mayestática de verdadera grandeza espiritual.

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