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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una aventura hacia la medianía

El teatro Español ofrece una versión -mediana, escolar- de Ricardo III, de William Shakespeare. La obra, como se sabe, tiene una genialidad de construcción escénica libre: un largo trozo de historia acumulado en escenas rápidas, sueltas; un ritmo que hoy llamaríamos cinematográfico. Interesado en contar la historia de Inglaterra a sus contemporáneos y en darles una noción de sus antecedentes -los hechos relatados suceden ciento y pico de años antes de ser escrita-, no le importó mucho deformar la realidad conocida para recalcar un aspecto político, el mal absoluto de la tiranía absoluta, la esperanza de la libertad. Tuvo, sobre todo, una intención teatral: la pintura del tirano con todos los rasgos del mal, físicos y morales, y con un carácter muy elaborado; el cinismo, la mordacidad, la pasión fría. Teatralidad de malos y buenos, de asesinatos acumulados y espectros ensangrentados.La genialidad superior de Shakespeare está, sobre todo, en el lenguaje, en su capacidad de moldear el idioma inglés -sonoridad, fuerza, lirismo- y hacerle vehículo de su pensamiento permanente: una reflexión de ironía amarga, de humor negro, de entrañable humartidad.

Ricardo III

De William Shakespeare. Traducción de Eusebio Lázaro. Intérpretes: Eusebio Lázaro, Elio Pedregal, Enrique Navarro, Fernando Valverde, Marina Saura, Fabio León, Abel Viton, Carmen Lozano, Francisco Casares, Eduardo MacGregor, Jorge de Juan, Zulema Katz, José Hervás, Antonio Canal, Luis Martín Carrillo, Carlos Lucena, María Carrasco, Pablo Hernández, Alfredo Oyagüez, Manuel Pereiro, Antonio Segura, Pedro Mari Sánchez. Escenografía y vestuario: Julio Galán. Dirección: Clifford Williams.Estreno, teatro Español (del Ayuntamiento de Madrid), 7 de abril de 1983.

Dificultades graves siempre que se trata de representar a Shakespeare en castellano. Eusebio Lázaro, autor de la versión y también intérprete de Ricardo III, se ha encontrado con ellas. La versión está muy abreviada -aun así, el espectáculo dura cerca de tres horas-, con el riesgo de confundir más al espectador que trata de seguir la sórdida trama. El lenguaje consigue muchas veces equivalencias de Shakespeare, aunque esté también necesariamente recortado. Los dos trabajos están hechos con cuidado, delicadeza y estudio: no ahogan, por lo menos, el genio original, que tiene demasiada fuerza.

Originalidad

La puesta en escena busca alguna forma de aproximación y de originalidad. Deben ser estas razones las que hacen que los personajes vistan trajes actuales, a los que se superponen prendas, utilería, detalles de -más o menos- la época real. La sucesión de decorados se resuelve con un artilugio de madera, cuyos elementos se separan o se unen, giran o cambian de lugar. La estética de todo ello es dudosa. El aparato centra una escena de cajas negras por las que entran y salen los personajes; hay un cierto desaire, sobre todo en las salidas.El director, Clifford Williams, de la Royal Shakespeare Company, ha dirigido estos movimientos sin un exceso de preocupación; organiza simplemente el tráfico de los casi treinta actores. Parece que su mayor mérito ha estado en conseguir un tono medio en la dicción; lo cual no es poco, si se considera que las desgraciadas circunstancias del teatro en España obligan a tomar actores de diferentes escuelas, inconexos entre sí; sobre todo, en un reparto tan extenso. Lo ha conseguido por abajo, igualando en un tono moderado, reducido, que contrasta un poco con las atrocidades que suceden en el escenario. Falta brío, potencia, vivacidad.

Moderación

Eusebio Lázaro hace su papel dentro de esa moderación. No quiere conceder nada al melodrama, a la teatralidad, a la monstruosidad física y moral del personaje: es una buena interpretación a la que le faltan relieves, color, matices. Marina Saura dice con sensibilidad y emoción su primer monólogo; las abreviaturas, los cortes y el tono medio impiden el desarrollo total del personaje. Zulema Katz, en la escalofriante reina Margarita, va más allá de lo medio, con voz y presencia. Pedro Mari Sánchez, en el rival -y, por tanto, antítesis- de Ricardo III da bien la sensación de sopa de leche con que le caracteriza el diálogo -"a milk soup, one that never in his life; felt so much cold as over shoes in snow"-.La generalidad del reparto con sigue bien -con sus excepciones- eso que finalmente resulta tan difícil: que se entienda lo que dicen.

En resumen, este Ricardo III dista mucho de ser indigno, aunque resulte corto para el teatro Es pañol; dista más de ser una creación importante. Siempre queda la pregunta de por qué se abordan empresas a las que circunstancias y medios posibles hacen inalcan zables. La respuesta es el afán de aventura, la necesidad de trascen dencia.

El público aplaudió; recibió la compañía los aplausos, especial mente Eusebio Lázaro, y los compartió con Clifford Williams y con el escenógrafo, Julio Galán.

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