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Reportaje:

Los musulmanes de la URSS aceptan el extraño matrimonio del Islam con el marxismo- leninismo

Ajenos a todo papel de oposición al Kremlin, asumidos por otras religiones, los musulmanes del Asia Central se esfuerzan en combinar las enseñanzas del profeta con la ideología oficial

FÉLIX BAYÓN, Es viernes, y en la mezquita del imán Al Bujari, a unos 40 kilómetros de Samarcanda (República Soviética de Uzbekistán), el imán Rajimyanov Usman va a comenzar los rezos ante medio millar de fieles. Pero antes de leer el Corán, Usman da un sermón cuyo contenido puede resultar sorprendente: el imán habla de las necesidades de ser cuidadosos con las tareas agrícolas de primavera, que están a punto de comenzar, y predica a favor de la paz y el desarme.Los creyentes -hombres de avanzada edad todos ellos- siguen con atención el discurso, tocados con los turbantes que testimonian su piedad y el liderazgo religioso que ejercen entre sus pares. En apariencia, son hombres de saneada economía, según lo da a entender el gran número de coches -unos 40- que se encuentran estacionados a la puerta de la mezquita.

La mezquita del imán Al Bujari es la más importante de los siete centros de culto que se encuentran en la región de Samarcanda. Su importancia viene dada por el hecho de que es allí donde se encuentra enterrado el imán que, muerto hace unos 1.200 años, da nombre al lugar.

Siete mezquitas no parecen mucho para una región que tiene más de medio millón de habitantes, pero inmediatamente los responsables político-religiosos aclaran que existen otras muchas de menor importancia, situadas en granjas o en apartamentos urbanos. "Las reglas del Islam dicen que todo nuestro planeta es una mezquita y que en todas partes se puede rezar", nos ha dicho ya varios días antes, en Tashkent (capital de Uzbekistán), el vicepresidente del Consejo Musulmán para Asia Central y Kazakistán, mullah Abdulghani Abdulah.

Este cierto eclecticismo islámico no sirve sólo para justificar la falta de mezquitas. Los dirigentes musulmanes soviéticos han ido dando un nuevo contenido a sus creencias, haciéndolas compatibles con la ideología oficial. Así, lejos de desdeñar el concepto coránico de guerra santa, por ejemplo, afirman que hoy día ésta toma la forma de lucha por la paz y el desarme.

El hecho de que el viernes sea día laborable en las repúblicas islámicas de la URSS también es justificado por los mullahs, que afirman que no sólo el viernes es día de rezos, y que los buenos musulmanes pueden y deben rezar en sus casas.

La liberalidad de los mullahs soviéticos se extiende también a otras normas, como el consumo de bebidas alcohólicas. "La religión las prohíbe", dice el imán Usman, "pero nosotros somos pragmáticos y pensamos que no se puede erradicar este mal de una vez por todas. Yo digo a los creyentes que no beban, pero es cosa de ellos y de sus conciencias el decidir hacerlo o no".

Puestos callejeros

Lo cierto es que las calles y plazas de la región se encuentran llenas de puestos callejeros de vodka, vino y coñá, cuya abundancia y variedad es, sin duda, muy superior a la de Moscú. Hasta aquí no parece haber llegado la campaña antialcohólica, que trae de cabeza, desde hace un trimestre, a los borrachines de la URSS. Sin embargo, una oferta tan amplia no ha generado demanda: en una semana de viaje por Uzbekistán, muy difícil nos resultó ver a alguien comprando bebidas en tan generosos puestos callejeros.

Cuando en Samarcanda se pone el sol, la luz amarilla del atardecer rebota en las cúpulas de cerámica de sus viejos templos. Es entonces cuando el viajero que haya sido visitante asiduo de los países musulmanes echa algo en falta. Puede tardar aún varios días en darse cuenta de que hay un elemento ca racterístico ausente del paisaje: aquí -al contrario que en otros lugares del Islam- el muecín no acude hasta lo alto del alminar para recordar a los creyentes que es la hora de la oración.

"El alminar es una moda antigua", afirma el imán Usman. "Antes la gente no tenía reloj, y era el alminar el que hacía las veces de reloj ... ; ahora ya no hace falta el muecín".

Sin embargo -y aunque los responsables político-religiosos lo nieguen-, la ausencia de muecín puede estar relacionada también con la norma soviética que prohíbe hacer proselitismo religioso fuera de los templos.

A pesar de este encorsetamiento que envuelve la vida religiosa en la URSS, el maridaje entre el Islám, y el comunismo soviético parece haber funcionado. Lo cierto es que, si bien en las repúblicas periféricas de la parte europea de la URSS -Báltico y Caucaso, principalmente- se han detectado movimientos- disidentes nacionalistas, no ha sucedido lo mismo en Asia Central.

De hecho, no se han tenido noticias de la existencia de ningún grupo de disidencia islámico-fundamentalista. A este respecto, sólo existe constancia de lo publicado hace más de un año en la revista teórica Kommunist por efintonces vicepresidente del KGB -muerto luego en extrañas circunstancias-, Semion Tsvigun.

En su artículo, Tsvigun reconocía explícitamente la existencia de este tipo de movimientos en las repúblicas islámicas de la URSS. Sin embargo, esto no quita que -por una larga serie de razones-el régimen soviético se haya arraigado bien en las repúblicas musulmanas. Mucho mejor, al menos, que en otras repúblicas, en las que se puede respirar a veces cierto antirrusismo.

Aunque la doctrina oficial marxista-leninista se considera incompatible con la religión, los dirigentes islámicos soviéticos no consideran su credo incompatible con el marxismo-leninismo. Artífice de esta doctrina fue el dirigente islámico Ziyaudin Jan ibn Ishan Babajan, quien hasta su muerte -el año pasado- tejió una serie de teorías que casaban al marxismo con el Islam.

Jruschov, antirreligioso

"Admiro el genio del profeta", dijo Babajan en un congreso islámico celebrado en Tahskent en 1970, "que proclamó las leyes sociales del socialismo. Estoy feliz de que una buena parte de los principios socialistas sean la aplicación de los preceptos de Mahoma". O también: "Los dirigentes soviéticos no creen ni en Dios ni en su profeta, pero no por ello dejan de aplicar las leyes dictadas por Dios y explicadas por su profeta".

Al parecer fue Nikita Jruschov el dirigente soviético que peor se llevó con los musulmanes. Antes de su campaña antirreligiosa, en 1959, existían en toda la URSS unas 1.200 mezquitas, que quedaron reducidas a 300.

El número de mezquitas existentes hoy en Asia Central parece muy difícil de precisar, ya que las fuentes interesadas en estas cuestiones incurren en patentes contradicciones: mientras unos afirman que en la región (que incluye las repúblicas de Uzbekistán, Turkmenistán, Tayikistán, Kirguisia y Kazakistán, con un total de 40 millones de habitantes) existen unos 1.200 centros de culto, otras fuentes -oficiales también- rebajan la cifra hasta "400 o 500".

Estadísticas hechas en Uzbekistán muestran que menos de la cuarta parte de la población autóctona se considera atea. Visto así, el número de mezquitas parece ridículamente pequeño. Sin embargo, hay que considerar que la realidad es bastante más flexible de lo que aparenta. Dado que las reglas del Islam no son tan exigentes como las de otras religiones a la hora de imponer sus ritos y los lugares donde realizarlos, en el Asia Central soviética parece haber florecido todo un Islam paralelo, que, al margen de la Iglesia oficial -pero sin enfrentarse a ella ni al Estado-, celebra sus ceremonias sin tener en cuenta una jerarquía que en el Islam tiene perfiles mucho menos definidos que en los diversos credos cristianos, por poner un ejemplo.

La tolerancia del Estado respecto a este Islam paralelo aparenta ser amplia. Y, por su parte, el Islam paralelo no parece pretender constituirse en oposición, como sucede con otros movimientos religiosos no oficiales existentes en la URSS (protestantes, católicos, ortodoxos ... ).

La mezquita sigue siendo el lugar al que casi todos -y no sólo los creyentes confesos- acuden para santificar la circuncisión, el matrimonio y el entierro. Sólo los miembros del partido comunista se autoexcluyen directamente -al menos, en apariencia- de estos actos, que, en cualquier caso, mantienen un carácter casi más social que religioso.

Este sutil entramado de relaciones -tolerantes y flexibles- que se ha ido trazando entre el Islam y el Kremlin parece poner a salvo de cualquier intención fundamentalista a las repúblicas musulmanas de la URSS.

Hace cuatro años, cuando los iraníes hicieron la revolución islámica, algunos analistas occidentales hablaron de su posible contagio hacia las regiones musulmanas de la Unión Soviética. Pasado el tiempo, el contagio parece ahora bastante improbable.

Si con algo amenazan los 50 millones de soviéticos de tradición musulmana es con hacerse mayoría. Mientras, el índice de natalidad de las poblaciones blancas de la URSS -rusos, ucranianos, bielorrusos y bálticos- oscila entre el 5 y el 8 por 1.000; el de las repúblicas musulmanas se sitúa entre el 21 y el 29 por 1.000.

Un solo hijo, excepcional

En Uzbekistán -la más importante de las repúblicas musulmanas-, ser prolífico parece más un precepto que una costumbre. Aquí la excepción son las familias con un solo hijo -que son norma en los centros urbanos de la URSS-, y situaciones así son consideradas abiertamente como una desgracia.

"En Samarcanda", dice su alcalde, Judaikulov Akram Judaikulovich -padre, por cierto, de ocho hijos-, "existe medio millar de mujeres-heroínas", título éste que las autoridades soviéticas conceden a las mujeres que han engendrado 10 o más hijos.

Pícaramente, algunos uzbekos cuentan cómo no son las ventajas económicas de este título las que más atraen a los maridos, sino el hecho de que el Estado pague el salario de una asistenta, que, ocasionalmente, puede llegar a convertirse en segunda mujer.

Porque, aunque la poligamia esté oficialmente erradicada, parece que aún sigue teniendo sus seguidores, que se benefician de la tolerancia del Estado. El imán Rajimyanov Usman admite que a veces hay hombres que se casan con más de una mujer. El imán Usman lo justifica diciendo que esto se produce, por ejemplo, cuando la mujer es estéril y el marido decide casarse de nuevo sin llegar a separarse de su primera esposa.

En cualquier caso, la existencia de la poligamia es algo más que una anécdota, y se convierte en un ejemplo claro de cómo las formas tradicionales de vida se han mezclado, sin grandes traumas, con los valores y costumbres de la sociedad soviética oficial.

Esta mezcla ha producido también en Asia Central una mayor confortabilidad que en el resto de las repúblicas. La supervivencia de la macrofamilia ha dado a los uzbekos un mayor bienestar, del que no gozan, sin duda, los rusos.

Miembros de tres y hasta de cuatro generaciones conviven en las mismas granjas, explotando los pequeños trozos de tierra que la ley les permite y criando su propio ganado. Entre todos comparten a veces un automóvil -lo que está al alcance de muy pocos rusos-, que les sirve también para transportar las frutas y hortalizas que, más tarde, se venderán en los mercados koljozianos de Moscú o Leningrado a precio de oro. Además suelen estar adscritos a un koljoz (cooperativa agraria), que en estas regiones suelen ser especialmente prósperos.

Milagrosa tolerancia

Definitivamente, a pesar de que, según el censo de 1970, sólo uno de cada siete habitantes de Uzbekistán confesaba tener un óptimo conocimiento de la lengua rusa, la tolerancia entre rusos y musulmanes soviéticos parece haber hecho milagros en esta zona del mundo que algún periodista llamó ya el Oriente con filtro. La casi inexistencia de chiitas (que sólo tienen cierta importancia en la República de Azerbaiyán y podrían considerarse como potencialmente más conflictivos) ha sido también una ayuda.

"Después de una transformación radical como la sucedida después de la revolución de 1917", afirma el vicepresidente del Consejo Musulmán para Asia Central y Kazakistán, Abdulghani Abdulah, "se produjo una polarización de las fuerzas. Los musulmanes más sencillos participaron en la revolución, pero fue sólo una parte del clero aliada con la burguesía, la que les hizo frente. No se puede decir, ni mucho menos , que el Islam estuviese contra el poder soviético ni que el poder soviético estuviese contra el Islam".

La convivencia entre ambos poderes comenzó a funcionar en la década de los años treinta, después de una intensiva labor educadora, emprendida desde Moscú, que sustituyó al alfabeto árabe de la lectura. Luego fue el alfabeto cirílico el que sustituyó al latino en una fase de rusificación introducida por Stalin a finales de los años veinte. Aún hoy es el cirílico el alfabeto que sirve para transcribir el uzbeko, lengua esta bastante similar a la turca.

Fue por aquellos años cuando se abrieron de nuevo los centros de formación del clero, que aún hoy siguen funcionando. Actualmente, cada año 50 jóvenes pasan a engrosar las filas del clero musulmán soviético. El vivero se encuentra repartido entre Bujara y Tashkent, donde, respectivamente, se encuentran la medrese y el Instituto Islámico.

Comunismo e islamismo

Símbolo del matrimonio entre el comunismo y el islamismo, los uzbekos optan durante el invierno por la chapka (gorro ruso de piel) en lugar de por la tradicional tiubeteika (gorrilla bordada de cuatro picos). Modernidad y tradición se encuentran completamente mezclados, hasta el punto que resulta difícil distinguirlos. Como símbolo de ello, medio en broma, medio en serio, el ingeniero de una central nuclear de Tashkent respondía -cuando le preguntábamos sobre las condiciones de seguridad que rodeaban al reactor atómico- que entre los obreros había corrido la leyenda de que los que estaban más cerca del corazón de la central tenían mayores posibilidades de tener hijos varones.

Aquí no sucede como en Lituania, donde algunos creyentes católicos tienen que copiar a mano sus propios breviarios y misales. En Asia Central las cosas son muy diferentes: son los propios talleres del periódico del partido comunista los que imprimen el Corán.

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