Un 'Elisir de amore' de menos a más
Con huecos en la sala, consecuencia de la inoportunidad de la fecha la primera representación de L'Elisir d'amore caminó desde mediocres inicios hasta un final con innegables calidades, con un público que, en paralelo, progresó desde la frialdad hasta el entusiasmo despertado en el último cuadro, donde los fragmentos más gustados quizá coincidieran con lo más logrado de la interpretación.Realmente, hasta que Dalmacio González cantó con excelente gusto musical Una furtiva lacrima no sonó en la Zarzuela ningún aplauso que recordara tantas noches triunfales de la ópera madrileña. Y es que todo estaba saliendo simplemente bien: tan evidente era la solvencia de todos los intérpretes como que la representación tenía algo de último ensayo general, con las cosas asentándose sobre la marcha.
L'Elisir d'amore, de Donizetti
Sona Ghazarian (soprano), Dalmacio González (tenor), Antonio Blancas (barítono), Carlos Chausson (bajo buffo), Lupe Sánchez (soprano). Coro titular del teatro de la Zarzuela (director: José Perera). Director de escena: José Luis Alonso. Escenografía: Gerardo Vera. Orquesta Sinfónica de Madrid. Director musical: José María Cervera. Teatro de La Zarzuela. 1 de abril de 1983.
Se advirtieron titubeos en orquesta y coro -más notorios en la obertura y primer cuadro-, pequeños desajustes en los conjuntos y algún desequilibrio sonoro, como la prepotencia del flautín en el foso durante todo el primer acto y cierta desventaja del tenor, en los conjuntos, frente al mayor volumen vocal de sus colegas.
Con una dirección extrovertida amplia de gesto y muy práctica, el maestro Cervera fue imponiendo el deseado ajuste y los intérpretes en escena adquirieron poco a poco la seguridad que llevaría la representación a un final feliz.
Dalmacio González es tenor de voz muy bella, no grande de volumen, pero utilizada con fina intuición musical. Sus características se adecuan perfectamente al papel representado y su Nemorino sin duda será redondo cuando se venzan algunas dificultades técnicas en las agilidades vocales y cierta tendencia a calar que, en ocasiones, empaña un poco la excelente línea de canto.
Ya se ha comentado la cerrada ovación con que se subrayó su intervención más comprometida y con la cual, desde luego, alcanzó el más alto exponente de sus cualidades de intérprete.
Una sopraño de timbre personal
La gentil Sona Ghazarian, soprano de timbre muy personal, atractivo sobre todo en los pianos, compuso muy bien el papel de Adina y, para no ser menos que el coprotagonista, acaso alcanzara su mejor nivel en la réplica a Nemorino tras Una furtiva lacrima. Cierta aspereza en los agudos con los que culminan los conjuntos no enturbia la calificación muy positiva de su quehacer.El barítono Antonio Blancas, en un momento vocal pletórico, hizo un Belcore sin problema alguno, con suficiencia técnica y capacidad de convicción. Alguna dureza en la línea de canto o falta de ductilidad melódica creo que es característica de su personalidad de cantante, pero, partiendo de ésta, su actuación resultó bien digna de aplauso.
En cuanto a Carlos Chausson, su encarnación del curandero Dulcamara fue en verdad sobresaliente. Posee una excelente voz de bajo y su interpretación estuvo llena de gracia e intención, así como de seguridad incluso para resolver con donaire algún mínimo problema escénico, típico de premiére. Impecable de principio a fin, se diría incluso que su aparición en el segundo cuadro lanzó hacia arriba el devenir de la representación.
Los conjuntos estables del teatro de la Zarzuela se desenvolvieron con entrega, dentro de un tono medio aceptable, acaso el standard que cabe esperar de sus condiciones de trabajo. Quizá lo más logrado del coro corriera a cargo del grupo femenino, que abrió con Lupe Sánchez (Gianetta) el cuadro final de la ópera.
Su director, el maestro José Perera, saludó, junto a los cantantes, el director musical y los responsables de la atractiva puesta en escena, que tendrá comentario aparte en esta misma página, al término de este estreno.
Babelia
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