Poetas portugueses y españoles intercambian buenas intenciones sobre su futuro
Reunidos en Figueira da Foz (Portugal) durante cinco días, los asistentes al I Encuentro Luso-Español de Poesía han tenido que sobrevivir a la modificación bulliciosa del nombre del congreso, escuchar demasiadas intervenciones ajenas al que hacer poético, lamentar la ausencia de varios poetas portugueses esperados y, pese a todo, subrayar la Importancia de este primer contacto para lograr que sean puestas en práctica algunas de las buenas intenciones allí aireadas.
Los acuerdos establecidos a lo largo del encuentro les fueron comunicados a Jaime Salinas y Antonio Algada Baptista, directores generales del Libro de España y Portugal, respectivamente, presentes ambos en la sesión de clausura.Los múltiples lamentos iniciales anegaron el campo de lo obvio; proximidad geográfica resuelta en lejanía mental, un pasado común, semejanzas históricas recientes que ensancharan la grieta, el desconocimiento mutuo y el todo por hacer. Era la noche abierta a la promesa, al oleaje fraternal, al amanecer tibio de un encuentro soñado. Fue la sagrada cena, el bautismo en estado de merecer, con pequeño concierto de música de cámara -Paganini, Vivaldi y café-, miradas dialogantes, candelabros dorados, informaciones cariñosas y apagones festivos.
No compartieron sopa cenobial los poetas portugueses más esperados: Eugenio de Andrade, Antonio Ramos_ Rosa, Herberto Helder, Mario Cesariny de Vasconcelos, Antonio Gedeâo o Alexandre O'Neil, autor este último de un título adecuado para la escena: Tiempo de fantasmas. Faltaba algún conocedor de la poesia española como José Bento. No hábía críticos ni del uno ni del otro lado de la raya. Y a nadie se le ocurrió visitar a Miguel Torga, residente en la cercana Coimbra. José Gomes Ferreira (A poesía continua) mandó un mensaje de adhesión, comparable a los enviados por Rafael Alberti, Claudio Rodríguez y Gloria Fuertes. Aleixandre y Espriu utilizaron mensajeros para el mismo fin.
Los tres miembros de la comisión ejecutiva -el poeta Joaquín Pessoa, el rapsoda Luis Machado y José Antonio Llardent, máximo estudioso y traductor en España de la poesía portuguesa- se dispusieron, pues, a edificiar lo posible con los materiales reunidos en la histórica cita bajo la sierra del Buen Viaje. Sólo los gestos de Llardent, amables y desilusionados, reflejaban muy pronto saberse de memoria la oportuna observación de Pessoa: "Conocerse es errar, y el oráculo que dijo conócete propuso un trabajo mayor que el de Hércules y un enigma más negro que el de la Esfinge. Desconocerse conscientemente: he aquí el enigma. Y desconocerse conscientemente es emplear activamente la ironía".
Aquello cayó pronto en la más lúgubre de las seriedades: escasa venta de los volúmenes deversos, desatención de los medios de comunicacion al género, carencia de ayudas oficiales a los poetas... Durante horas y horas, unánime rumor de súplica ingenua, de mendicidad orgullosa, de desenterramiento candoroso de todo el arsenal preadolescente para proclamar la necesidad de la poesía. Era un espectáculo tierno y patético, conmovedor y dormitivo, tragicómico. El despertar rítmico llegó en clave de polémica nacionalista.
La cerilla, en la paja
El poeta catalán Félix Cucurull apareció cargado de telegramas procedentes de diversas entidade culturales catalanas, para pedir que del I Encuentro Luso-Español de Poesía desapareciese la palabra español. Esta petición fue coreada con vehemencia por Pilar Vázquez Cuesta y Manuel María, represen tantes de la poesía gallega. Cuan do creía haberse llegado al acuer do de poner ibérico donde antes re zaba lusó-español, Pilar Vázquez alegó que los gallegos no eran ibéricos, sino celtas. Nuevo acuerdo para dejarlo así: I Encuentro de Poesía Peninsular.
A partir de, ese instante, la polé mica resurgía a cada dos por tres: opresión de la literatura vasca, gallega y catalana; necesidad de no menospreciar el bable y el guanche; esbozo de imponer el término insular, a cargo de Natalia Correia, para no desentenderse de las Azores, Canarias y Baleares; preocupación por las plazas adyacentes: Ceuta y Melilla. Los poetas portugueses, sobrecogidos, daban con la expresión castiza: "¡Zambomba.'". Y Egito Gongalves tuvo ocasión sobrada para rememorar el título de uno de sus poemarios: O fósforo na palha. El tono batallador de Manuel María no entraba en contradicción con sus versos: "Acuso a la clase media de imitar / las modas que imponen en Madrid / y de cerrar -cobardemente los ojos / a las realidades que tienen ante sí".
Fanny Rubio repartía claveles azules, hablaba de Westética de compromiso y de la estética de goce, al tiempo que quería desmilitarizar a Garcilaso. Salustiano Masó presentaba un hermoso proyecto de traducción al español de los poemas ingleses de Pessoa, dando como acabado ejemplo Antinoo. Caballero Bonald, justamente exasperado, hizo un elogio del rechazo,general ante la poesía.
Serenata y métrica
Cucurull, Manuel María y Pilar Vázquez,solían retomar, al menor resquicio, su tema preferido: el contexto. Querían que la poesía llegase a las escuelas; un poeta portugués, con opaco fervor, añadía: "¡Y a los hospitales!". Alli-se hablaba desesperanto en las tediosas discusiones: gallego-castellano, castellano-granadino, portugués-español, catalán-brasileño. Una poetisa carioca propugnaba una huelga de poetas. Manuel María pedía estadios de fütbol para recitar poesía. Un sinfín de autores gemían sobre el hecho de que la fama fuese casi siempre póstuma. Allí había recitales, fados, guitarradas y fugas. También exposición de escultura y pintura: Agustín Casillas, Cohen Fusé y María Celia Martín.
Contra viento y marea, Antonio Carvajal evocaba a Sinibaldo de Mas y Miguel Agustín Príncipe, para tejer una bella y apasionante ponencia, sobre la recuperación de la métrica. Aunque tomado, al pie de la letra, Julia Escobar leyó un corrosivo ensayo acerca del sexo de la poesía. Manuel Vázquez Montalbán abogó por una poética a posteriori. Fernando Quiñones trazó un panorama optimista de la actual poesía andaluza.
Al alimón, Llardent y Mario Hemández elogiaron el libro inédito de Gabino Alejandro Carriedo, Lembranças e deslambranças, escrito en portugués. José Angel Valente habló del humo. Vicente Andrés Estellés iba de desmayo en desmayo. Gil de Biedina y Carlos Barral, cada cual a su manera, callaban. Tuvieron vanas intervenciones Joaquín Puig, Carlos Villarreal, Alfonso Pexegueiro, Ledesma Criado y Antonio Pereira. Por parte portuguesa, las puntualizaciones más sobresalientes corrieron a cargo del poeta Pedro Tamen, el autor de Horacio o coriáceo.
Para el próximo encuentro de poesía peninsular hay dos ciudades candidátas: Barcelona y Salamanca. A menos que Carlos Barral pase del susurro al hecho y se lleve la estrofa a Tarragona.
Babelia
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