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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los fracasos de Mitterrand

CON LAS funciones de Finanzas, Economía y Hacienda reunidas en una sola cartera, Jacques Delors se ha convertido en el protagonista del intento de renovación de la economía francesa. En la noche de las elecciones municipales se le presentía como el futuro primer ministro, mientras Pierre Mauroy se tambaleaba en las angustias del ballotage; rescatado por Mitterrand para que presida el tercer Gobierno -como los dos anteriores- de su presidencia, Mauroy puede quedar, sin embargo, reducido a una sombra diligente pero meramente funcional. Es posible que, aparte de unas gratitudes debidas y de una real reorganización del partido y de las elecciones presidenciales y generales, Mitterrand se haya visto influido por el partido comunista.El PCF ha perdido dos de sus cuatro ministros, pero gana en la proporción: es mayor la presencia de dos en un Gabinete de catorce que la de cuatro en uno de 34. Los comunistas van a ser necesarios en esta nueva etapa que acomete Delors con la ayuda de otro acumulador de funciones (Beregovoy, al cargo de Asuntos Sociales, Trabajo y Empleo en un solo ministerio), y Mauroy puede dialogar con Marcháis más fácilmente que Delors, que para el PCF no ha dejado nunca de ser un derechista. Se preve en este Gabinete de la guerra económica una veloz entrada en la austeridad. Y por austeridad -de la que es signo público la reducción de ministerios- se entiende ya claramente una contención severa de los salarios, nuevas presiones fiscales, un aumento en las tarifas de los servicios públicos y, en suma, lo que podría considerarse un descenso en la calidad de vida entendida desde los standars del consumo.

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Por ello son necesarios los comunistas, cuya principal cometido sería que los sindicatos -la CGT- no protagonicen alteraciones sociales más allá de lo que sea soportable para el gobierno. Pero no va a resultar tarea fácil. El PCF se encuentra en una situación contradictoria.

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Castigado sucesivamente en todas las elecciones, desertado por afiliados y por intelectuales, podría tener la tentación de encabezar una oposición proletaria frente a la tormenta que se avecina; pero quizá provocase: la destrucción del Gobierno socialista y el auge de la alternativa de una derecha nada moderada -la que, indudablemente, se está apiñando ya en torno a Chirac-; podría así morir al tiempo que los filisteos. Claro que sumado al Gobierno, se verá mezclado en la impopularidad, en la criticada actitud reformista de Delors.

Nada comparable, sin embargo, a la propia contradicción de la presidencia y el Gobierno socialistas. La inflexión nueva que intenta dar a su guerra económica -si lo consigue-, se volverá contra sus propios votantes. La acción económica de Mitterrand ha sido, hasta ahora, derrotada por quienes perdieron las elecciones generales: la resistencia coriácea de una sociedad conservadora, de la industria y de la burocracia, del comercio y de la técnica. Mitterrand subestimó a sus enemigos. La guerra económica tiene que incidir ahora en otra fuente de dinero -las clases medias y las más desfavorecidas- sobre la que cree que puede tener más poder, aunque no sea más que el poder del miedo al triunfo de una alternativa derechista. Las elecciones municipales le enseñaron ya que esas clases sociales se resentían. La caída de la socialdemocracia en Alemania supuso un nuevo abismo para la ventura económica francesa.

El camino de Delors no parece que pueda ser otro que el de intentar el pacto social: tranquilizar al capital y a los conservadores, convencer a la izquierda de que no hay mejor salida que la que 61 propone. Pero la derecha no está fabricada -y menos la de Chirac- para comprender suficientemente este tipo de obligaciones: parece decidida a mantener que lo que sucede es simple y llanamente un fracaso socialista y no del modelo de crecimiento y comportamiento de la sociedad francesa. Nadie le va a agradecer a Delors por eso lo que por su izquierda se pueda ver como concesiones a las fuerzas conservadoras.

El ejemplo es demasiado evidente, demasiado preocupante, para este país. Los males de la economía francesa arrastran y multiplican nuestros propios males. Es en la economía, y en el empleo, donde se juega el futuro el gobierno del cambio. Nada nos dice por ahora que tenga ese futuro mínimamente asegurado.

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