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La CEE busca una solución a la crisis monetaria antes de que abran los mercados el próximo lunes

El desacuerdo franco-alemán puede abrir una de las mayores crisis en la historia de la Comunidad Económica Europea

La posible decisión francesa de abandonar el sistema monetario europeo (SME) abriría la más profunda crisis comunitaria de los últimos veinte años. Al mismo tiempo, erosionaría gravemente las relaciones franco-alemanas, consideradas como el motor de la construcción de la Comunidad Económica Europea. Francia, salvo el compromiso milagroso de última hora, iniciaría un período de nacionalismo económico de consecuencias imprevisibles de momento. Todo ello no favorece el proceso de integración de España en la CEE.Fracaso de las negociaciones

Al escuchar las declaraciones de Delors sobre el posible abandono galo del SME, en París no hizo falta más para que todos comprendieran que las negociaciones secretas que los franceses y alemanes occidentales mantuvieron los últimos días con el fin de encontrar una solución común a los problemas monetarios habían fracasado. Como consecuencia de la especulación contra el franco y a favor del marco alemán, avivada desde hace dos semanas por la victoria de los conservadores alemanes en las elecciones legislativas de la RFA y por la derrota de los socialistas franceses en los comicios municipales de los dos últimos domingos, París y Bonn iniciaron un pulso monetario: Francia ha pedido que la RFA revalorice su moneda unilateralmente, mientras esta última se niega en rotundo y, en todo caso, aceptaría un reajuste del SME en el que el franco y las demás monedas débiles del sistema depreciarían sus paridades contra una revaluación del marco. En espera del resultado incierto de la reunión de Bruselas, las autoridades oficiales francesas parecen haber llegado a determinarse en términos drásticos: si los alemanes occidentales no cedieran en función de sus exigencias, el franco abandonaría el SME.

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Dos teorías

A lo largo de toda la semana pasada, el presidente de la República, François Mitterrand, ha consultado intensamente a sus consejeros con el fin de tomar las medidas históricas que podrían salvar al país de la gravísima situación económica-monetaria-comercial en la que se encuentra: 93.000 millones de francos de déficit comercial, 300.000 millones de deuda exterior, una inflación que duplica o triplica a la de los países industrializados con los que comercia mayormente, grave desequilibrio presupuestario y más de dos millones de parados.

Dos teorías han venido esbozándose en tomo a Mitterrand y en el interior del Gobierno. La primera, defendida por el primer ministro, Pierre Mauroy, y por Delors, consistiría en aceptar una devaluación del franco dentro de un reajuste general del SME. Esta solución conllevaría una política económica de rigor salvaje, con recorte del consumo y aumento de la fiscalidad. Sería la estrategia europea, que mantendría la estabilidad monetaria y le permitiría a Francia seguir disponiendo del crédito internacional, tal como lo piensan sus partidarios.

La segunda concepción de la problemática gala es apoyada por miembros importantes del Gobierno actual, como el de Asuntos Sociales, Pierre Beregovoy, o el de Industria, Jean-Pierre Chevenement. Esta fracción mitterrandista estáencabezada por un personaje exterior al Gobierno e íntimo amigo del presidente desde hace muchísimos años: el presidente de la sociedad Schlum Berger, Jean Ribous, 63 años, miembro de una adinerada familia de Lyon, considerado como el presidente-director general mejor pagado del mundo, con residencias en Francia y en Estados Unidos y hombre respetado en todos los medios financieros mundiales de la economía de libre cambio.

Para los seguidores de Ribuos, de quien se ha hablado en alguna ocasión como de un futuro, el franco debe salir del SME, es decir, debe flotar. Y, consecuentemente, el Gobierno aplicaría otra política económica, fundada en un cierto proteccionismo a partir del empleo de todas las cláusulas de salvaguarda que permite el arsenal jurídico de la CEE. Así es como entienden estos últimos que Francia podría armarse industrialmente para afrontar, en un segundo tiempo, la competitividad internacional.

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