'El holandés errante', con Freud al fondo
La conmemoración wagneriana de la temporada de ópera que se desarrolla en el teatro de la Zarzuela es reducida, pero plenamente digna, pues si se trata tan sólo de representar El buque fantasma, se ha conseguido, en lo musical y lo escénico, un nivel considerable. De ahí que el público aplaudiera con calor, que a buen seguro aumentará de grado los próximos días 20, 23 y 26, en las reposiciones sucesivas de esta ópera wagneriana.Hoy día, la dirección escénica del teatro musical, y muy particularmente la problemática de los dramas de Ricardo Wagner, constituye de por sí una materia de interés, cuando no de polémica. En el caso de este Holandés errante, el director, Gerhard Klingenberg, ha querido evidenciar aquello que la música sólo insinúa y, partiendo de ideas afiliadas a lo freudiano, ha hecho soñar a Senta la fábula del navegante condenado a vagar pos los mares.
El holandés errante (o El buque fantasma)
Ópera romántica en tres actos, libro y música de Ricardo Wagner.Dirección escénica: Gerhard Klingenberg. Dirección musical: Franz Paul Decker. Reparto: B. Norup (holandés), M. Jungwirth (Daland), Sabine Hass (Senta), R. Schunk (cazador), Alfonso Leoz (piloto) y Keyko Yano (Mary). Coros y orquesta titulares de la Zarzuela. Escenarios y trajes: Jorge Villareal. Teatro de la Zarzuela, 17, 20, 23 y 26 de marzo.
Un ser aislado y distante
Como justiticación válida, Klingenberg considera a Senta como un ser aislado y distinto a los de su entorno, que en sus ensohaciones "se transporta a otro mundo, un mundo romántico, lejano a la vida e incluso enemigo de la mísma".Si el punto de vista resulta perfectamente coherente con el estilo de la obra, en su argumentoy su traslación musical e incluso con las ideas del propio Wagner, el mérito mayor de Klingenberg ha sido resolverlo en la práctica, contando con las posibilidades de un escenario como el de la calle de Jovellanos, con sencillez, belleza plástica y sentido funcional.
Suplantar al propio autor
No necesitó el director escénico violentar ningún aspecto de la obra ni menos pretendió suplantar al propio autor en la invención. Al contrario: sin destruirnada y con espíritu creativo, El buquefantasma de la Zarzuela resulta un modelo de fidelidad a la letra y el espíritu wagnerianos.En esa línea, el director musical, Franz Paul Decker (Colonia, 1923), del que recordamos un excelente Lohengrin, apuró la capacidad de los coros y orquesta titulares del teatro para lograr una tónica general de máxima calidad posible y, sobre todo, una cohesión con la escena y una identificación ideológica con Klingenberg verdaderamente notables.
Un barítono como Bent Norup defendió con grandes y bellos medios la parte del holandés, que encontró exacta réplica -en las identificaciones como en las contradicciones- por parte de la soprano Sabine Hass, una Senta situada permanentemente en la línea fronteriza entre lo real y lo onírico; de voz grande, consistente y, sin embargo, moldeable.
Manfred Jungwirth y Robert Schunl se encargaron de Dalan, el marino noruego, y de Erik, cazador, añadiendo a la tarea de la pareja protagonista acentos perfectamente entonados, aspecto en el que, dentro de su pequeña intervención, lució su buen arte el español Alfonso Leoz, verdadero español errante en el mar del reparto internacional.
José Perera respondió de los coros, con consecuciones tan notables como las hilanderas o los marineros del primer acto, y Jorge Villareal ha diseñado unos muy bellos escenarios y trajes.
En definitiva, un buen buque, ópera que sólo se había programado una vez, en 1974, desde que comenzaron las temporadas de ópera de Madrid hace ahora veinte años.
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