Freddy Hubbard, emoción y dominio de la trompeta
"¡No lo voy a ver!" decía el joven desesperado. "Venga hijo, que ya encontrarás un hueco" señalaba la madre. "¡Pero ¿desde dónde?! ¡¿Desde dónde?!" insistía horrorizado el primero.Y es que Freddy Hubbard estuvo en Madrid a 900-1.000 pesetas la entrada en la sala-discoteca Caravell, cuya pista de baile había sido convertida en provisional e insuficiente platea y cuyo techo es talactítico impedía la visión desde una especie de piso superior que tiene el lugar. Total, que las gentes andaban muy quejosas por no poder sentarse y con la sensación de ser tratados en forma impropia.
Paradójicamente, la longitud de la actuación de Freddy Hubbard aumentó y remedió la incomodidad del sitio.
En efecto, al durar casi tres horas la obligada perpendicularidad devenia penosa, mientras el espíritu podía se raptado por las emociones más bellas, olvidando así lo prosaico del dolor de pies.
Libertad y susurros
Porque Hubbard es mucho. Pocos trompetistas con mayor libertad y mayor dominio. No falla una nota cuando hace trinos superagudos a una velocidad de vértigo, ni tampoco cuando susurra con la trompeta como si fuera el fliscornio que sacaría luego para hacer música enérgica en tonos pastel. Es un prodigio de músico que sabe evocar, impresionar y enseñar. No es raro que los presentes olvidaran su circunstancia y se embelesaran con la música.Una música y un grupo que venían aparte. Parece lógico que Freddy Hubbard haga una actuación ecléptica y esta lo fue. Tomando de todas partes sin cortarse un pelo, sabiendo que la abstracción en el blues, en la salsa o en el funky se resume en la creatividad de muchos anteriores y contemporáneos. Por así decir fue un concierto moderno de un instrumentista excepcional. acompañado de varios buenos y creativos músicos.
El saxo y la flauta de Bob Shepherd
Bob Shepherd impresionaba menos con el saxo y la flauta, aunque era magnífico. Herbie Lewis mantenía con su bajo una pulsacíón segurísima y variada.Carl Allen resultó ser el más polémico en algunos corrillos, tal vez, porque su evidente versatilidad de imaginación con la batería carecía del pulso que ya aportaba Lewis como lo había hecho en anteriores ocasiones.
Hilton Ruíz, por su lado, "es un joven (1952) y prometedor pianista con mucha facilidad y ardor". Lo dice Leonard Feather en su enciclopedia del jazz. Al final, entre la dicha y los aplausos los músicos se retiraron.
Tras más aplausos, varias pausas y más aplausos, los músicos volvieron. Saludaron y... se fueron. Habían sido casi tres horas y la estampida se produjo.
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