Juan Pablo II es contestado públicamente en Managua por primera vez en sus cuatro años y medio de pontificado
Por primera vez en sus tres años y medio de pontificado, Juan Pablo II se vio en Managua contestado por una multitud que interrumpió sus palabras en repetidas ocasiones. Frente a un mensaje papal que hablaba sólo de la comunión con los obispos, para desautorizar sin paliativos a la llamada Iglesia popular, que se alinea junto al Gobierno, la protesta fue subiendo de tono hasta convertir el último tramo de la misa en un mitin político.
"Queremos la paz", fue la primera consigna coreada por cientos de miles de personas (la asistencia se cifró en medio millón). La jerarquía había montado su propia estrategia, pero los gritos de "queremos al Papa" quedaban rápidamente ahogados, igual que el flamear de banderas vaticanas y pañuelos blancos era apenas una leve mancha en un mar de emblemas sandinistas rojinegros.Los católicos comprometidos con el régimen esperaban no un apoyo a la revolución, pero sí al menos unas palabras de consuelo para las madres de los diecisiete jóvenes milicianos muertos en Matacalpa, que habían sido enterrados justamente el día anterior tras un multitudinario funeral celebrado en el mismo escenario, la plaza del Diecinueve de Julio, que toma su nombre del día en que cayó el régimen somocista.
A medida que Juan Pablo II intensificaba su censura para toda desviación respecto del magisterio jerárquico, aumentaba el clamor contestatario. "Entre cristianismo y revolución no hay contradicción", fue el eslogan que durante largos minutos alternó con la referencia a la paz, para terminar con consignas expresamente políticas: "poder popular", "el pueblo unido jamás será vencido", "dirección nacional, ordene".
Mirada de ira
Una enérgica exigencia papal de silencio acalló los gritos en una primera ocasión, pero nada pudo contra un pueblo que fue pasando de la impaciencia a la frustración. "También la Iglesia quiere la paz" fueron las únicas palabras del Papa que se salieron del discurso que ya traía escrito de Roma.
Ante su impotencia para terminar la homilía, Juan Pablo II dirigió en un momento una mirada de ira a los tres miembros de la Junta de Gobierno que ocupaban la derecha del altar. Mientras tanto, en el lado izquierdo, el comandante Daniel Ortega coreaba ostensiblemente los gritos de la multitud y parecía dirigir el ritmo con sus palmadas.
No faltará quien diga que la misa de Managua fue una encerrona montada por el Gobierno. En honor a la verdad, debe reconocerse que la primera parte de la misa discurrió con el mismo entusiasmo y afecto popular que había existido en los encuentros anteriores, en el aeropuerto y en la ciudad de León, pese a que el Gobierno conoció el mensaje papal con antelación.
Se dirá también que frente a un mensaje de contenido eclesial como era el del Papa los sandinistas emplearon la agitación política. Pretender en la Nicaragua de hoy que carece de contenido político un apoyo tan explícito como el que Juan Pablo II prestó al arzobispo de Managua, Miguel Obando, al que abrazó al comienzo de la misa y citó por su nombre dos veces en otros tantos discursos, es desconocer el país.
Los líderes de la oposición reconocen hoy con naturalidad que su voz más autorizada es justamente la del arzobispo, al que citan continuamente en sus entrevistas. Miguel Obando declaraba el día anterior que la censura de Prensa impedía saber lo que pasaba realmente en el país y si en la frontera Norte se producían muertes por combates con bandas somocistas.
Un día antes de la visita papal, el arzobispo se quejaba de haber sido marginado en los preparativos por la comisión del Vaticano. Antes de empezar la misa, con medio millón de personas a su pies, trasladadas gratuitamente por el Gobierno desde todos los puntos del país, seguía quejándose de los impedimentos puestos a los católicos para desplazarse a la capital.
El coordinador de la Junta, comandante Daniel Ortega, recurrió en la despedida del aeropuerto a su fibra más sensible, aludiendo al dolor de unas madres cristianas que han visto morir a sus hijos en la defensa de la patria. Era casi una súplica para que aludiera a ellas, que habían ido a misa con las fotos de sus hijos muertos. Nuevamente Juan Pablo II echó mano de los papeles y se fue en el avión de Alitalia, después de un agradecimiento protocolario por las atenciones recibidas.
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