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Las horas bajas de Indira Gandhi

La debilidad política del partido del Congreso (I) y la creciente fuerza de los grupos nacionalistas acechan la unidad india

La India, primera democracia del mundo por su número de habitantes, atraviesa una de las etapas más delicadas desde que lograra la independencia en 1947. Las matanzas de cientos, quizá miles, de inmigrantes en el Estado nororiental de Assam, han puesto en evidencia uno de los grandes peligros que acechan al subcontinente asiático, el de desagregación de las teselas del gran mosaico indio. La furia centrífuga que sacude al país tiene parte de sus raíces echadas en la degradación y pérdida de credibilidad sufrida por el partido del Congreso (I), que encabeza la primera ministra Indira Gandhi. El desafío alcanzará su cota máxima en las elecciones generales que se celebrarán en enero de 1985.

La estrella de Indira Gandhi comenzó a perder brillo aceleradamente en el bienio 1975-1977, en el que gobernó manu militari amparándose en el estado de excepción que había proclamado. Cuando en 1977 los indios mostraron su repulsa por los método empleados por Indira, la hija de Jawaharlal Nerhu pasó a vivir un amargo ostracismo, en el que incluso llegó a visitar la cárcel. El conservador partido Janata gobernó caricaturescamente tres años, y en 1980, unas nuevas elecciones generales devolvieron a la señora Gandhi la capacidad para regir los destinos de la India.Esta vuelta a la normalidad, con un boyante Congreso (I) que gozaba de mayoría absoluta en ambas Cámaras, no dejaba ver la verdadera imagen del partido, dirigido por una vieja guardia empantanada en decrépitos modos de actuación y hundida en la corrupción. Indira tampoco lo vió y pagó las consecuencias. Desde su vuelta al poder, el Congreso (I) ha perdido todas las elecciones que ha convocado el Gobierno en los diferentes Estados de la Unión, excepción hecha de las celebradas en Assam y las municipales de Delhi.

Enfrentamientos entre grupos étnicos

Las derrotas sufridas a manos de grupos regionales a primeros de enero en Andra Pradesh y Karnataka, dos feudos del partido en los que el Congreso había gobernado ininterrumpidamente desde la independencia, sirvieron de detonante para la reacción de la primera ministra. Indira Gandhi llevó a cabo una fulminante remodelación ministerial, que puso a once ministros en la calle, y dio los pasos pertinentes para llevar un aire nuevo a las hediondas estancias del partido, cuyos cargos ejecutivos están pasando a manos del grupo de jóvenes ambiciosos que dirigía el delfín Sanjai Gandhi, el hijo menor de Indira, que falleciera en accidente de aviación en 1980. El objetivo de Indira es fortalecer al partido para, a corto plazo, cerrar el paso a los minúsculos partidos regionales y étnicos que, coaligados, están derrotando en una sucesiva serie de desafíos electorales al descompuesto Congreso (I), y a más largo plazo, ganar las elecciones generales que deben celebrarse en enero de 1985 y con ello conseguir un quinto período de gobierno, algo sin precedentes en la India.

Hoy día, el partido de Indira conserva su influencia en la parte central del país, de lengua hindi, mientras que la periferia es gobernada por partidos de orientación localista que, aupados en la debilidad política del partido gobernante en Nueva Delhi, exigen una creciente independencia con respecto al poder central.

La Unión India tiene más grupos étnicos, religiosos y lingüísticos que toda Europa, y las consiguientes diferencias han provocado tradicionalmente sangrientos enfrentamientos, contraposiciones violentas que marcan al país desde antes de su nacimiento como Estado independiente en medio del mar de sangre en que se sumergieron indios y musulmanes en 1946 y 1947.

La India ha conseguido, hasta ahora con éxito, aislar estas explosiones, y condiciones que han provocado fuertes divisiones en un determinado Estado no han tenido su correspondencia simpática en el Estado vecino, donde se daban las mismas situaciones. Las matanzas de Assam, por ejemplo, no se han extendido a los Estados de Meghalaya o Tripura, donde también existe una notable población inmigrante; los disturbios que el año pasado sacudieron Gujarat en contra de las concesiones realizadas a las castas más bajas no tuvieron mayor reflejo en Rajasthan, donde se daban idénticas condiciones, ni los enfrentamientos entre indios y cristianos que agitaron en 1982 Tamil Nadu trascendieron a otros Estados.

Hay quien considera que es precisamente esta extraordinaria diversidad la que mantiene la unidad india, pero comienzan a crecer los temores a la ola de localismo que sacude a los Estados de la Unión India, tendencia a la que, de momento, sólo parece capaz de hacer frente una Indira Gandhi que atraviesa sus horas más bajas y que carece de sustituto en el mapa político indio.

El conflicto de Assam no tiene las mismas raíces que otros que afectan al remoto noreste indio -remoto por los impedimentos, a veces insalvables, que hay que salvar para llegar a él: todos sus Estados son áreas protegidas o restringidas a las que sólo se puede acceder mediante permisos oficiales muy difíciles de conseguir-, aunque pueda servir para potenciar las posiciones de los independentistas. En Assam, un Estado de veinte millones de habitantes con una renta per cápita inferior a la media del país aunque produce la mitad del petróleo indio, la guerra es un enfrentamiento de todos contra todos, en el que participan las tribus de la montaña, que suponen el 10% de la población, los assameños y los inmigrantes bengalíes, a los que se suman algunos nepalíes. Los assameños vienen pidiendo desde hace años, y con un sistema organizado desde 1979, la expulsión de los casi dos millones de inmigrantes llegado al Estado a partir de la independencia de Bangladesh, en 1971, y la reinstalación en otras partes del país de otros 600.000 llegados en la década anterior. Los nativos de Assam temen ver sofocada la cultura autóctona y consideran una amenaza peligrosa el creciente poder político e influencia económica de los inmigrantes bengalíes, de confesión musulmana.

El Gobierno central, por otra parte, ha concedido a los inmigrantes lotes de tierra de cultivo en detrimento de los intereses de las tribus, grupos étnicos minoritarios que exigen para sí una mayor autonomía que los assameños no están dispuestos a concederles. Estas rencillas cruzadas han estallado violentamente con motivo de las elecciones a la Asamblea legislativa de Assam convocadas por Indira Gandhi. Los assameños boicotearon los comicios por considerar fraudulenta la participacion en el censo de 2,5 millones de inmigrantes, y a su protesta se unieron algunas tribus que participaron indistintamente tanto en los asaltos a aldeas de bengalíes como en los ataques a localidades habitadas por assameños.

Expulsión parcial de los inmigrantes

La solución a este conflicto pasa por la expulsión parcial de los inmigrantes, lo que no parece factible dada la negativa a recibirlos manifestada por Bangladesh y Nepal, y el rechazo de los assameños a una salida no global, su concentración en las circunscripciones mayoritariamente habitadas por los bengalíes, en las que no ha habido enfrentamientos durantes este sangriento mes de febrero, o el despliegue permamente del Ejército.

Por el momento, esta última parece ser la salida adoptada por Indirá Gandhi, que ha enviado a Assam alrededor de 150.000 hombres entre soldados y fuerzas policiales paramilitares. Sin embargo, tal decisión corre el riesgo de incrementar el todavía incipiente sentimiento nacionalista del Estado, enclavado en un área unida al cuerpo central indio por una tan estrecha franja de tierra como ancha hostilidad hacia todo lo que viene de fuera.

En los Estados de Manipur, Nagaland y Tripura, donde en 1980 fueron asesinados setecientos bengalíes, y en el territorio de la Unión de Mizoram los indios están representados por millares de soldados y policías que tratan de contrarrestar con su presencia las tensiones independentistas que catalizan grupos ilegales como el Frente Nacional Mizo o el Ejército de Liberación Popular de Manipur. "Assam ya no es una unidad de la Federación India.

Es un territorio ocupado", ha manifestado un jefe policial, con unas palabras que son prácticamente iguales a las empleadas por Laldenga, un dirigente independentista mizo exiliado, para definir la situación que atraviesa Mizoram.

El riesgo de ver repetidas las imágenes de Assam crece en el Estado noroccidental de Punjab, donde la mayoría sij pretende lograr una mayor autonomía con respecto a los indios y establecer una legislación confesional sij en el Estado. Hace una semana se rompieron las negociaciones entre Nueva Delhi y la comisión sij enviada por Punjab a tratar el futuro inmediato del Estado más rico de la India, y los dirigentes sij ya han hecho saber que recurrirán a todas sus fuerzas para conseguir sus pretensiones.

Un triunfo que ha costado 2.500 muertos

Así pues, Indira Gandhi, que aún conserva gran parte de su magnetismo entre las masas de desheredados, tiene que hacer frente a las fuertes tensiones centrífugas con un partido debilitado necesitado con urgencia de un triunfo que significase una inflexión en la ininterrumpida marcha descendente de los tres últimos años.

Este triunfo lo han logrado en Assam, donde el partido ha conseguido 87 de los 105 escaños atribuidos para la Asamblea legislativa. El precio ha sido muy alto, y los casi 2.500 muertos a que ayer se refería la agencia de noticias PTI como balance no oficial de víctimas de las tres semanas de violencia vividas en Assam han colocado a la primera ministra ante una de las crisis más importantes de toda su vida política.

La oposición se ha lanzado violentamente sobre la señora Gandhi, a la que ha acusado de "irresponsabilidad política, administrativa y moral", y de ser una víctima de la ambición, que ha preferido pasar por encima de la situación explosiva que vive Assam para convocar una elecciones en las que tenía asegurado el triunfo gracias a los millones de votos de los bengalíes agradecidos.

La primera ministra ha recurrido a la Constitución para contestar a estos ataques y justificar la convocatoria electoral -según el máximo texto legal, la administración directa de un Estado por el Gobierno central no puede superar dos períodos consecutivos de seis meses de duración, plazo máximo que en Assam se cumplía el próximo 19 de marzo-, aunque ha reconocido que su Gobierno ha cometido "numerosos errores" imputables "a la falta de medios y de personal".

La señora Gandhi, sin embargo, ha atribuido a fuerzas exteriores la instigación de los desórdenes y matanzas. Estas acusaciones no han sido ampliadas y la primera ministra ha reconocido que tales afirmaciones eran difíciles de probar, aunque no de sostener, pues "numerosos elementos tienen interés en ver desestabilizado a un país como la India". Los observadores recuerdan a este respecto las palabras del dirigente del Frente Nacional Mizo, Laldenga, quien manifestó hace unos meses que los líderes nacionalista del noreste indio se entrenaban en China, país que mantiene un contencioso fronterizo con Nueva Delhi en Arunachal Pradesh.

También la Unión Soviética se ha sumado a estas palabras de Indira y, por medio de la agencia Tass, ha acusado a los servicios secretos norteamericanos de ayudar "a los separatistas que pretenden provocar una secesión de las regiones del noreste de la India".

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