De la espiritualidad de Peris Lacasa al virtuosismo de Rubenheimer

Varios puntos de interés ofrecía el último programa de la Sinfónica de Radiotelevisión, encomendado al maestro portugués Silva Pereira. Actuó, por vez primera en Madrid, el flamante premio internacional de piano, Paloma O'Shea, 1982, Marc Rubenheimer.Su versión del tercer concierto de Serge Prokofiev fue absolutamente extraordinaria, por la infalible seguridad, la claridad de juego, la vitalidad estilística y la continuidad motórica, todo ello puesto al servicio de ideas de gran nobleza musical. Aún luchando con un. piano un tanto sordo, Rubenheimer demostró su categoría fuera de serie. Su nombre, en unos meses transcurridos desde la celebración del concurso que lo ha consagrado, cuenta entre los estelares de su generación.

Una correcta, voluntariosa y, acaso, excesivamente sonora colaboración de Silva Pereira y la orquesta, mereció aplausos junto a los muy largos y entusiastas dirigidos al solista.

Marc Raubenheimer es discípulo de Guida y La Leavine. Este sudafricano, aporta a cuanto aprendió una sensibilidad musical fuera de lo común. Es un pianista nato que ha acumulado muchas horas de estudio y considera una suerte extraordinaria el haber conseguido el último premio Paloma O'Shea.

Obras infrecuentes

Dos obras infrecuentes, portuguesa una y española otra, reclamaron la atención del público, que las recibió del modo más positivo: los tres esbozos de Joly Braga Santos, breves, condensados, orquestados con sabia espectacularidad, confirman la valía y el pensamiento ecléctico del maestro lusitano, doblemente conocido entre nosotros como compo,sitor y como crítico enviado especial a las manifestaciones más destacadas de la música española.

En cuanto al Concierto espiritual, para barítono y orquesta, sobre fragmentos de El Cristo de Velázquez, de Miguel de Unamuno, ya escuchado en Madrid, es una muestra de la orientación técnico-estética -y también cultural- de José Peris. El grave poema unamuniano suena en la voz del solista (excelente de todo punto, Antonio Blancas), rodeado de una ambientación dramático-sinfónica de gran fuerza. Más que subrayar las palabras poéticas, la orquesta asume y subjetiviza su significado y su sentimiento.

Incluso podría decirse que estamos ante una música imaginera que entiende la espiritualidad religiosa del rector de Salamanca con desgarro expresivo, precisión humanística de formas, austeridad expresiva y medida coloración.

Fidelidad en las versiones

Tanto la obra de Peris, como la de Braga Santos, tuvieron versiones, de gran relieve e indudable fidelidad, con lo que Silva Pereira -que completó su actuación con las Danzas fantásticas, de Turina, y la Rapsodia española, de Ravel- logró una jornada de positivo interés, aunque los pentagramas ravelianos tuvieran más de realismo que de distanciada estilización.

La interpretación de las danzas turinianas, tan cargadas de sentido popular como de evocación andalucista -aún cuan-, do cada una de ellas se apoye en un aire español de diversa procedencia, como el zortziko, la jota o las sevillanas-, se enfocó por vías de una plasticidad y una inmediatez que las distingue de obras de Albéniz o Falla análogas en su punto de partida. Turina, aquí, hace presente no ya su Andalucía, sino su Sevilla natal, en tanto otras veces, la recuerda en la distancia; basta pensar en la Andaluza sentimental o en el Jueves Santo a medianoche, para entender la diferencia.