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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La oportunidad de escuchar la voz de Alicia Nafé

La Cenerentola, de Jacopo Ferreti, sobre Perrault: música de G. Rossini.Intérpretes: E. Giménez (D. Ramiro), A. Rinaldi (Dandini), P. Montarsolo (D. Magnífico), Martín Regueiro (Clorinda), Rosa Ysas (Tisbe), A. Nafé (Angelina) y J. P. García Marqués (Alidoro). Coro y orquesta titular. Dirección: R. Abbado. Escena: P. Montarsolo. Decorados y figurines: Villagrosi.

Teatro de la Zarzuela. 18, 21, 23, 25 y 2 de febrero.

Hace mucho tiempo que la atención de músicos y musicólogos se volvió hacia la obra rossiniana para considerarla, no sólo el testimonio de una época, ni menos el final de una manera de pensar y sentir la música, sino para concederle cuanto tiene de invención original y, como tal, con evidentes posibilidades de futuro.Si alguien lo dudara bastaría el rossinismo de Casella o Pizzetti, de Strawinski, Respighi y Poulenc, de Satie y Manuel de Falla, y aún tengo largamente hablado con

Luis de Pablo la posibilidad de un espíritu a la Rossini en la música de nuestro tiempo.

Cierto que La Cenerentola no es la más alta muestra del genio rossiniano, principalmente por la candidez de un libreto en el que se interpreta la vieja fábula de Perrault, a la manera de didáctica lección pequeñoburguesa sobre el triunfo de la bondad. Y lo que es más grave: en La Cenerentola no hay tipos como los del Barbero, y si alguno sobresale, frente al inocente ternurismo de la protagonista, es el de Don Magnífico, más que un prototipo, una exageración de personajes tópicos en el género bufo.

Está, sin embargo, la música de Rossini, fresca, viva, de una estructura dramático-instrumental-vocal absolutamente admirable. Si no en el cuadro completo de su unidad, como en el Barbero, nos da Rossini páginas de igual valor y, como asegura Alberto Zedda (revisor de La Cenerentola para la fundación Rossini de Pésaro, que edita Ricordi), "hay en esta ópera un componente sentimental y amoroso casi inexistente en el Barbero, e incluso raro en otras obras rossinianas".

Una idea tan soberana como peliprosa

En el tráfago de pentagramas propio de los autores del tiempo, Rossini tuvo una idea tan soberana como peligrosa: aprovechar la obertura de La Gazzetta, desgraciada ópera estrenada el año anterior a La Cenerentola, tan formidable en su temática como en la conducción de todo el material, tan contrastada y plena de ritmo interior, como fascinante en sus crescendi, verdadero elemento estructural de la música rossiniana.

Sin embargo, pronto la primera intervención de Angelina, amorosa y sentimental, nos gana, y a lo largo de toda la obra se suceden una serie de números de conjunto que nada tienen que envidiar a los del Barbero, hasta que, al final, la protagonista, además de gozar del premio a la virtud, cierra la representación con la célebre aria Nacqui all'affanno, al pianto, que permite la mayor exhibición -siempre dentro de cánones musicales- para una mezzo de coloratura.

Entre unos y otros elementos de la partitura, casi la despedida de Rossini del género bufo, La Cenerentola nos trae el eco de un momento del espíritu europeo en el teatro musical, estudiado por Paolo Gallarati: "La unión de lo dramático y lo lúdico", desde la misma sustancialidad del pensiero, hasta la felicidad de las expresiones que lo tornan comunicación, espectáculo y fruición artística.

Creo que el mayor interés de la función inaugural del XX Festival operistico de Madrid residía en escuchar la Angelina de Alacia Nafé, mezzo de coloratura argentina, residente en Madrid durante años para estudiar con Lola Rodríguez Aragón. Ahora, la Nafé se enfren ta con una brillante carrera internacional, lo que es fácil de explicar: posee una voz bien coloreada en su registro, y lo suficientemente ágil como para abordar estos papeles de coloratura (Rosina, Angelína). Si no demasiado grande, la voz de la Nafé corre bien y llega con claridad y calidad a todos los rincones de la sala y, lo más importante, nos transmite un concepto musical precioso. El éxito de Alicia Nafé en su retorno a Madrid ha sido completo y merecido.

Paolo Montarsolo, director e intérprete

La otra pietra del paragone de La Cenerentola inaugural era Paolo Montarsolo (Nápoles, 1923), en su doble calidad de intérprete y director escénico. Como actor y cantante, conserva Montarsolo su excelente voz y su inteligente y verídico estilo; como regista, poco tiene que ver esta Cenerentola con el recuerdo que tenía de lo frato innamurato, de Pergolasi, dirigido por Montarsolo. La convencionalidad de los escenarios y figurines de Villagrosi, y la misma ingenuidad de Cenerentola han llevado esta vez a Montarsolo por caminos sin sorpresa, aunque, justo es anotarlo, siempre de una digna profesionalidad.

El resto del reparto ¡talo-español (Rinaldi, la Martín Regueiro, la Ysas y García Marqués) defendió unos niveles que, sin ser los deseables, podrían calificarse de algo más que suficientes. Roberto Abbado, a pesar de evidentes desigualdades y desajustes con la escena, se mostró un rossiniano conocedor y un músico espirituoso. En suma, La Cenicienta pudo verse y escucharse con comodidad. No es poco cuando nos falta, desde hace 58 años, un teatro estable de ópera. Es dato a tener presente.

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