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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Malasaña

Uno, que quiso ser algo así como el cronista por libre de Malasaña (está en máquinas mi Diccionario cheli, con prólogo del maestro Lázaro Carreter), uno, decía, no ha querido escribir nada sobre el carnaval traumático de Malasaña, porque es que uno lo tiene ya muy escrito.Primero y principal, porque uno piensa, con don Mariano José de Larra, aquel romántico tan nombrado, que todo el año es carnaval, lo cual convierte en tautológico ya, el carnaval de las fechas. Anoche he asistido en el Príncipe al estreno de una obra de Martínez Mediero sobre Juana la Loca. (Emma Penella, arrolladora; "Lola Herrera, fina, fuerte y femenina, exquisita). Mediero y todo el teatro del silencio iban contra el carnaval franquista. Muerto Franco, han tenido que remitirse a la Historia, un poco más atrás, Isabel la Católica o el Cid. Toda nacionalidad se creó así, en la Edad Media, con crímenes regios y bastardos "en nómina", sólo que la historia de Inglaterra, unsuponer, le toca contarla a Shakespeare, y aparte convertirla en un cuento lleno de ruido y de furia, contado por un loco, se lo hace de santísima madre. Aquí nos hemos tenido que conformar, o sea, con Muñoz Seca. Tanto el teatro del silencio como el teatro verbalista, están haciendo Muñoz Seca en prosa. Y en plan didactismo de izquierdas. Lo de Martínez Mediero es un carnaval sobre los Reyes Católicos. En cuanto al carnaval de Malasaña, vayamos a la verdad de la realidad de la vida: murió doña Margarita, que criaba gatos y canarios y cerraron la tienda. Allí le compramos la gata Hedy Lamarr a Catherine Bassetti por quinientas púas, o sea, medio talego.

Malasaña, barrio de doña Manolita, el teniente Velarde y otras gentes levantiscas y antinapoleónicas, se conserva ileso en el sieso de Madrid, y esto cabrea a las Tri, que quisiera tirarlo entero (hubiera sido tan fácil meter en el Monte de Piedad a todas sus viejecitas, incluida Rosa Chacel, con quien comulgo en su repugnancia por Galdós: a ver si explican eso los críticos). Pero llegaron los pasotas, empezaron a nombrar el mundo en cheli, se abrieron como magnolias de un Paul Morand pobre los cafés de espejo y verso sepia, Ruiz, Manuela, y la abuelita con sus hierbas. Todo eso. Malasaña tiene un nuevo filósofo para hacer su mayo: García Calvo. Lo cual que se revaloriza el barrio, se le pone crudo a la Tri, y, entonces, comienza con el ucedismo la crítica municipal, y casi siempre espesa, a ese censo añadido de "golfos, maricas, drogadictos, rojos y perdidas, que son todas unas perdidas". Hay que descalificar el barrio moralmente, para luego derruirlo trilateralmente y levantar en él los "rascaleches" de Miguel Hernández (un pasota de pueblo al que no dejaron tiempo para mirar tanto rascaleches como hoy eriza Madrid). El barrio y el bando. Había que fornifollar (tabicar, diría Lázaro; empujar, Maruja Torres) el bando de Tierno, que valía por una pandecta o premática de Quevedo, en sus carnavales cronológicos, que, como bien ha entendido Malasaña, todo el año es carnaval. Los espontáneos del orden, mucho más que los profesionales del orden, han intervenido una vez más (y lo cuento en frío, con desmedro periodístico) como vienen interviniendo desde los homéricos tiempos de Cesarski. No molesta el porro, digámoslo claro (en toda sobrecena bien, pronúnciese bian, hay porro), sino la casa de renta antigua, que ni mi amigo González Brea ha podido con eso.

Mariano Aguirre habla en la Fundación Pablo Iglesias de Crisis, armamentismo y desarme. El paleocapitalismo retroliberal o patriarcalista está en crisis. Necesita rascacielos de energía solar en el centro de Madrid. El armamentismo galáctico tiene aquí su versión provinciana en el rearme de los espontáneos.

En cuanto al desarme, ay el desarme. Piquetas de oro venidero resuenan por Malasaña.

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