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Entrevista:

Lluis Llach presenta en Madrid el recital 'Y con la sonrisa, la revuelta'

Casi tres años lleva Lluís Llach sin actuar en Madrid, plaza que ha hecho regularmente para alimentar la admiración de sus seguidores de tierra adentro. Ahora, en los recitales que ofrece del 15 al 20 de este mes en el teatro Salamanca, va a presentar -como hizo recientemente en Barcelona, durante todo un mes, en el Poliorama- las canciones de su último disco I amb el somriure, la revolta (Y con la sonrisa, la revuelta), que contiene, mitad y mitad, temas suyos y poemas de Miquel Marti Pol. Más un detallado recorrido por sus canciones de siempre. En esta entrevista, el cantante no sólo habla de su música, sino también del nacionalismo en Cataluña, y añade que "si sólo tuviéramos nacionalismos de izquierdas no seríamos una nación".

Lluís Llach, que fue el último de los "setze jutges" que sirvieron de base a la cançó, ha sido también el más perdurable, o por lo menos, aquel cuyo éxito ha resultado más regular. Millonario en ventas en cuanto a discos, sus recitales disfrutan todavía del favor de un público que le amó, desde el principio, no sólo por lo extraartístico que podía haber en él -la reivindicación nacionalista, desde luego- sino también por su forma de cantar, por la extrema sensibilidad de su voz y la cuidadosa elaboración de unas músicas que iban más allá de la simple guitarra con que se acompañaban otros cantautores. El y María del Mar son los únicos a quienes el tiempo ha respetado.Hace quince años -es decir, cuando empezó-, Lluís Llach era un chaval con pinta de indefenso al que las mujeres ansiaban adoptar. Tenía hasta una tata que le seguía a todas partes con un termo lleno de leche caliente y una bufanda tejida a mano, que le enjugaba la frente después de las actuaciones. Y era realmente un indefenso, Lluís Llach, en aquel tiempo: un crío de apenas veinte años, un ampurdanés de Verges a quien Barcelona le quedaba tan enorme como el éxito que se le echaba encima.

Sigue siendo ampurdanés hasta el tuétano -y, por tanto, inasible, inclasificable y a veces inenarrable-, pero de la desvalidez de antaño le queda sólo la apariencia tímida y la costumbre de hablar en voz muy baja; una timidez engañosa, sin embargo, porque es más bien distanciamiento y un poco de desconfianza. No obstante, es cierto que ha cambiado: que ha crecido. "Porque ahora tengo 34 años y estoy contento de haber llegado a esta edad, de haberme metido en una etapa de madurez desde la que todo se ve con una perspectiva mucho más reposada, más segura". Le digo que 34 son pocos años, y casi se irrita: "No me quites la oportunidad de ser maduro, que me ilusiona".

Se organiza la vida con buen arte. La casa del Ampurdán, que compró hace tres años a buen precio y en la que ha inverítido casi todas sus ganancias, de entonces acá; su piso de Barcelona, en el corazón del Barrio Gótico, junto a la Generalitat; y recitales pausados: un año dedicado a los Países Catalanes, el siguiente a hacer las plazas del resto del Estado y alguna ciudad extranjera: París, Bruselas.

Pregunta. De modo que hay un público de llachianos distribuido por todo el mundo.

Respuesta. No sé si... Bueno, supongo que sí, claro. Gente de mi generación. Aunque, cuando se encienden las luces, puedo ver los rostros de muchos jóvenes.

P. No me refería a una característica generacional, sino de carácter. Un público de melancólicos, diría yo.

R. No lo creo, porque tengo gente en Río de Janeiro, y allí...

P. Quizá son los más llachianos. Melancólicos perdidos en un entorno de samba.

R. ¿De verdad crees que soy triste cantando?

'Puede que tenga una visión triste de la vida'

P. Rotundamente. Su último disco es una prueba. Parece somo si todo le pareciera mal, le provocara un dolor. Como si partiera de una insatisfacción permanente.Se queda pensativo, sorprendido, al parecer, de que no le considere la alegría de la huerta. Luego añade:

R. Puede que sí, puede que, en el fondo, haya una profunda insatisfacción que forma parte de mis fuerzas motrices fundamentales, de las cosas que me mueven. Otra cosa podría ser, también, el deseo de ir a la contra. Es cierto -y ahora estoy improvisando, nunca lo había pensado con anterioridadque mi último disco... ¿Realmente crees que es triste? Si acaso, Martí Pol... Desde luego, el hecho es que yo le he escogido. Puede que tenga una visión triste de la vida.

P. Y, musicalmente, parece que lo que tiene es una visión sinfónica, trascendental.

R. Tal vez, lo que pasa es que este lenguaje, aplicado a la música, es muy difícil de racionalizar. Cuando compongo se me dispara la pantalla de cinemascope, un poco como en los sueños. En esas ocasiones se despega, se vuela, y uno imagina la integralidad de lo que está pasando. Finalmente, los arreglos, todo eso, no es más que un aicercamiento a lo que uno imagina.

P. En definitiva, estos quince años de profesión, ¿qué le han aportado personalmente, qué le han añadido a Lluís Llach como experiencia vital?

'He conseguido trabajar en lo que más me gusta'

R. He conseguido trabajar en lo que más me gusta. Y la sensación de plenitud de los pequeños momentos creativos, la soledad deseada de la composición. También me gusta esa otra parte de mi trabajo que es el cantar en público, esa sensualidad, la utilización de la voz como instrumento sensual de comunicación. Las letras no son más que la racionalización de sensaciones. Al utilizar vocabulario defines ideas, y, tal vez no deberíamos caer en ello. Por eso, a veces, en las actuaciones, me escapó, y me sirvo de la voz como para un dibujo.Llach es uno de los pocos casos de cantante que mejora en directo, seguramente por las razones que él mismo acaba de apuntar.

R. Aunque en el escenario se me ve muy tímido y muy sufridor, disfruto mucho. Soy muy feliz con el público, recibiendo sus mensajes, enviando los míos. Es un código que he ido sabiendo descifrar con los años, en ese aprendizaje que ha sido cantar durante un tiempo en que había que saber leer las segundas, terceras, cuartas intenciones, los muchos sentidos que el público captaba de aquello que tú le ibas entregando.

P. Todo eso, supongo, ha cambiado ahora.

R. No creas. Cada cual te interpreta a su manera. En un recital, cada butaca siente, emite y recibe de acuerdo con sus propias necesidades.

Hablando de cambio surge el tema del nacionalismo, en Cataluña, ahora. Le digo si tiene sentido.

R. Claro que lo tiene, porque somos lo que somos. Del mismo modo que tú no puedes prescindir de tu naturaleza de mujer. La condición primera es respirar, la segunda, ser uno mismo, y eso está antes que cualquier otro tipo de reivindicación, porque es el ámbito, el ámbito de todos los ámbitos. Y eso es algo que no se debe olvidar.

P. Me pregunto si, en estos momentos, es peor para Cataluña el enemigo de casa que el ya tradicional enemigo exterior.

'El nacionalismo corre peligros de manipulación'

R. Bueno, el nacionalismo siempre corre grandes peligros de manipulación, no sólo superficial, sino profunda. El gran problema que tenemos nosotros -que es también la gran ventaja con la que contamos en los tiempos difíciles- es que la nuestra ha sido una burguesía no traidora, lo cual ha supuesto, en una cultura sobre todo burguesa, que la cultura catalana haya podido sobrevivir. Cosa que no ha ocurrido en Galicia, por ejemplo, en donde el trabajo de reconstrucción va a ser mucho más costoso. Adonde quería llegar es a que el nacionalismo catalán puede -ser también de derechas, conservador y, en algunos sectores, incluso fascista. Pero esto no me preocupa, porque es el documento notarial de nuestra. existencia como país. Si sólo tuviéramos nacionalismo de izquierdas no seriamos una nación.El tema le apasiona, como siempre.

R. Todo lo que te he dicho no significa que ahora haya que ser antinacionalista, que es, puede, la trampa en la que caen algunas fuerzas sociales: identificar el nacionalismo con la derecha. Esto sería un error, porque, en Cataluña, el nacionalismo reivindicativo ha sido siempre de izquierdas. Pienso que, de alguna manera, esta confusión está siendo muy utilizada por la Prensa oficialista del Estado, que ha visto una excusa para desnaturalizar y utilizar el nacionalismo.

Por eso piensa seguir cantando en catalán y defendiendo las cosas que ha defendido a lo largo de estos quince años en que se ha ido quitando lastres, dudas en el vivir, pero que le han traído hasta aquí siendo básicamente el mismo, un Llach que no defrauda a los llachianos, receta para empedernidos melancólicos.

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