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LA LIDIA / VALDEMORILLO

La nevada

La autoridad (si es que la hay en las corridas de Valdemorillo), la empresa, los toreros, algún crítico, varios redentores, discutían acaloradamente la posibilidad de suspender, con lo que estaba cayendo, que era nieve. Prosperó la opinión del Jaro, en representación de los subalternos, los cuales no estaban dispuestos a irse de vacío, y se consumó el despropósito. Sonó el clarín, empezó la función.Los que pagaron, pagaron el festejo entero y sólo vieron la mitad. Los derechos del público queda ron, una vez más, pisoteados, en beneficio de los intereses particularísimos de unos cuantos. Nevaba ¿no?. ¿Y a quién se le ocurre dar una corrida nevando?. La nieve caía fuerte, cuajaba, y todo ha cía suponer que, en poco tiempo, toros y toreros tendrían que abrir se paso por el ruedo como renos y esquimales por Alaska. Cuando dobló el tercer toro ya había varios dedos de nieve y entonces se decidió la suspensión.

Plaza de Valdemorillo

8 defebrero. Sexta y última corrida deferia.Toros de El Campillo, bonitos,flojos, nobles.Juan José, oreja. Pepe Pastrana, dos orejas. Pedro Somofinos, dos orejas. La corrida se suspendió después del tercer toro, a causa de la nevada.

Sin embargo, después de la corrida bajo mínimos el domingo y de la corrida de la congelación el lunes, esto de la nieve nos parecía una filfa y sacábamos pecho. Además tenía su encanto. Las laderas por donde trotaban potros el día anterior, ayer estaban blancas y desiertas. La lidia tras el celaje de copos batiendo en todas direcciones, era una escena mágica en la que el toreo se producía con movimientos evanescentes. Copetes blancos coronaban las monteras, la negra zapatilla escotada adquiría perfiles desconocidos al hollar la albura, y el cuajarón de sangre brava se hacía llamarada en el redondel.

Por el tendido circulaban chistes fáciles, como que los toros negros se convertían en berrendos nada más saltar a la pista, y presenciábamos su corrida de pie, pues a nadie le daba, la gana de sentarse en la nieve. Pero, lo mismo que en las tardes de sol y moscas, la afición no renunciaba a su mística -antes morir- y contrastaba con apasionada suficiencia sus juicios analíticos, bajo el paraguas, dentro el tabardo. Un observador no comprometido nos habría tomado a todos por locos, y seguramente no le faltaría la razón. Eran una preciosidad los toros; cortejanos, nobilísimos, para figuras. La terna no los aprovechó del todo, seguramente porque las circunstancias no invitaban a gustarse en el arte. Juan José y Pastrana torearon bien, pero no se gustaban. Sí se gustó Somolinos en dos trincherazos y unos redondos torerísimos. Se le vió más puesto que cuando era aquél novillero de todos los carteles en Las Ventas. Un surco escarlata dejó en la nieve el arrastre y la afición escapó de la tempestad, en busca del cafelito. Terminaba con triunfo y carámbanos la feria blanca de Valdemorillo, taurinamente muy buena, pero que nos ha podido costar una pulmonía.

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